Bailarines de la Compañía de Ballet Ruso del Teatro Mariinsky actúan en el escenario del Teatro Erkel de Budapest, durante un ensayo del título ‘Cenicienta’, compuesto por el ruso Sergei Prokofiev, el 21 de abril de 2019.
Un nuevo estudio concluye que el ser humano interrumpe la información que vaya a alterar la armonía con el grupo
El cerebro humano está diseñado para buscar la armonía absoluta y cada una de sus neuronas tiene un ritmo. Esto hizo que, desde el origen, la gente actuase de una manera organizada.
El caos no convence y, sin que la persona ni siquiera se dé cuenta, el cerebro sublima errores y trata de alcanzar, cueste lo que cueste, la sincronía. Por eso, al mirar un espectáculo de danza, el público siente cierta alegría. “Es brutal, sí. La sincronía transmite muchas sensaciones a tu cerebro. Genera sentimientos positivos”, asegura Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología y miembro del Consejo Español del cerebro. Eugénie Bataille, actriz de comedia musical en Montreal (Canadá) que ha estudiado esto desde que es una niña y es ahora coreógrafa en París, confirma esta experiencia. “Oír seis voces distintas que se funden en una sola pone la piel de gallina. Es increíble. La comedia musical es el arte mismo de la sincronía”, testifica.
“El cerebro humano es la estructura más compleja del universo”, insiste Porta. Una persona tiene una red de conexiones que no se ve en otros animales. Es capaz de interrumpir la llegada de información si así lo decide. Esta habilidad da lugar a un mecanismo eficiente que elimina las señales frustrantes que obstaculizan la sincronización y les ayuda a ajustarse entre ellas. Es la conclusión del estudio reciente publicado en Nature Communications. “Estamos solo al principio de la investigación y quiero ampliar el análisis a más violinistas, a otros instrumentos y a la danza”, explica Moti Fridman, el autor del estudio e investigador en la Facultad de Ingeniería e Instituto de Nanotecnología y Materiales Avanzados en la Universidad Bar-Ilan de Israel. De hecho, a él le hubiese encantado empezar por el baile a modo de continuación de otros estudios existentes desde hace varios años. Le parece muy interesante descubrir también cómo, incluso en el silencio, son capaces de sincronizar su cuerpo sin un murmullo.
El problema es que los movimientos de los bailarines son mucho más difíciles de controlar. “Durante el experimento con los violinistas, me bastaba con apretar un botón para ver qué ocurría. Tengo que pensar cómo aplicarlo al baile”, argumenta. La mañana de este miércoles, Fridman, como de costumbre, fue a su clase de baile. En un momento dado, quitaron el espejo. Lo que ocurrió, asegura, fue muy curioso. Se crearon dos grupos de bailarines que seguían su propio ritmo y diferentes impulsos, pero cada uno con su sincronía. “Vi mi experimento reflejarse en la danza”, dice.
Los investigadores configuraron 16 violines eléctricos aislados para que tocasen repetidamente una frase musical. Los artistas no podían verse ni escucharse entre sí. Solo podían oír la información de los auriculares, cuyo sonido, a veces, se interrumpía para ver qué ocurría y cómo el violinista modulaba su retraso para estar en fase con el grupo. También tuvieron cuidado en no repetir demasiado las notas para que el músico pudiera reconocer el momento de la partitura en la que se encontraban sus compañeros. En segundo lugar, se mantenía la frase musical cíclica, sin un comienzo muy claro, en la misma octava para evitar matices y confusiones. Hicieron lo mismo con varias frases y siempre obtuvieron resultados similares.
¿Y qué sienten los artistas?
