San Rafael, Mendoza martes 30 de abril de 2024

Un viaje de ida – Por:.Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

Quienes gozamos con la noble tarea de la lectura, sabemos que los libros tienen un valor por encima del precio al que se compren. Cuando los adquirimos, se nos inviste con la responsabilidad de su cuidado. Proclamamos, así, un juramento silencioso al roce de sus páginas, al brillo de su portada y a las últimas hojas en blanco. Si el lazo perdura, si continúa durante el paso inexorable del tiempo mortal, formaremos un vínculo tan profundo que la obra pasará a ser parte de nuestro propio ser. Es por eso que, formada esta unión, otros son los riesgos y deberes. Hay que tener mucho cuidado al decidir quién echará mano a nuestra alma impresa. 

El cuarto estaba tal cual lo había dejado la noche anterior. El brillo de la mañana entraba por el ventanal y bañaba todo en una estela dorada. Cuando Rafael se acercó a su sillón de lectura, pudo incluso percibir el aroma a tabaco y papel añejo que emanaba de la pequeña mesita ubicada al costado derecho. Se acercó a la mesita y tomó el viejo tomo de tapa dura. Sobre su cubierta de cuero negro curtido, resaltaba un enorme número dos en dorado. Lo miró con amor, con los ojos tranquilos y la sonrisa ancha, como cuando se mira a un ser amado. Esa saga era su más profunda definición de perfección.

Con el libro apoyado contra el pecho se acercó a su biblioteca. Los estantes estaban poblados de diferentes obras que confeccionaban un infinito tapiz con sus lomos coloridos. Todo estaba ordenado alfabéticamente y agrupado por género. Era, sin lugar a dudas, un trabajo hecho con pasión. La saga, aquella heredada de su padre tantos años atrás, tenía un lugar especial. Justo en el medio de la biblioteca, en un estante resguardado con un fino vidrio pintado, aguardaba la mano de su dueño con perpetua paciencia. Rafael levantó el vidrio y devolvió el tomo dos al lugar que le pertenecía. Con la sonrisa aún pegada al rostro, estiró su dedo en busca del tomo tres, pero en su lugar solo había un profundo espacio vacío. Desconcertado, pensó que se trataba de un error. Seguramente lo habría sacado junto con los otros y lo habría depositado en la pequeña mesita junto al sillón. Sin embargo, no pudo evitar que una extraña sensación de ausencia se gestara en su pecho.

Buscó en la mesa, pero allí solo estaba el tomo uno. La sensación se hizo más fuerte y comenzó a fusionarse con la rabia. ¿Acaso alguien se lo había llevado sin su permiso? Quitó los almohadones del sillón, abrió todos los cajones del escritorio, escudriñó minuciosamente cada uno de los estantes, pero todos los esfuerzos fueron en vano. El libro no aparecía por ningún lado. Con largos pasos pesados salió del cuarto dando un portazo. Bajó las escaleras y buscó a su mujer, quien hacía tostadas con el pan del día anterior. En la cocina todo olía a fin de semana.

– ¿Vos tocaste el tomo tres de mi Saga? –Le dijo con una calma que escondía una furia creciente.

– Primero “buenos días”, ¿no? –Le respondió ella, mirando por encima del hombro.

– ¿Lo agarraste vos o no? –Rafael comenzaba a perder la compostura. Sentía los puños apretados a los costados.

-No tengo idea de qué me hablás, Rafael. ¿Por qué no venís a tomar unos mates y desp…?

-¡NO QUIERO TOMAR MATE, JULIA! –El grito terminó por quebrar las ataduras de la ira. ¡QUIERO LEER MI SAGA! ¿Entendés lo que te digo? ¿¡Eh!?

-¡A mí no me vengas a levantar la voz! –Julia señaló a su marido con el cuchillo que había estado utilizando para cortar el pan en rebanadas. –Te digo que no sé de qué me estás hablando, así que te calmas o te vas ¿Estamos?

Rafael dio dos pasos hacia su mujer. Apretó nuevamente los puños y sintió el irrefrenable deseo de levantarlos. Abrió la boca mientras Julia lo medía con la mirada y el cuchillo todavía en la mano. A punto estuvo Rafael de dar el paso final, cuando su vista se perdió en la pared detrás de su mujer. ¡Por supuesto! ¡Sí, sí! ¡Eso era! Rafael dio media vuelta y salió corriendo de la cocina. Subió los escalones de dos en dos y entró a su cuarto de lectura. Fue hasta la biblioteca, abrió el pequeño estante vidriado y metió la mano hasta el fondo. Las yemas de sus dedos rozaron algo pequeño y arrugado. Cuando sacó la mano, sus dedos sujetaban un pequeño pedazo de papel. En letra manuscrita y apurada estaba el nombre de un viejo conocido.

El tomo tres, víctima de un préstamo que nunca conoció el retorno, estaba en manos de otro. Rafael, profundamente angustiado, rememoró el momento exacto de aquella decisión fatídica. Se dejó caer al suelo, derrotado. Solo quedaba esperar que, en el afán de continuar con la parte final, el tercer tomo encontrara el camino de regreso.

 

Gentileza

Lic. Lucio Ravagnani Navarrete

 

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