Si la Iglesia se obsesiona con esos temas puede «caer como un castillo de naipes», dijo en una entrevista con una revista jesuita, de inmediata repercusión en todo el mundo; afirmó que nunca fue «de derecha»
ROMA.- Aborto, gays, divorciados, anticoncepción, el papel de la mujer, su pasado, su «autoritarismo», la intimidad de la toma de decisiones en el Vaticano. En una histórica entrevista publicada ayer, el papa Francisco incursionó nuevamente sin medias tintas en algunos de los temas más controvertidos del catolicismo y dejó sentada su visión aperturista de una Iglesia «más sencilla, más profunda e irradiante».
«No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre el peligro de caer como un castillo de naipes», afirmó.
La entrevista, concedida al padre Antonio Spadaro, director de la reconocida revista jesuita Civiltà Cattolica, y reproducida en publicaciones jesuitas de 16 países, tuvo una inmediata repercusión en todo el mundo, donde se subrayó el tono «aperturista y franco».
La Iglesia Católica debe ser como «un hospital de campaña tras una batalla», abriéndose a «heridos», como los divorciados vueltos a casar, los homosexuales y las mujeres que abortaron, afirmó Francisco. Fueron seis horas de diálogo, a lo largo de tres días (el 19, el 23 y el 29 de agosto), en las que demostró no sólo gran sensibilidad, cultura y espiritualidad, sino sobre todo una apertura sin precedente para un Pontífice.
«El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos», afirmó. «Esta Iglesia […] es la casa de todos, no una capillita en la que cabe sólo un grupito de personas selectas», dijo.
Así como había hecho en la célebre conferencia de prensa en el avión que lo trajo de vuelta de Río de Janeiro tras la Jornada Mundial de la Juventud, a fines de julio, Francisco demostró que no les teme a los asuntos delicados. Se definió a sí mismo como «un pecador», habló de sus tiempos difíciles como provincial de los jesuitas en la Argentina, con sólo 36 años, cuando lo acusaron de ultraconservador, y afirmó: «Nunca fui de derecha».
Pero lo más significativo fue que, con su estilo directo y claro, expresó que la Iglesia Católica debe cambiar y mostrarse más misericordiosa para poder sobrevivir. «La Iglesia a veces se encierra en pequeñas cosas, reglas mezquinas», dijo. Sin embargo, subrayó con claridad que se necesita «tiempo» para sentar las bases de un cambio verdadero y eficaz.
«Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad», dijo.
«Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Hay que comenzar por lo más elemental», clamó.
En una autocrítica, Francisco lamentó que la Iglesia se hubiera dejado «envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos», cuando «lo más importante es el anuncio».
Al reiterar conceptos que expresa desde su elección, en marzo pasado, Francisco volvió a señalar que los ministros de la Iglesia «tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo». «Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado», afirmó.
En esa línea, y más allá de que puso en marcha diversas comisiones para analizar cambios en la curia romana, en el cuestionado Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano, y demás entes económicos, Francisco dejó en claro que su prioridad es otra.
«Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse», dijo.
«El pueblo de Dios necesita de pastores y no funcionarios «clérigos de despacho»», destacó, en una crítica a cierto tipo de hombres de la Iglesia.
El Papa también volvió a sorprender por su trato de la cuestión de los homosexuales. «En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos «heridos sociales», porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre los ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso», señaló.
Luego de recordar que en el vuelo de regreso de Río había dicho que si una persona homosexual «tiene buena voluntad y busca a Dios», él no era «quién para juzgarla», volvió a destacar que sólo había afirmado algo que ya está en el Catecismo.
«La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal», sentenció.
Y fue más allá con una anécdota: «Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: «Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?». Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas, y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia».
Tras afirmar que «el confesionario no es una sala de tortura», Francisco manifestó su apertura no sólo a los divorciados que se vuelven a casar, sino también a las mujeres que abortaron. «Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de su matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar su vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?», se preguntó el Papa.
«No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello», agregó, aludiendo a críticas recibidas siendo arzobispo de Buenos Aires por no ser intransigente y rígido en cuestiones de moral sexual.
«Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar», siguió.
El Papa también dijo que ve un mayor papel de la mujer en la Iglesia, pero sugirió que no incluiría un cambio en la actual prohibición al sacerdocio femenino.
«Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Sólo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino», dijo Francisco.
Seguramente consciente de que sus declaraciones causarán gran revuelo en sectores conservadores y tradicionalistas de la Iglesia, Francisco fue aún más allá al afirmar que «las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes».
«Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte, es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús.»
EQUILIBRIO
Al reconocer que la Iglesia Católica en los últimos años cayó en una grave crisis, con fieles que la abandonan por no sentirse acompañados por los pastores, Francisco llamó a encontrar un nuevo equilibrio porque, de otra manera, «el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio».
En conclusión: «La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante».
Si de ir a lo esencial y a lo sencillo se trata, en las tres conversaciones que sostuvieron el Papa y Spadaro, con quien dialogó en italiano en Santa Marta, la residencia vaticana donde Francisco vive desde marzo pasado, el periodista se quedó impresionado por la austeridad de la habitación y la calidez del trato.
«El ambiente es simple y austero. Sobre el escritorio, el espacio de trabajo es pequeño. Me impresiona lo esencial de los muebles y las demás cosas. Los libros son pocos, son pocos los papeles, pocos los objetos», señaló en la introducción de la entrevista.
Spadaro también subrayó que Francisco le había mencionado su gran renuencia a conceder entrevistas. «Me había confesado que prefiere pensar las cosas más que improvisar respuestas sobre la marcha en una entrevista. «No me reconocía a mí mismo cuando empecé a responder a los periodistas que me lanzaban sus preguntas durante el vuelo de vuelta de Río», me dijo el Papa.»
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