Sabemos que no solo los adultos padecen esta alteración anímica. De hecho, la depresión en niños es más frecuente de lo que creemos. La sufren, aproximadamente, el 5 % de los menores, incluyendo a los adolescentes. Se trata de un trastorno del estado de ánimo que afecta a las emociones y los pensamientos.
Hay que tener en cuenta que no es lo mismo sentir tristeza o estar decaído que estar deprimido. Evidentemente, tampoco es indicio de debilidad personal. Y, por supuesto, no se trata de un estado que pueda modificarse a voluntad.
Cuando hablamos de depresión nos referimos a un estado persistente de tristeza que afecta a su vida cotidiana, a sus relaciones sociales y familiares, y a nivel académico o escolar.
La abulia es uno de sus síntomas más habituales. Se refiere a la falta de ganas y motivación para hacer algo. A la dificultad para iniciar una actividad por iniciativa propia. Ello provoca, a su vez, complicaciones a la hora tomar decisiones por uno mismo.
Al igual que en los adultos, la causa de la depresión en niños suele ser una combinación de factores genéticos y ambientales. Entre estos últimos figuran el entorno social, familiar y escolar. Algunos ejemplos de condicionantes que pueden favorecer, que no generar, la aparición de un trastorno depresivo son:
- Un estilo educativo excesivamente estricto o demasiado sobreprotector.
- La pérdida de alguno de los progenitores.
- La influencia de unos padres muy perfeccionistas.
- Problemas físicos.
- Dificultad en las relaciones sociales o problemas de acoso.
¿Cómo sé si mi hijo tiene depresión?
En muchos casos se suelen subestimar algunos de los síntomas que advertimos en ellos. A menudo se atribuyen a un mal comportamiento del menor o a una conducta problemática. Y entonces caemos en la tentación de ponerles la etiqueta de ‘inatentos’, ‘introvertidos’, ‘quejicas’, etc.
Para tratar de discernir si las alteraciones que sufre vuestro hijo están relacionadas con un trastorno depresivo, os vamos a dar algunas pistas que pueden ayudaros. Las hemos detallado en función de la edad. Si vemos que cualquiera de estas señales se mantiene en el tiempo de manera prolongada, debemos acudir a un profesional. Este se encargará de evaluar y tratar al niño.
Menores de 7 años
Normalmente empiezan a mostrar una mayor irritabilidad, sostenida en el tiempo. Pueden expresar su desasosiego con rabietas frecuentes, llanto inmotivado y quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales…). También con la pérdida de interés por los juegos habituales, cansancio excesivo y abulia. O, por el contrario, con aumento de la actividad motora. Incluso es posible que no lleguen a alcanzar el peso apropiado a su edad cronológica, que presenten un retraso psicomotor o muestren dificultades en el desarrollo emocional.
De 7 años a la edad puberal
Podríamos clasificar las señales en tres grupos:
- Afectivo/conductual: irritabilidad, agresividad y agitación. O bien, enlentecimiento motor, falta de energía para hacer cosas y ausencia de motivación. También tristeza, sensación frecuente de aburrimiento, culpabilidad y, en ocasiones, ideas recurrentes de muerte.
- Cognitiva/escolar: baja autoestima, falta de concentración y disminución del rendimiento académico. Asimismo, fobia escolar y problemas de comportamiento en el centro educativo y en la relación con sus iguales.
- Somática: dolores de cabeza, dolor abdominal y dificultades en el control de esfínteres. Además, pueden tener problemas para dormir o un exceso en las horas de sueño, bajo peso para su edad cronológica y disminución o aumento del apetito.
Adolescencia
Los síntomas son semejantes a los del grupo anterior. No obstante, podemos encontrar algunos más, como inquietud, mal humor, agresividad y sentimientos de no ser aceptado. También es habitual la falta de colaboración con la familia, el aislamiento social y el descuido del aseo personal y el autocuidado. Igualmente, son comunes los autorreproches, la imagen deteriorada de uno mismo y, en general, la disminución de la autoestima. Pueden darse, incluso, conductas de riesgo (abuso de sustancias adictivas, hurtos, fugas…).
¿Qué puedo hacer?
Los padres se preguntan a menudo qué pueden hacer para ayudar. Pues bien, algunas conductas o actitudes de los progenitores son el mejor apoyo para que sus hijos tengan un buen manejo emocional. Estas son las fundamentales:
1. Aumentar las habilidades de control emocional
Es esencial que el niño reconozca sus emociones. Para ello podemos proporcionarles instrumentos para su gestión, como la relajación y expresión de sentimientos.
2. Ofrecer un espacio fiable de diálogo
Debemos propiciar un entorno en el que pueda compartir sus emociones de manera segura. Es decir, un ambiente en el que le sea posible expresarse sin temor a sentirse juzgado.
3. Promover actividades placenteras
Ayudarle a programar actividades divertidas y agradables, sin olvidar que es básico que los padres sean un modelo a seguir. Por ejemplo, están demostrados los beneficios del baile para el estado de ánimo. La razón es que promueve los pensamientos positivos, la confianza y el autocontrol, entre otras cosas. Pero se puede elegir cualquier otra actividad física o artística que sea del agrado del menor.
4. Trabajar la aceptación emocional
No pasa nada por estar triste. Tenemos que enseñarles que todas las emociones son importantes y evitar reforzar la idea de que siempre hay que estar feliz. Lo realmente bueno es pasar por todo el abanico de emociones, ser capaces de permanecer en cada una de ellas y manejarlas debidamente.
5. No sobreprotegerlos
Cuando no dejamos que tengan su parcela de libertad para que se desarrollen, adquieran sus conductas básicas y sean autónomos, luego les será muy difícil sentirse seguros de sí mismos. Por eso no debemos olvidar que la sobreprotección no les ayuda en absoluto.
En conclusión, es fundamental que, si existe la sospecha de que un niño está sufriendo un trastorno del estado de ánimo prolongado, se acuda a un profesional. El especialista podrá hacer una valoración individualizada y ayudarle. Porque la depresión es un problema serio que provoca un gran malestar emocional en el menor. Pero se puede resolver con la intervención adecuada. Así pues, es imprescindible estar atentos a las señales que nos mandan los pequeños de la familia e indagar para descubrir qué les está ocurriendo.
Amaia Igual Fuentes
Psicóloga
Centro Tadi
Fuente:https://saposyprincesas.elmundo.es/consejos/psicologia-infantil/depresion-en-ninos/
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