Siguiendo esta idea, vemos entonces que, tal como enseña San Agustín «Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la celestial. La primera se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor.
La primera está dominada por la ambición de dominio en sus príncipes o en las naciones que somete; en la segunda se sirven mutuamente en la caridad los superiores mandando y los súbditos obedeciendo. Aquella ama su propia fuerza en los potentados: ésta le dice a su Dios: Yo te amo Señor; tú eres mi fortaleza» (De Civ. Dei, XIV, 28).
Ambas ciudades, la celestial y la terrenal, se dan simultáneamente, en un mismo tiempo, porque siempre hay hombres que pertenecen a una y a otra. Pero también sucede que en algunos tiempos prepondera una sobre la otra. Esto es lo que hace espiralado al tiempo histórico. Hay momentos, hechos y personas de la historia que se acercan a la ciudad celeste, que se glorían en Dios, que se fundan en la fe, que buscan la reyecía de Cristo (“Es necesario que Cristo reine”); mientras que otros momentos, hechos y personas de la historia se anclan en la ciudad terrena, se glorían en su propia fuerza, en su ideología, se fundamentan en el odio a la fe (“No queremos que este reine sobre nosotros”) y colaboran de este modo con el reinado del anticristo.
Esto que muy simplificadamente se esbozo aquí, es lo que podemos constatar en la Historia Universal (como se ha hecho en Conferencias anteriores a esta), también lo podemos observar en la Historia Patria. Es importante destacar que se entregará certificado de asistencia.-
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