San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

Toca el violín, Charlie – Por:.Lic.Lucio Ravagnani Navarrete

La búsqueda humana por un refugio es la historia de la supervivencia de la especie. Desde las contingencias climáticas hasta los embates de la vida cotidiana, anhelamos ese lugar de resguardo y sosiego que nos permita bajar la guardia y volver a nuestro yo. Los muros del hogar, el confort del fuego o la puerta cerrada que ciega la mirada fisgona de aquel Otro son los diferentes avatares guardianes de nuestra mente cansada. Hemos dominados estos elementos a tal punto que no nos consumimos ante la idea de su caducidad. Una pared derrumbada se vuelve a levantar. Un fuego en brasas revive con un soplido vital. Una puerta se atranca nuevamente con otro giro de llave. Pero ¿qué sucede cuando un asedio imparable destroza el refugio de nuestro Ser? ¿Cómo se reconstruye una psiquis carcomida, un alma destrozada? Hay defensas que, derribadas por quienes juraron protegerlas, solo dejan pasar la más agonizante oscuridad.

El día en de su cumpleaños número dieciséis, Charlie encontró el estuche decorado con un moño sobre la mesa de la cocina. Sobre la negra superficie de cuero reposaba una nota escrita a mano: “Para Charlie, en este día tan especial. Con cariño, Luca.” Las manos de la adolescente temblaban de emoción, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en su rostro. Quitó el moño plateado, liberó las trabas y lo abrió. Allí estaba, un Stradivarius marrón con detalles en dorado y un arco de madera trabajada. Charlie no pudo reprimir un pequeño grito de emoción.

Desde pequeña la música la había cautivado. Escuchaba durante horas las largas y magistrales interpretaciones de artistas como Vivaldi, Bach y Alvinoni mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por las notas que quedaban suspendidas en el aire. Los fines de semana practicaba sencillas partituras con un viejo violín prestado por un vecino, mientras su madre la miraba y sonreía desde la puerta de la cocina. En aquella sonrisa sincera ocultaba el inmenso dolor que le había provocado la pérdida de su marido y su hijo mayor en aquel brutal accidente automovilístico dos años atrás.

 Anabel o “la viuda Raggazi” como la conocían en el barrio, trabajaba tiempo completo en una lavandería que se encontraba a unas diez cuadras de su humilde hogar. Era una mujer aún joven y de mirada profunda que no se vestía de forma elegante ni usaba maquillaje. Su empleo no permitía pagar vacaciones en la playa ni un instituto privado de música para su hija, pero alcanzaba para poner el pan en la mesa y eso era lo que importaba.

Así pasaron los años en los que madre e hija se apoyaban mutuamente para enfrentar las adversidades que la vida ponía en su camino. En la lucha del vivir estaban cuando el joven Luca Jehnssen, de veintitrés años, apareció en sus vidas.

Era estudiante universitario y jugaba al Rugby en un equipo de medio pelo muy cerca de donde Charlie asistía a clases. Había interceptado a la joven una tarde, luego de entrenamiento, cuando esta se disponía a volver a su hogar y le había ofrecido llevarla hasta su casa. Charlie había visto a Luca jugar y su corazón adolescente no había resistido el musculoso metro ochenta del universitario. Ruborizada, con los ojos entrecerrados y jugando en la punta de su cabello rubio, la joven aceptó y se subió al Chevrolet gris del muchacho.

Anabel había mirado con ojos sospechosos aquella incipiente relación entre su hija pequeña y aquel estudiante de cara bien afeitada y ropa deportiva, pero como Luca siempre se había comportado con caballerosidad y su hija se veía feliz a su lado no opuso mayor resistencia. El joven vivía en un departamento del centro que su padre había comprado cuando comenzó los estudios. Charlie solía quedarse allí por las tardes disfrutando la música de algún concierto en vivo grabado hace mucho tiempo o las variadas discografías descargadas en la computadora que formaban la colección de su novio. El padre de Luca era un importante hombre de negocios y contaba con un muy buen pasar económico (había sido él quien le dio el dinero a su hijo para poder comprar el instrumento, aunque Charlie no lo supiera) y había aprobado la relación sin involucrarse demasiado. Ahora, sola en el departamento, Charlie contemplaba su preciado regalo con ojos brillantes de niña.

Así se disponía a probarlo, apoyando la mejilla contra el suave cuerpo del violín, cuando la puerta se abrió y Luca entró al lugar.

-Amor.- La voz de Charlie, aguda a causa de la emoción y la sorpresa, rebotó contra las paredes.- ¿Terminaste temprano las clases hoy? ¡Muchas gracias por el regalo!

-Bah, no fue nada. Es un día especial y quería darte algo acorde.- Había dejado la mochila sobre el sillón de un cuerpo y avanzaba con una sonrisa hacia su novia.- ¿Sabes que me encantaría en este momento? Escucharte tocar.

Charlie se había ruborizado y miraba el arco y el violín  como si no fueran compatibles entre sí.

-No sé, me da vergüenza. Además, yo sé más teoría que otra cosa. Tengo muy poca experiencia.- Seguía mirando el set, como si encontrar el rostro de Luca fuera a romper el hechizo.

-Charlie.- La voz de él era confiada y segura.- En unos días se va a cumplir un año que empezamos a salir. ¿No te parece que ya es hora? Después de todo, soy tu novio ¿o no? Si no podés mostrarme tu talento a mí, entonces ¿frente a quién va a ser?

-No, Luca. No siento que esté preparada. El regalo es hermoso y estoy sumamente agradecida, pero prefiero usarlo más tarde. Tal vez algún otro día.

El rostro de Luca se ensombreció de golpe. Caminó lentamente hacia un sillón que se ubicaba justo en frente de la muchacha, y se dejó caer pesadamente. Las manos sobre los apoya brazos y la espalda muy recta.

-Vamos, Charlie, toca aunque sea una canción corta.- Su tono ahora era grave y pesado.- ¿O es que no te gustó mi regalo?

-Sí, me gusta. Es solo que…

-¡Entonces toca!

-No, Luca, no quiero…

Luca se levantó despacio. Fue hasta la esquina donde reposaba un pequeño banquito plegable. Tomándolo con firmeza lo armó y colocó detrás de Charlie. Luego se plantó frente a ella y, apretándole la muñeca derecha con toda su fuerza de deportista, la sentó con brusquedad. Los ojos de la muchacha comenzaron a ahogarse en lágrimas.

-Toca, Charlotte. ¡TOCA!

La joven levantó el Stradivarius y lo posicionó bajo su mejilla izquierda. Levantó el arco y comenzó a hacer salir las primeras notas melancólicas y grises. El llanto que rodaba por su ahora pálido rostro abría la puerta de un amargo y desgarrador sufrimiento. Mientras Luca, sentado en el sillón de un cuerpo, miraba y sonreía de forma oscura, la forzada Charlie intentaba contener pequeños ahogos. Para ella la música nunca volvería a ser lo mismo.

Gentileza:

AUTOR: Lucio Ravagnani Navarrete.

EMAIL: ravagnani.lucio@gmail.com

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