Gracias a mi amigo, Gastón Bressan, por inspirar este relato.
Se detuvo frente a la puerta de la oficina y llamó tres veces. Tardaron en responder, pero le habían dicho que eso era normal. “Tocá tres veces y esperá. A veces demoran un poco”. Cuando la puerta se abrió, salió a su encuentro uno autómata generación Alpha. Pando lo miró con curiosidad, pues todos los modelos que ella conocía –aquellos que circulaban por las calles y poblaban los diferentes edificios públicos de la ciudad– eran, por lo menos, de generación Gold. El autómata la miró con detenimiento. Sus ojos de luz azul parpadearon durante unos segundos mientras realizaba el muestreo biométrico de identidad. Finalmente, el azul pasó a verde y una voz electrónica le dio la bienvenida.
“Pandora Hado, habitante 553.573.861 de la Megaciudadela Malva. Tiene una cita con el Doctor Raimondo Bradierro para las 9:47 am del día de hoy. Son actualmente las 9:45. Está autorizada para ingresar. Por favor, siga las normas del protocolo”.
Los ojos del autómata volvieron a su color azul y se giró para dar paso a la paciente. Intentó una reverencia con un gesto torpe y lentamente se alejó hasta desaparecer detrás de una pequeña puerta corrediza automática. Pando se sentó y contempló el lugar. Era una sala de espera pequeña, algo avejentada y con silloncitos que apenas sí alcanzaban para sentarse de forma casi cómoda. Si uno prestaba la suficiente atención, se alcanzaba a oír una música casi imperceptible que parecía brotar de la unión entre las paredes y el techo. Su melodía era relajante, pero repetitiva. La gente seguramente terminaría cayendo en un profundo estado de aburrimiento luego de algunos minutos. Sin embargo, Pando solo necesitaba resistir uno más antes de su encuentro con el doctor.
Exactamente a las 9:47, se abrió la ventanilla frente a la fila de silloncitos y asomó el rostro del Dr. Bradierro.
-Buenos días. Usted debe ser la señorita…Hado, ¿verdad? –dijo aquel hombre mientras revisaba una planilla escrita a mano.
-Sí, soy yo. –dijo Pando intentando esbozar una pequeña sonrisa de cortesía. Sus ojos se habían encargado de registrar minuciosamente el rostro del doctor. Tenía la piel tostada, probablemente por la alta exposición a los rayos ultravioleta de las máquinas, y unos ojos pequeños y astutos. Sus cejas, así como su bigote, estaban pobladas por abundantes cabellos oscuros y grises en igual cantidad. Las líneas que surcaban su frente denotaban en paso de los años, pero su simpática sonrisa parecía querer revocar el concepto de vejez. Aquel era el rostro de un hombre que conoce su arte y maneja la ciencia en igual medida.
-Bueno, pues, adelante. –dijo el doctor con un gesto de la mano. –Pasá a ver qué podemos hacer de todo esto.
Pando se levantó y el pequeño silloncito emitió un sonido de flatulencia debido al rose del cuero sintético. La muchacha sintió cómo el color rojo le cubría todo el rostro antes pálido. A pesar de que no hubiera nadie más allí, la situación resultaba muy embarazosa. “Será algo de la intrincada mente humana, tal vez. O quizás simplemente no seamos tan evolucionados como creemos”. En esto pensaba Pando cuando cruzó la primera puerta hermética hacia el consultorio. El sistema de cierre se activó y los rociadores descontaminantes la bañaron de pies a cabeza. Luego, una enorme turbina que se encontraba bajo una rejilla a sus pies la terminó de secar. Finalmente, la segunda puerta se desbloqueó y dejó libre el paso hasta el consultorio.
Aquel sitio era una combinación de estudio con quirófano. Una parte estaba repleta de estanterías con antiguos libros y biblioratos de monumentales hojas amarillas, un sillón largo de respaldar bajo forrado en cuero negro y un enorme escritorio de madera oscura con papeles, plumas y otros elementos encima. La otra parte estaba completamente cubierta de azulejos blancos y azules, la iluminaba un potente reflector de techo y la única pieza de mobiliario era una gigantesca silla con alto respaldar y apoyapiés. Pando se quedó parada muy quiera en el medio del cuarto, sin saber muy bien hacia qué lado debía dirigirse. Bradierro entró por una delgada puerta ubicada al costado derecho de la habitación. Seguramente una especie de sala de descanso o cuarto privado.
-Por favor, pasá por el cuarto de la derecha y sentate en la silla. –La voz del doctor era reconfortante, casi paternal. –Ponete cómoda que ya estoy con vos.
Pando fue hasta la silla y, casi trepando, se sentó dejando que su espalda tensa se recostara contra el mullido respaldar. La luz del reflector era potente y la encandilaba si miraba directamente hacia ella, por lo que decidió concentrar su vista en un punto intermedio entre la junta de la pared. El doctor se acercó sosteniendo una ficha médica y junto a él llegó también el autómata trayendo una bandeja de utensilios quirúrgicos. Cuando hubo apoyado la bandeja sobre una pequeña mesa junto a la silla, el espacio entre sus ojos chisporroteó y las luces azules titilaron por unos segundos como si amenazaran con apagarse. Pando lo miró con desconfianza.
