San Rafael, Mendoza viernes 29 de noviembre de 2024

Secretos del sexo en la Antigua Roma (Parte 1/2). – Por:.Beatriz Genchi

El modo de entender el sexo en la antigua Roma no solo era muy distinto al actual, sino que ya varió enormemente entre la República y el Imperio. Con el paso del tiempo se amplió la permisividad moral.

Dioses engendraban mortales, vírgenes violadas, sacerdotisas ofendidas y reyes de origen semidivino criados por vulgares meretrices. Sexo y violencia era parte de la vida política de Roma desde sus inicios. Eneas, el primer patriarca, era hijo de Venus, diosa del amor pasional. Por las venas de los romanos también corría la sangre belicosa de Marte. Rómulo y Remo no habrían nacido si el dios de la guerra no hubiera violado a su madre, la vestal Rea Silvia. Y tampoco habrían podido fundar la ciudad más poderosa de Europa de no ser por la loba que los amamantó. Según algunas versiones de la leyenda, la loba era en realidad una compasiva prostituta (lupa, en latín, se usaba indistintamente para referirse al animal o a una mujer de moralidad dudosa, de ahí viene la palabra lupanar). El propio Rómulo, ya adulto, recurriría a la violencia a la hora de conseguir esposas para sus guerreros, raptando a las hijas de los sabinos.

Aun así, los primeros romanos no se caracterizaron por ser desenfrenados. Pobres y ricos trabajaban el campo, un oficio agotador que no dejaba mucho margen para la diversión. Se celebraban bastantes matrimonios indisolubles, mediante un rito llamado confarreatio. Y aunque había formas menos inflexibles de matrimonio, de todos modos, el divorcio estaba mal visto. Solamente se podía repudiar a una esposa si esta cometía un grave delito, como ser infiel, abortar sin permiso del esposo o robar las llaves de la bodega para emborracharse (las damas respetables tenían prohibido el vino). Las parejas con problemas recurrían a la mediación de Juno Viriplaca, divinidad que, como su nombre indica, “aplacaba a los maridos”. Ante el altar de la diosa intercambiaban reproches, se desahogaban y, las más de las veces, volvían a casa reconciliados.

Los lectores ávidos de orgías tendrán que esperar al Imperio para ver colmadas sus expectativas. Se sabe poco de los años oscuros de las primeras monarquías, pero los tres primeros siglos de la República quedarían para el recuerdo como una era de irreprochable virtud, que llenaría de nostalgia a moralistas como Catón el Viejo o Salustio.

Ahora bien, ¿qué significa la virtud para los romanos? Desde luego, no tiene nada que ver con la abstinencia sexual o la fidelidad a la esposa, y menos aún con la heterosexualidad. La palabra virtus viene de vir, varón. Ser virtuoso equivale a ser masculino, y ser masculino, en la mentalidad romana, significa dominar. En primer lugar, dominar los propios impulsos, pero también dominar a los demás: esposa, amantes, hijos, esclavos, extranjeros… La virtud es cosa de hombres, o, mejor dicho, de ciudadanos. La cualidad que ennoblece a una mujer de alto rango no es la virtud, sino la pudicicia, el pudor. Y al resto de los mortales solo les queda la obediencia.

Al ciudadano romano le está permitida cualquier actividad sexual, siempre que su actitud sea dominante. Puede penetrar a mujeres, hombres o adolescentes apenas púberes sin remordimiento alguno. También puede recibir atenciones orales sin menoscabo de su reputación. Lo que no debe hacer bajo ningún concepto, si quiere conservar la dignidad, es servir como objeto de placer.

Ser penetrado es la mayor de las humillaciones. ¡Pobre del ladrón o del seductor a quien pesquen in fraganti colándose en una vivienda ajena! Tiene todos los números para acabar sodomizado por el dueño de la casa o por sus esclavos. En una relación homoerótica, nadie pondrá en tela de juicio la masculinidad del miembro activo de la pareja, sean cuales sean sus preferencias. En cambio, al pasivo se le desprecia por afeminado, y los papeles de ambos no son, en modo alguno, intercambiables. Tampoco entra en los planes del amante virtuoso preocuparse por hacer gozar a su partenaire. Para los romanos no hay nada más ridículo que un ciudadano que practica una felación. O, peor aún, un cunnilingus, que se interpreta como un homenaje servil a una mujer, ser inferior por naturaleza.

Así pues, el sexo no es jamás una relación entre iguales, sino un juego de poder, en el que lo que es bueno o malo, aceptable o inaceptable, viene determinado por el puesto que uno ocupa en la jerarquía social. Lo expresó de maravilla Séneca el Viejo: el sexo pasivo “en un hombre libre es un crimen; en el esclavo, una obligación; en el liberto, un servicio”.

A diferencia de los griegos, que incorporan la pederastia a la cultura demócrata, los romanos tienen terminantemente prohibido acercarse a un muchacho libre. El cuerpo de un ciudadano es intocable, como lo es el de una mujer casada o el de una virgen patricia. Lo comprobó de primera mano un tal Publio Poncio, que en 330 a. C. dio con sus huesos en la cárcel por haber intentado abusar de un joven de buena familia venida a menos, llamado Tito Veturio. El caso era controvertido: Veturio se había vendido voluntariamente como esclavo a Poncio para pagar unas deudas. Por ello, este se creía en su derecho de convertirlo en su amante y de azotarlo para forzarle a consentir. Los cónsules no lo vieron del mismo modo. Aunque esclavo temporal, Veturio había nacido libre y era, por tanto, inviolable.

De haber sido esclavo de nacimiento, liberto, prostituto o extranjero, la ley no habría salido en defensa de Veturio. “Nadie prohíbe a nadie caminar por la calle, mientras no tomes un atajo por una zona vallada”, dice un personaje de una comedia de Plauto. “Mientras te mantengas lejos de la novia, la viuda, la virgen, el hombre joven y los chicos nacidos libres, ama a quien quieras”. No obstante, no todo el mundo respetaba estos límites. Una ley del siglo II a. C. prohibía seguir a matronas y adolescentes por la calle, lo que hace suponer que el acoso era algo frecuente. Hay que tener en cuenta que las ciudadanas romanas se casaban a partir de los doce años. Abundaban las matronas y las viudas extremadamente jóvenes. (tiene continuación en la parte 2)

Gentileza:

Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora cultural.
bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

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