Desde 1872, estaba prohibido en Buenos Aires el sistema “¡agua va!”, nombre que deriva de la alerta dada por cada vecino cuando abría su ventana y arrojaba a la calle el contenido de las vasijas de noche.
Una controvertida ordenanza aplicaba multas de 500 pesos a cada infractor si el agua estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia. Este expeditivo “sistema”, en una ciudad que no contaba con redes de provisión y desagües, nos habla sobre la indeterminación espacial que rodeaba a las actividades de aseo personal en las residencias porteñas.
En aquellos años, era habitual el uso de los denominados “servicios” o “vasos necesarios”, junto con bacinillas y “sillicos”, que permitían satisfacer las necesidades fisiológicas sin necesidad de trasladarse hasta la zona del fondo de la casa, donde habitualmente estaban las letrinas apareadas, una de la familia, y otra para el personal. Ambas desaguaban a un pozo negro, con los peligros de contaminación del pozo del aljibe que proveía el agua para el consumo humano.
Dadas las pobres condiciones sanitarias y de vivienda de los sectores populares en la urbe, no les era permitido a éstos contar con servicios de provisión de agua y desagües que permitieran el más decoroso aseo. De allí la necesidad de instrumentar limpiezas populares, mingitorios y baños baratos que permitiesen una permanencia prolongada en el agua, pues nadar era, en suma, una forma de lavarse. Y también una instancia de sociabilidad más que importante, en un momento donde iban adquiriendo perfil propio barrios y expresiones populares nacidas de la rica amalgama cultural entre criollos e inmigrantes.
Desde 1872 hasta aproximadamente 1923, imitando a Londres, se instalaron en Buenos Aires mingitorios en las avenidas, en las esquinas y al centro de la calzada. Los primeros de que se tiene conocimiento se ubicaron en el paseo de Julio (actual Av. Leandro N. Alem). También funcionaron en algunas plazas. Con posterioridad se instalaron otros en Plaza Constitución, Plaza Once de Setiembre, Plaza de Mayo, Callao esquina Santa Fe y Rivadavia y Bolívar.
Tales construcciones van quedando abandonadas poco a poco, no sabemos si por incuria de la municipalidad, lo que sería lamentable o por falta de uso. Uno de esos “quiosquitos”, que uno anhelaría encontrar y por el cual daría cualquier cosa en un momento dado.
Finalmente, los antihigiénicos mingitorios de chapa y madera fueron reemplazados por baños subterráneos, merced a la Ordenanza Municipal del 8 de mayo de 1923.
Para esa misma época también existían en Buenos Aires casas de baño, pero para ducharse. Eran gratuitos y los atendían empleados públicos que proveían de jabón y toalla. Los utilizaban preferentemente los obreros que salían de las fábricas y la gente que vivía en pensiones o conventillos en los que carecían de adecuadas instalaciones sanitarias. Algunos de ellos estaban en Caseros 75, Avenida Sáenz 3460, French 2459, Córdoba 2226 y Caseros 768. Largas colas de usuarios esperaban pacientemente en las tardes sabatinas. Los baños públicos en Buenos Aires eran muy frecuentados, en especial porque la escasez de agua era común en las zonas más alejadas del centro y los convertía en eficaces reemplazantes del aseo en tina -con agua pagada al aguatero- que era moneda corriente entre los más humildes.
Por aquellos años, el auge de los baños públicos gratuitos hizo que la comuna proyectara una campaña de difusión orientada a exaltar la importancia de la higiene corporal en la profilaxis de todas las enfermedades. La totalidad de hombres y mujeres que asistían a estos baños en 1926 superaba los 880.000 concurrentes.
La situación en Buenos Aires -corroborada por los viajeros que nos visitaron en 1910- parece haber sido bastante distinta respecto a la importancia del aseo personal. En el ámbito local, a diferencia de Francia e Inglaterra-, los principios y hábitos higiénicos alcanzaron un grado de arraigo y desarrollo poco comunes. Hecho que se encuentra reflejado tanto en la frecuencia del aseo como en la variedad de artefactos que comprendía el baño argentino, y que aparece sólo parcialmente en países de otras latitudes. Aunque no sólo era una cuestión de número, sino de hábito: la propia Dirección de las Obras de Salubridad en el verano de 1900 con tono quejumbroso declaraba que las dificultades de abastecimiento de la ciudad derivaban de que: “Buenos Aires entero se baña “.
En la actualidad diría que van quedando fuera de uso por ser insalubres, al no observar la higiene que amerita. En París, resolviendo el tema, (solo a hombres) instalando mingitorios públicos a los que bautizaron «uritrottoirs» (una mezcla de las palabras «orinales» y «veredas». Se trata de pequeños rectángulos rojos, decorados con plantas -parecidos a un buzón- en los que los ciudadanos pueden orinar sin que se despidan olores desagradables. Y, de paso, así contribuyen para producir compost.
Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
Sé el primero en comentar en «Buenos Aires entero se baña – Por:.Beatriz Genchi»