-Oh, no te preocupes por él. Es un ayudante fiel y, como es un modelo antiguo, la corporación no me cobra por el mantenimiento.
El doctor Bradierro bajó la ficha y miró a Pando directamente a los ojos.
-Bien, parece que viniste por el servicio de bucle permanente. –Pando le devolvió la mirada y asintió. –Estás enterada de que este procedimiento es irreversible, ¿no? Una vez concluido, tu mente reproducirá el momento de tu vida elegido por toda la eternidad mientras tu cuerpo se conserva en líquido crioestático hasta su inevitable cese de funciones.
Pando bajó los ojos. Se llevó las dos manos hacia el costado izquierdo del vientre y tanteó las tres profundas cicatrices por encima de sus prendas. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas amargas, pero se contuvo. Volvió a levantar la cabeza y la movió indicando que comprendía el procedimiento.
-Muy bien, comencemos. ¿Es este tu recuerdo elegido?
El doctor le acercó a Pando una pantalla móvil de mediano tamaño. En ella se veía a una mujer joven idéntica a la que ahora estaba sentada en la silla. Corría por una playa limpia, sin plásticos ni residuos, de la mano de un muchacho. Los dos reían y jugaban a salpicarse mientras el sol se hundía en el horizonte. Pando sintió que los ojos volvían a llenarse de lágrimas. Apartó la pantalla y le indicó al doctor que estaba en lo correcto.
-Excelente. Ayudante, por favor, comienza la conexión. Programa la memoria tal cual aparece en el archivo, sin modificaciones ni filtros de ningún tipo.
El autómata se movió hacia la parte de atrás de la silla y comenzó a conectar diferentes mangueras y cables a un casco de metal. Colocó el casco sobre la cabeza de Pando y esta dio un respingo. Estaba frío y pesaba. Luego el autómata volvió a la consola junto a la silla y tecleó los comandos. A Pando le pareció, solo por un segundo, que aquel androide volvía a chisporrotear levemente, pero su visión panorámica no era lo suficientemente buena como para estar segura. Decidió respirar profundamente, exhalar y relajarse. El ayudante fue hasta donde se encontraba el doctor, indicando que todo estaba listo.
-Parece que solo queda encender la máquina. Buena suerte en su bucle, señorita Hado. Espero que sea exactamente aquello que busca.
Pando vio cómo el doctor accionaba un interruptor y de pronto todo fue oscuridad. De a poco, la claridad y calidez de una luz lejana le llegó al rostro. Abrió despacio los ojos y sus pupilas se llenaron con la inmensidad de un bellísimo mar azul.
-¿Estás bien? Me pareció que te habías ido por un momento.
Conocía esa voz. No podía ser cierto, pero la había oído. Se giró y entonces lo vio. Estaba ahí, completamente perfecto con sus ojos verdes clavados en los suyos y una sonrisa encantadora en los labios. Era él. Claro que era él. Pando saltó a sus brazos y entonces los dos corrieron por la playa. Se salpicaron con el agua cristalina de un mar impoluto y sus pies se hundieron en una arena fina y cálida. El sol caía lentamente sobre el horizonte.
Cuando terminó de esconderse, inmediatamente surgió de nuevo. Pando miró hacia el costado y allí estaba otra vez él, listo para comenzar nuevamente toda la secuencia de aquella tarde soñada. Ella estaba feliz. Por primera vez en años volvía a sentir aquella sensación de júbilo anidando en su pecho. Era feliz otra vez.
Empero, en un momento algo captó su atención. El mar había dejado de ser azul para convertirse en una infinita mancha roja burbujeante. “¿Qué es esto?”, pensó Pando mientras buscaba aquella sonrisa que la reconfortara. Cuando se giró, se encontró con un rostro derretido y con los globos oculares a punto de saltar de las cuencas.
-¿Qué pasa, amor? ¿Estás bien?
La voz sonaba distorsionada, licuada detrás de unos labios deshechos. Pando lanzó un grito, soltó la mano y corrió por la playa.
-¿QUÉ ES ESTO? ¿QUÉ ES ESTO? ¿QUÉ ES ESTOOOOOOO? –gritó mientras corría sintiendo cómo la arena le calcinaba la planta de los pies. Cada tanto, como pequeños destellos que desgarraban la tela de la realidad, veía enormes cápsulas azules con cuerpos llenos de cables suspendidos dentro de ellas. Antes de sumirse en la locura, le pareció ver los ojos centellantes de una especie de robot que miraba todo desde una puerta corrediza inexistente.
Gentileza:
AUTOR: Lic. Lucio Ravagnani Navarrete
EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com
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