El mundo de jazz es un ejemplo curioso. En el momento del espectáculo, todo es improvisado, nada está escrito. Pablo Gutiérrez Calvo, pianista madrileño de jazz, miembro de los conjuntos de Javier Colina, Bob Sands y Joaquín Chacón, entre otros, cuenta que lo más difícil a la hora de dedicarse a este género musical es el ritmo. “Todas las decisiones se toman en un milisegundo”, añade. “Y para que funcione todo en una banda entera tenemos que ir totalmente sincronizados”. Para poder manejar esta instantaneidad, existe una jerarquía. Un solista va a proponer una idea musical frente a la cual todos tendrán que reaccionar, y hacerlo a la vez entre sí a las de cada uno, sin ni siquiera tener tiempo de pensar. “Pensar te haría ir con retraso”, explica Gutiérrez Calvo. El músico no sabría explicar por qué es capaz de hacer eso y habla de magia: “Es fascinante. Estamos en fase todo el rato. Se sincronizan incluso los pensamientos. Es un trabajo colectivo”.
Un punto que le parece esencial es la cercanía entre los músicos, que permite que llegue el sonido “a tiempo real” y no con retardo, como puede ocurrir en una orquesta sinfónica que necesita, por esta razón entre otras, tener a un director. “En el mundo musical en el cual me muevo, la distancia que recorre el sonido de unos a otros es tan pequeña que no se escucha con retardo”, comenta. “No así en un escenario enorme con muchos metros entre intérpretes”.
Su hermano Unai Gutiérrez Calvo es profesor de violín desde 2004 en el Conservatorio Profesional de Música de Segovia, donde ha impartido además clases de Música de Cámara. Él explica que para poder manejar estos obstáculos y conflictos exteriores hace falta interiorizar la sensación de pulso, ritmo y medida. “Hay que tener un pulso común y una sensación rítmica segura para poder fundirse luego en un conjunto”, subraya. A sus alumnos les enseña cómo encajar, les acostumbra a escuchar otras voces desde el principio y va añadiendo componentes externos para que se entrenen en no perder el hilo. “Las interferencias externas a veces son constructivas, como las otras voces, por ejemplo, porque te enseñan a tener una respuesta frente a lo que te plantean y ver el diálogo que se establece. La escucha en tiempo real es seguramente lo más importante”, finaliza.
Sara Sánchez, directora de la compañía de danza que lleva su nombre y de la escuela de danza WiTeam de Madrid, opina algo parecido. Para ella, el mayor obstáculo para que sus bailarines alcancen la sincronía es que escuchen la misma música. “No todos la escuchamos de la misma manera”, comenta. Y ahí es donde entran en juego los cinco sentidos para captar dónde está el grupo y adaptarse a su movimiento cuanto antes. Bajo su punto de vista, hace falta práctica y conocer muy bien al equipo. “Quizás alguien se descompensa y tienen que escuchar al grupo para saber dónde entrar lo antes posible, y eso es práctica”, asegura. Algo que es muy bonito e interesante para ella es que es posible tener movimientos diferentes pero estar en total sincronía con la música: “Para eso, tienes que tener todos los sentidos puestos en los compañeros”.
Bataille aprendió a cantar y adaptarse a la complejidad de una obra gracias a la capacidad de su oído para memorizar los sonidos, los matices y las diferentes voces. “Es difícil sincronizarse cuando no nos vemos”, comienza. Un día, en pleno espectáculo del musical Mamma Mía, ella perdió la cuenta. Tenía la orquesta a su espalda y saltó una página entera de la partitura. Consciente de su error, alargó la nota y el pianista, pendiente de ella, supo recuperar el desvío y guiar a los otros siete músicos. “Hubiese podido arruinarlo todo”, afirma. Otra forma de mantener la sincronía es entender bien por qué está escrita cada cosa, con qué está relacionada, y seguir el hilo conductor de la historia. “Todo está unido y cada elemento está ahí por una razón. Si entiendes la multitud de elementos que interfieren, puedes orientarte”, confirma. Para ella la sincronización es un trabajo enorme y continuo. “Canto porque tiene sentido y encaja perfectamente con el grupo”, remata.
Fuente:https://elpais.com/ciencia/2020-08-20/la-ciencia-explica-como-se-sincronizan-musicos-y-bailarines.html
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