FRANCK FIFE – AFP
A los 35 años, el argentino, premiado por la FIFA en París, es reconocido por un 2022 que coronó con la Lionel Messi alarga su carrera y agranda la leyenda. Caminando la cancha siendo ya un treintañero largo llega a los mismos lugares que cuando esprintaba con veintitantos y se hacía inabordable para los defensores. Asombroso, antes, y mucho más ahora. Así durante más de una década. Cualquier futbolista le tomaría prestado y se conformaría con 15 minutos de las horas, días, meses y años que Messi llenó con un juego que es parecido al que practican sus colegas, solo que está en una dimensión superior.
Su última y gran peregrinación por los campos lo llevó al destino que le faltaba, el que le era esquivo: la Copa del Mundo. De la gloria de Qatar proviene este The Best de la FIFA, un premio más, pero distinto y con un significado más especial que el que pueda darse a su colección de metales dorados, en forma de balones o de trofeos. Colegas suyos, entrenadores, la prensa y la afición coincidieron por mayoría en entronizarlo una vez más.
“Este año fue una locura para mí”, dijo, todavía instalado en el irrepetible 2022, cuando ya están por consumirse los dos primeros meses de 2023. “Pude conseguir mi sueño, después de tanto buscarlo y pelearla. De tanto insistir, al final llegó y es lo más hermoso que me pasó en mi carrera. Es un sueño que muy pocos jugadores pueden conseguir. Le quiero agradecer a la gente argentina por ese mes tan especial y hermoso, que va a quedar de por vida en nuestros recuerdos”, agregó, con un saludo final para sus tres hijos (Thiago, Mateo y Ciro): “Los amo, y vayan a dormir ya”.
En una edad otoñal para un futbolista de elite, Messi brilla con luz propia. Una luminosidad que recarga con su motivación y amor por el fútbol, pero que también tuvo por batería la admiración de sus compañeros del seleccionado y de una audiencia/hinchada que es tan argentina como global.
Hace poco más de cuatro meses, Messi ni siquiera estuvo entre los 30 nominados por France Football para el Balón de Oro que se le concedió a Karim Benzema, en muy buena ley, ya que el francés fue uno de los mayores milagreros de Real Madrid en la conquista de la última Champions League. Es cierto que influyó el cambio de criterio de la publicación francesa, que dejó de tomar el año calendario para considerar la temporada europea (agosto/junio). En ese período, Messi entregó algunos destellos en la obtención de la Ligue 1 con Paris Saint Germain, pero también quedó retratado en la parálisis general del equipo en la eliminación en el Santiago Bernabéu por la Champions. Igual, dejarlo afuera de una lista de 30 apellidos, en la que estaban, entre otros, Joao Cancelo y Mike Maignan, sonaba a una provocación o a una omisión difícil de justificar.
Mientras tanto, tras pasar el Rubicón de la Copa América 2021, que le valió el séptimo Balón de Oro, en junio de 2022 empezó a tallar en Wembley el actual The Best con el 3-0 a Italia por la Finalissima.
Hay algo cautivante en la veteranía de Messi. Genera empatía, complicidad. Impensado si se retrocede a sus tiempos de jovencito retraído y taciturno, distante, a veces inescrutable en sus sentimientos. Hoy es el futbolista con más hinchas en el mundo. Un fenómeno de masas. Desde el simpatizante de a pie hasta otros deportistas consagrados. Luka Doncic, el esloveno que con Dallas Mavericks está entre los tres mejores basquetbolistas de la NBA, expresó, maravillado por Messi: “Increíble, increíble. Es uno de los mejores futbolistas de la historia; me gusta mucho verlo. Seguí todos los partidos de la selección argentina. Es un talento increíble”.
Cuando Messi termine de acomodar su segundo The Best en su impresionante sala de trofeos, deberá estar atento porque en los próximos meses quizá tenga que vestirse nuevamente de gala para recibir el Premio Laureus al mejor deportista masculino en 2022 (ya le fue concedido en 2020). Si fuera por Rafael Nadal, otro de los nominados, no hay dudas: “Vamos Leo Messi, este año te lo mereces tú”. Lothar Matthäus, que enfrentó a Diego Maradona en dos finales de Mundiales, sentenció: “Messi es, sin dudas, el mejor futbolista de este milenio y uno de los mayores deportistas de la historia. Si le faltaba algo para ser inmortal, ya lo consiguió [en referencia al Mundial]. Podemos estar contentos de haberlo vivido y admirado”.
El último domingo se complementó de maravillas con Kylian Mbappé para golear en el partido más importante que tiene PSG en la Ligue 1, el clásico ante Olympique Marsella. Entre ambos enfriaron la caldera que es el Velodrome, el estadio de los marselleses. Su asociación con Mbappé es una muestra de inteligencia, de saber separar la paja del trigo, más allá de las esquirlas que dejó la final entre Argentina y Francia. Y también una evidencia del control de su ego.
Messi vive escuchando que es el mejor del mundo, el GOAT (iniciales en inglés para el mejor de todos los tiempos), pero pertenece a una organización, la de PSG, que cimienta su proyecto en Mbappé. Messi entiende la lógica. Él va camino a los 36 y comparte plantel con quien, a los 24, se postula como uno de sus herederos, con otras características futbolísticas, pero con un impacto brutal sobre los partidos. Mientras los cobije el mismo techo, mejor estar a cubierto del fútbol de calidad que practican que quedar a la intemperie de las veleidades personales.
Cristiano Ronaldo, tras haber sido la némesis del rosarino durante más de una década, se apartó de esa carrera. Lo va alcanzando un inevitable declive, el biológico, el de un delantero de 38 años que sustentó su maquinaria goleadora en su portentoso físico. Los esprints de Messi tampoco son los de cuando tenía entre 20 y 25 años, pero pasó a pensar el juego con la lucidez y el discernimiento de una mente brillante. El partido lo gestiona en su cabeza y a los pies llegan órdenes para tomar decisiones casi siempre acertadas.
Frente a Olympique alcanzó los 700 goles en equipos de club y está a dos de los 800 en su carrera profesional, más 352 asistencias. Todo en 1012 encuentros, a lo largo de casi dos décadas. Apabullante.
Satisfecho con la renovación del contrato de Lionel Scaloni (”Es buenísimo para este grupo. Él lo formó, conoce de memoria a todos los jugadores”), ya palpita el reencuentro con el público argentino en los dos amistosos de marzo: “Tengo muchas ganas de que llegue el día de jugar en la Argentina y de poder disfrutar con la gente. Me acuerdo de la locura que fue cuando jugamos contra Bolivia después de que ganamos la Copa América. No tengo dudas de que ahora va a ser mayor”.
Pelé dijo en su documental que ante cada logro importante, que en su caso fueron nada menos que tres campeonatos del mundo, experimentaba más alivio que goce. Había un sentido de la responsabilidad y el compromiso para cumplir sueños propios y no defraudar expectativas ajenas. Esas sensaciones venían atravesando a Messi. El desafío era mayúsculo y al almanaque le quedaban cada vez menos hojas. Agradeció, pero no se dejó arrullar por las voces que le decían que no necesitaba ser campeón del mundo para ser catalogado como el mejor. Por eso lo de Qatar fue una felicidad liberadora, una euforia diferencial entre las tantas que vivió en su trayectoria. Envuelto en el himno “muchaaaachos…”, Messi ejerce de señor fútbol.
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