San Rafael, Mendoza 30 de noviembre de 2024

 La inmensidad de la noche – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Llegaron hasta la cabaña con las últimas fuerzas y trabaron la puerta detrás de ellos. No sabían si eso serviría de algo. Fue más instinto que otra cosa. Todavía agitados a causa de la carrera, se dejaron caer hombro con hombro contra la pared opuesta a la puerta. Mariel sostenía la escopeta humeante contra su pecho con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. A su lado, Jerladí no le quitaba los ojos de encima a la puerta. Sentía que en cualquier momento la cerradura volaría por los aires y que aquellas bestias irrumpirían en el lugar bajo una lluvia de estillas de madera. Sin embargo, lo único que se percibía era el jadeo acompasado de su respiración y el olor a miedo en el aire.

-Van a entrar –dijo Mariel con los ojos tan grande como platos.

-Yo… -La voz de Jerladí había perdido toda humanidad. Era un hilo de aire con apenas sonido. De repente pareció recobrar la conciencia de la situación. -¿Vampiros estelares? ¡Eso es imposible!

Las leyes de la lógica habían estallado tres horas antes cuando a las sombras que se proyectaban contra los árboles les habían brotado filosos dientes. El reino de lo posible había extendido rápidamente sus fronteras y ahora la realidad se desdibujaba en un nuevo tapiz de horror e incredulidad.

Afuera, un viento ominoso jugaba con las copas de los árboles. Las aves nocturnas habían decidido apagar su canto y los grillos, su eterna orquestra acompañante, callaban por completo.

-Si podemos aguantar acá hasta la mañana, todo estará bien. El sol se encargará de esas bestias repugnantes.

-¿El sol? ¿Te estás escuchando a vos misma, Mariel? ¡Son vampiros estelares! Vienen desde más allá de cualquier estrella conocida –Jeraldí miró la escopeta que había dejado de humear. -¡Ni siquiera un disparo a la cabeza pudo detenerlos!

Mariel no tuvo tiempo para replicar. La puerta de madera se sacudió con violencia y la perilla giró hasta arrobarse. El viento había crecido en fuerza e intensidad y ahora toda la estructura de la cabaña crujía, soportando el peso de las ráfagas. Mariel apuntó la escopeta hacia la puerta.

-Si llegan a entrar… -dijo con la voz temblorosa.

-Estamos muertos –completó la frase Jeraldí.

De repente, todo quedó en silencio. Fue como si ambos se hubieran quedado sordos al mismo tiempo. Si no fuera porque todavía podían oír los latidos de sus corazones acelerados, habrían caído en una irrefrenable locura inmediata. Pero no habían perdido la capacidad de oír. El mundo era el que había enmudecido. Solo llegaba con absoluta claridad la música de las esferas. Si la Tierra había perdido sus sonidos, el resto de los cuerpos celestes todavía bramaban con fervor. ¿Estarían llamando a aquellos intrusos siderales que habían llegado de polizones con alguna nave desconocida? Las dos almas dentro de la cabaña dudaban, en lo más profundo, que tuvieran tanta suerte.

Con un estruendo ensordecedor, la puerta de madera de la cabaña reventó en mil pedazos. Junto con la destrucción volvieron los sonidos del mundo. Desde el umbral, dos figuras envueltas en nubosos mantos de oscuridad aguardaban. Sus ojos eran lo más terrible. Aquellas brasas ardientes parecían gritar con la pena de mil condenados a los ardientes infiernos desconocidos del espacio exterior. Si la maldad pudiese adoptar alguna forma, sería difícil de poder imaginar. Empero, sin lugar a duda tendría aquellos ojos llameantes.

-¡Dispará, Mariel! ¡DISPARÁ, CARAJO! –Jeraldí gritaba órdenes nacidas de la impotencia y el pavor. La parte lógica de su cerebro insistía en que allí hallaría su tumba, pero el instinto aullaba con más fuerza. –¡Vamos! ¿Qué mierda estás espe…?

Mariel estaba de pie con la escopeta colgando en su mano derecha al costado del cuerpo. Su rostro presentaba una expresión impensada para la situación. Parecía serena, relajada, incluso hasta curiosa.

-Mariel, por el amor de D…

Pero la muchacha no reaccionó. Simplemente dejó caer la escopeta y comenzó a acercarse lentamente hacia el umbral donde antes había estado la puerta. Las sombras no hacían más que mirar y aguardar.

-Ma…Mariel. Mariel, por favor.

Mariel caminaba despacio, acompasada por algún tipo de melodía invisible que solo ella podía oír. Los ojos de los vampiros estelares crepitaban y se distorsionaban de una forma grotesca.

-¿No te das cuenta, Jeraldí? –dijo la joven –No pueden entrar a no ser que les demos permiso. ¡Y cómo no hacerlo! Ellos tienen algo para mí.

Jerladí se lanzó sobre la escopeta. Su dedo índice temblaba en el gatillo mientras apuntaba a la cabeza de Mariel.

-Te lo juro por Dios, mujer. Te voy a volar la puta cabeza. ¡Volvé para acá!

En ese instante, la cabeza de la muchacha giró casi por completo, pero sus hombros siguieron en el lugar de siempre. El movimiento quebró vértebras y ligamentos, pero la muerte todavía no llegaba a reclamar a nadie. Mariel miró a Jerladí con los ojos ardientes de agonía y placer. Una sonrisa demencial le cruzó la cara.

-¿No lo entiendes, verdad? Ya no queda nada por hacer.

La cabeza terminó de girar y volvió a su punto inicial. Una mano cadavérica gesticuló dando permiso de pase a las criaturas espaciales. Ahora los vampiros y lo que antes había sido un ser humano se acercaban como flotando.

-Está todo oscuro, Jeraldí. No hay luz. No hay calor. No hay nada. –Jerladí temblaba y lloraba sin poder apretar el gatillo. La boca de lo que había sido Mariel volvió a abrirse.

-¿Quién dijo que en la noche acaba el día? Quizá sea solo el comienzo.

 

Gentileza:

AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

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