En el Comando Central, todo era expectativa y ansiedad. En la pantalla principal, todo indicaba que la misión transcurría con normalidad. La sonda guía había pasado la marca del primer horizonte y la nave le siguió no mucho después. Hasta ahora, sin mayores inconvenientes. El cinturón de asteroides todavía mantenía la apertura encontrada algunos años atrás y fue por allí por donde lo atravesaron. Había sido una gran fortuna el haber dado con ese espacio vacío. De otro modo, tendrían que haber destruido grandes fragmentos de roca espacial con los cañones de la nave y eso hubiera reducido considerablemente la capacidad de los motores para recorrer la distancia propuesta. Sin embargo, todavía quedaban dos marcadores hasta llegar a Olympus, el exoplaneta elegido para la futura colonia.
“La sonda se acerca al segundo marcador. Todas las lecturas son correctas”. Nadie respondió. La gran mayoría miraba a la enorme pantalla que transmitía en directo la imagen de la nave tripulada. Dentro, invisibles desde la Tierra, el grupo de astronautas elegidos para explorar y asentar las bases del nuevo hogar repasaba los controles de seguridad. Esta misión significaba el primer paso definitivo para la conquista espacial. La colonia de Olympus serviría de base de operaciones y estación de recarga para alcanzar los cuadrantes nunca antes explorados del universo. Si los cálculos eran correctos, ese sueño ya era prácticamente una realidad.
Alexander Javier Brown destacaba entre las demás figuras de la sala por su camisa inmaculadamente blanca arremangada y sus pantalones azules. El prendedor en forma de panal que llevaba en la solapa de la camisa mostraba no solo su jerarquía, sino también la importancia de su persona para esta misión. Había sido él el que había concebido la idea de fabricar una sonda espacial ultraligera que sirviera de guía y punta de lanza para la nave tripulada. Después del segundo marcador, las indicaciones de navegación desde la Tierra tardaban en llegar y eso representaba un gran peligro para el grupo de astronautas a bordo de la nave. La sonda era el mapa de ruta que guiaba al grupo de seres humanos que navegaba el enorme territorio del espacio exterior. Cada uno de esos hombres y mujeres habían depositado su confianza y su vida en la obra de Alexander, confiados en la reputación del ingeniero. Cuando la sonda llegara a la órbita de Olympus, proyectaría una imagen de la superficie planetaria en alta definición. Aquella sería la prueba final de que la tripulación estaría próxima a arribar a buen puerto.
-Tripulación del NET Nautilus, aquí Comando Central. Se acercan al segundo marcador. Pasen al canal de prioridad alta y mantengan las comunicaciones en un mínimo e indispensable.
-Entendido, Comando Central. Nautilus preparado para el último tramo.
Un profundo silencio cayó sobre la sala de operaciones del Comando Central. Solo los tubos fluorescentes osaban quebrar la quietud total con su casi imperceptible vibración eléctrica interna. Si alguien se concentraba, podría haber oído la respiración de la persona que tenían al lado como si se tratara de un concierto a todo volumen. Pero nadie pensaba en eso. Aquel no era el momento para apreciar el sonido de las esferas, sino para verlas en directo a través de una pantalla gigante. La sonda había atravesado el último marcador y se dirigía hacia la órbita planetaria de Olympus. La humanidad estaba por empezar a escribir un nuevo capítulo de su historia.
Cuando desvió ligeramente la mirada hacia su derecha, Alexander Javier Brown tuvo una extraña sensación de deja vu. Habría podido jurar que todo aquello ya lo había vivido antes. Casi podía describir lo siguiente que iba a suceder, pero su voz hubiera llegado tarde, quitándole validez a la prueba. Con el rabillo del ojo vería a Patricia Stewar Giménez contener un pequeño estornudo mientras se llevaba el puño cerrado a los labios. A eso le seguiría su característica cara de vergüenza reprimida, una ligera sacudida de cabeza y de vuelta la mirada a la consola. Después se oiría un pitido agudo seguido de un titilar de luces en el tablero más alejado, ese reservado para las transmisiones de distancias impensables. Alguien comentaría que estaban recibiendo un mensaje y luego todo se tornaría un caos. Por supuesto, aquel pensamiento era una locura. Brown sabía que la clarividencia era imposible y había leído lo suficiente sobre el fenómeno de los deja vu como para caer en supersticiones banales.
Fue casi un susurro camuflado entre la vibración de los focos fluorescentes. Alguien intentó esconder un estornudo y otra voz la delató con un bisbiseo que había intentado ser un “salud”. Entonces la secuencia se desencadenó de golpe. El pitido agudo, las luces en el tablero, las ondas de transmisión llegando apresuradamente, el mensaje. “Señor, tiene que oír esto”. Le pasaron los auriculares al jefe de operaciones y su rostro se contrajo en un ademán de duda y temor. En la sala, alguien interceptó la línea y también oyó el mensaje.
“Estamos rod… *estática* No vengan por nosotros. Rep… *estática* estamos ro… *estática*¡Váyanse! Escap… *estática* mientras puedan. No veng… *estática* Repito, no ven…”.
-¿Qué está pasando? ¡Que alguien se contacte con el Nautilus! –la voz del Jefe de Operaciones llegaba fuerte por sobre las conversaciones agitadas del personal.
-Señor, el Nautilus no responde. Hay demasiada radiación espacial.
-¡Por el amor de Dios, que alguien active la sonda! Necesitamos una imagen.
-Señor, solo tenemos una chance de eso. La sonda no puede enviar más de una imagen. Sería quemar nuestra bala de plata. –La voz de Brown era calma, pero su mente gritaba.
-¡No me importa, carajo! Si hay peligro, tenemos que sacar a esos hombres y mujeres de ahí. No podemos permitirles llegar a Olympus.
-Pero señor, tenemos que…
-¡Hágalo ya, carajo!
Brown le hizo un gesto al técnico encargado de recibir las imágenes y este tecleó los comandos necesarios. La pantalla gigante se apagó por un segundo y rápidamente se encendió, dejando a la vista el panorama captado por la sonda.
En un escenario desértico, apenas moteado de una vegetación desconocida, una enorme base planetaria humeaba. Varios focos de incendio seguían activos y despedían un fuego verde azulado. Todo el terreno mostraba una gran cantidad de variadas formas oscuras. Era imposible. Sencillamente imposible. Nunca nadie había llegado antes a Olympus. Cuando el operario amplió la imagen, pudieron comprobar que aquellas formas eran personas. Los astronautas yacían muertos sobre la superficie artificial de la base con sus trajes aún puestos y el emblema de la Agencia Espacial en sus brazos. Todo aquello ya había sucedido antes. “¡Ahí! En el extremo derecho”. La imagen giró hacia la posición indicada. Una porción de nave había sobrevivido a la destrucción. Sobre su superficie podía leerse el nombre NET Heimdal. A su lado, uno de los astronautas muertos todavía sostenía en su mano agarrotada parte de la insignia del equipo. “Tercer grupo de rescate”.
Gentileza:
AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
EMAIL: Ravagnani.lucio@gmail.com
INSTA: /tabacoytinta
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