El alcanfor dicen los que saben que es “una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre”. Se encuentra en la madera del “alcanforero”, un enorme árbol perenne originario de Borneo, Asia.
El alcanfor está en la corteza del árbol Laurus camphora, aunque en su mayoría se obtiene a partir del aceite de trementina, y se puede presentar en tres formatos: líquido, aceite y crema, según para lo que se vaya a usar. Siempre debe aplicarse de manera tópica, pues ingerirlo puede ser tóxico y peligroso para la salud.
Uno de los pocos refranes que menciona a dicho vocablo glosa lo siguiente: “Caja que tuvo alcanfor, quédale el olor” en referencia a su potente olor.
Más de uno, ha de guardar en algún rincón de la memoria aquel aroma que solía acompaña en los inviernos o cuando algunas epidemias amenazaban a los chicos. Me refiero al aroma de aquel contra-pestes que se llamaba alcanfor y que el avance de la medicina lo borrara del mapa.
En esas circunstancias, las madres solían colocar en una pequeña bolsita de tela una tableta cuadrada del tamaño de media cajita de fósforos y luego la prendían con un alfiler de gancho en las prendas interiores de los niños. Seguro que andar con esa pastilla encima, era como sentirse protegido de una gripe, tos, fiebre u otro malestar convirtiéndolo realmente en un talismán poderoso.
El aroma del alcanfor era muy penetrante y denunciaba fácilmente a quién lo llevaba encima. Ahora se consumen ciertos fármacos, ya determinados para protegerse de algunas pestes o epidemias, en aquellas décadas del treinta y del cuarenta, andaban pasados del aroma que despedían aquellas cuadradas pastillas de alcanfor.
Las mismas no tenían mucha duración y llegaban a desaparecer. Cuando ello sucedía las madres las renovaban por una nueva. Aquel producto fármaco que marcara una época, se adquiría en las farmacias sin necesidad de receta.
La madera del alcanfor también se utiliza para realizar delicadas artesanías como estuches y vistosas cajas. Y se realizan velas de alcanfor, dicen que ayuda “a mantener los espacios limpios y libres de energías densas”. Vaya uno a saber.
En esas décadas, comenzado las clases, el aula estaba inundado por el olor del alcanfor. Cada uno tenía colocada en sus ropas íntimas una bolsita de tela con una pastilla de ese producto. La poliomielitis acechaba a los niños… Todavía no había una vacuna contra ese flagelo y la pastilla era un método “casero”, que había adoptado la población para evitar el contagio.»
Este compuesto se ha utilizado siglos atrás como un remedio natural antiséptico, analgésico, insecticida e incluso aromatizante y aunque quizás a algunos no le suene por el nombre, seguro que lo ha olido en alguna ocasión, pues muchos ambientadores, spráy para lesiones o el conocido bálsamo para respirar mejor tienen el alcanfor entre sus ingredientes.
No está probado científicamente las propiedades para la aplicación de la “bolsita” pero…la sabiduría popular así lo aseguraba.
En 1962 la vacuna Salk es reemplazada por la vacuna oral de Albert Sabin que es más fácil de administrar. En nuestro país la enfermedad está eliminada desde 1984. Y le rindo un homenaje al Doctor Jonas Salk por lo realizado y por su humildad. Cuando le hablaron de patentar su descubrimiento, dijo: “No va haber patente, ¿se puede patentar el sol?”.
Gentileza:
Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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