Corrientes dejaba un regusto amargo a Olivos. El kirchnerismo había apostado fuerte para quitarle a la UCR la única provincia que gobierna. Pero el tema central era otro y doble: tenía esperanzas en un triunfo para tratar de cambiar el clima posterior a las primarias y dar, al mismo tiempo, una señal de recuperación en el interior del país, donde sufrió un significativo drenaje de votos, aun en los distritos que ganó. Pasada la medianoche, los números no le eran favorables.
Todo el PJ alineado con la Presidenta había salido a respaldar a Camau Espínola, intendente de la capital provincial, ex deportista, candidato de peso que ingresó a la política apadrinado por Scioli. Los primeros cómputos favorecían al gobernador Ricardo Colombi, que hace rato se distanció del poder kirchnerista y ha desplegado un enorme aparato político. Fue una elección polarizada, en la que los dos mejoraron respecto de las primarias y licuaron a las otras fuerzas.
La elección tuvo proyección nacional. Cristina Fernández de Kirchner intentó explotar hace un par de semanas el comicio de Bariloche. Fue un ensayo modesto. Allí, el Frente para la Victoria ganó la intendencia. La Presidenta salió a destacar el resultado, se quejó porque los medios no le dieron el relieve que ella deseaba y dijo que el kirchnerismo alcanzó el 54% de los votos: sumó las cifras de su candidata, María Eugenia Martini, y los del Frente Grande, que resultó tercero.
No valió la pena discutir la difícil relación entre matemática y política.
La cuestión para el oficialismo no es Corrientes como hecho aislado, sino lo que se viene cocinando como tendencia en las provincias “chicas”, un conglomerado que representa entre el 32 y 33 por cientodel padrón nacional. Un conjunto que, además, el cristinismo consideraba capital propio, después de Buenos Aires, que condensa el37 por ciento de los votantes del país. En los dos casos, las primarias mostraron una fuerte caída.
La primera señal de lo que estaba ocurriendo en el interior partió de Misiones, cuyo gobernador, Maurice Closs, es hasta ahora un aliado firme de Olivos. La sorpresa llegó con la elección de legisladores provinciales, a principios de julio: ganó el oficialismo local, pero perdió más de 25 puntos en relación con 2011.
Ese dato dejó de ser original en las primarias. El cristinismo, que dos años antes había logrado en el interior resultados por encima de los 60 puntos –y en algunos casos, 70– vio declinar dramáticamente sus rendimientos. El promedio de baja en ese conjunto rondó los 20 puntos.
Hubo casos que superaron por mucho los peores pronósticos de Olivos. El descenso marcó más de 30 puntos en distritos con derrotas inesperadas: Chubut (-32), a manos del ex gobernador y peronista desalineado Mario Das Neves, Catamarca (-33), frente al radicalismo, y San Juan (-32), en competencia con un conjunto político heterogéneo armado sobre la marcha. El récord de pérdida de votos lo tuvo Santa Cruz: allí se impuso la UCR y el kirchnerismo puro dejó en el camino 42 puntos respecto de lo ocurrido dos años antes.
Algunos de los gobernadores de esas provincias creen que el revés a escala local fue expresión del voto castigo a la Presidenta. No dejan trascender valoraciones autocríticas respecto de sus gestiones y tratan de tomar distancia de una relación con el poder central que muchos protagonizaron con entusiasmo hasta hace poco.
El papel presidencial en la campaña es un tema de al menos dos expresiones. Muchos jefes territoriales del PJ –gobenradores e intendentes– consideran que debería hacerse un esfuerzo para darle sentido local a las elecciones. Y en el círculo más próximo a Cristina Fernández de Kirchner parece crecer la especulación de tomar distancia para evitar un mayor impacto político.
Resulta difícil imaginar un resultado adverso que afecte a todos menos a Olivos.
De todos modos, en el PJ bonaerense viven con desconcierto en estos días. No se trata de una toma de distancia, sino de una actitud que se exhibe a veces destructiva –lo ha padecido Martín Insaurralde–, y en otros casos, lejana a las necesidades de campaña. Un dato resulta elocuente: dirigentes de sectores alineados sin vueltas con el cristinismo han recurrido en estos días a Daniel Scioli para evitar una caída más sonora que la que pronostican las encuestas.
Si hay malestar con las perspectivas en Buenos Aires y muchos de los distritos chicos del interior, la desesperanza es mayor en la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza, que suman casi un tercio del electorado nacional y perfilan triunfos opositores.
Corrientes, en todo caso, suma en la misma línea por la expectativa que le cargó el propio oficialismo. Es apenas otra señal de agotamiento.
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