San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

La vida fuera del microclima

redes Sociales 1Jorge Hirschbrand. Los medios y las redes sociales generan la sensación de que lo importante pasa por allí. La diferencia entre el mundo real, el virtual y el mediático.

Se vive saltando de microclima en microclima. Y así, poco a poco, se le va dando forma a la realidad según los intereses del portador. Tal vez, como nunca antes, existen hoy tantos medios para  plantear perspectivas, puntos de vista e ideologías.

 Cualquiera está en condiciones de hacer un comentario y convertirse, en cuestión de minutos, en un efímero referente o líder de opinión. Depende de quién lo lea, si simpatiza con la idea, que luego  se convierta en palabra de destrucción masiva. Es una explosión momentánea, que sólo a veces, en muy pocos casos, logra trascender algo más que la inmediatez.

 El periodismo vive en un microclima. Las redacciones generan microclimas y en Argentina especialmente, se confunde la capacidad y la necesidad de transmitir los hechos que acontecen con  convertirse en portavoces de la “gente”. Y se define el concepto de “gente” como todo aquel individuo que no trabaja en los medios de comunicación ni forma parte de una u otra manera de la estructura política, empresaria o dirigencial. En definitiva, un tipo común; entendiendo por común, precisamente, la significación anterior.

 Las redes sociales han potenciado esa capacidad de hacer pequeños recortes; de etiquetar momentos y tópicos para generar una falsa sensación de que todo pasa por allí. Una realidad virtual que  produce una retroalimentación que, de acuerdo con la ocasión, está más cerca de lo que se entiende como existencia real o efectiva, porque tampoco es cuestión de menospreciar y minimizar el  efecto que la comunicación 2.0 ha generado en recientes fenómenos de alcance mundial: la Primavera Árabe, por caso, o las marchas populares en Brasil que pusieron en vilo al gobierno de Dilma Rousseff.

 Los cacerolazos convocados en Argentina a través de Facebook y Twitter entran en otra dimensión. Salvo la primera experiencia del 13 de setiembre del año pasado, han tenido poco que ver con  cuestiones espontáneas y empatías de momento. No fueron una reacción inmediata a hechos puntuales, sino que resultaron planificados detrás de objetivos concretos y amparándose en el  anonimato.

 Ahí radicó parte del error: pensar que esas manifestaciones podían establecer una plataforma política e ideológica que perdurase en el tiempo. Y no. A pesar de la intensidad demostrada, no fue más que una demostración momentánea producto, nuevamente, de esas particularidades que aparecen y se desvanecen en cuestión de horas.

Más allá de las teorías que, basadas en elucubraciones, sostienen que las redes sociales son herramientas de las organizaciones dedicadas al espionaje para lograr el control mundial, como medios  de comunicación no sólo son formidables, sino que parecen pensadas específicamente para la lógica periodística, sobre todo, Twitter, donde el sentido tiene que ver con la inmediatez y la  repentización.

 En nuestro país se estima que hay más de seis millones de cuentas activas de Twitter, de las cuales sólo 45 por ciento están activas. La interacción y el intercambio de datos son permanentes. Por  lo tanto, se hace cada vez más difícil el filtrado para discernir entre lo importante, lo interesante y la mera frivolidad.

 En Facebook la situación es aun más llamativa. De acuerdo con las  estadísticas que se manejan, uno de cada dos argentinos tiene una cuentaabierta, y puede estar un promedio de diez horas  mensuales navegando, leyendo experiencias ajenas,  contando las propias y subiendofotos. Es uno de los cinco países con mayor cantidad de accesos y el que mayor incidencia tiene en esta red en América latina.

 Los números también responden a una situación macro: la penetración de internet alcanza aproximadamente a 70 por ciento de la población, supera a Chile y a Uruguay en ese el podio regional. Esos números generan una retroalimentación importante entre lo que se expresa en las redes y lo que monitorean y levantan los medios. Sin embargo, no siempre se convierten en temas de interés general, aunque sí de consumo inmediato.

 De alguna manera, se puede entender como la democratización de la noticia, aunque el concepto esté reñido con los antecedentes más románticos del periodismo y cuestionado por parte de quienes deciden hacer una pausa en la vorágine diaria y militan la idea de que en el mundo de la información, rapidez no precisamente responde a los cánones esperados.

 De ahí, una gran definición: “La mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”. La frase pertenece a Gabriel García Márquez. Y quién mejor que Gabo para  hablar de periodismo. El resto, los adelantos tecnológicos, los smartphones y la capacidad multimedia no son más que herramientas para mejorar la tarea de base. Y esa, es una sola.

 Se sabe, no hay nada mejor que una nota bien escrita. Una crónica que aporte datos, contexto, clima, y que no por eso deje de brindar información. El problema aparece cuando baja la demanda de  calidad, y entre los consumidores lo que prima es lo instantáneo. En este punto, existe una gran deuda por parte de los estudios dedicados a la comunicación. Durante décadas, el objetivo ha  sido determinar cuál y cómo es la influencia de los mensajes en la conducta del público, pero difícilmente se haga hincapié en las necesidades y los intereses de la audiencia.

 De hecho, alcanza con ver la discusión planteada por el Gobierno para justificar la Ley de Medios en contra de los monopolios, para comprender que existe una adhesión total a las teorías que  surgieron en Estados Unidos a partir de las décadas del 30 y el 40 y que basaron sus postulados en la supuesta pasividad  del público, incapaz de establecer otras conductas que no sean aquellas  que impone el mensaje dominante.

 Las redes sociales e internet en general rompieron con ese modelo. El fluir de la información dejó a la estructura verticalista en el pasado y puso a los interlocutores en igualdad de condiciones.

 El cambio ha sido tan brusco que se produce un ida y vuelta extraño, donde los periodistas creen entender la demanda informativa del público y el público se siente capaz de manejar la agenda de  noticias de los medios. Allí se vuelve a plantear el tema de los microclimas; entre el universo acotado de las redacciones y las exigencias de quienes consumen medios; expresadas en algo llamado  hashtag (HT), y que no es más que la etiqueta para definir de qué se está hablando en un instante determinado.

 Es una tendencia que llegó acompañada del consumo multimedial. Es la posibilidad de ver la tele y comentar al mismo tiempo en una gran aldea cibernética, donde todos hablan, opinan y gritan sin  escucharse. Habrá personajes más importantes que otros, por prestigio y por conocimientos, pero es algo que también se construye en las redes.

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