San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

De la independencia entre el miedo y la cuarentena – Por:.Dra. Prof. Andrea Greco de Álvarez

Se hace difícil en el actual contexto de encierro y aislamiento hablar de la fiesta patria de la Independencia. En primer lugar, porque siempre se identificó dicha fecha con la libertad y justamente eso es lo que vemos suprimida en el momento presente. En segundo lugar, porque la independencia implica la autodeterminación nacional de un Estado en relación con el resto de los países y eso también parece estar en duda en una situación en la cual la idolatría de la ciencia, el pánico generado desde los medios de comunicación, o la acción de las entidades supranacionales parecen impartir órdenes mundialistas que impiden que los Estados ejerzan sus verdaderos derechos soberanos[1].

Sin embargo, es posible hilvanar algunas reflexiones históricas que nos permitan acercarnos al sentido de este acontecimiento histórico.

1ª idea: la patria no nació en 1810 ni en 1816

La Patria Argentina nació y por eso está hermanada con el resto de las naciones americanas en el seno del Imperio Español que nos dio un idioma, una cultura y una fe común (por eso somos hermanos) que sumado al sustrato cultural indígena hizo de América una nación nueva y diferente tanto de España como de lo pre-hispánico.

2ª idea: las razones de la independencia no fueron ideológicas sino histórico-políticas

La historiografía liberal ha insistido tanto en las causas ideológicas de mayo (que la revolución francesa, que el anti-españolismo, que el liberalismo y la democracia, que el grito sagrado, que las rotas cadenas…) toda esa cháchara liberal con la que los masones, liberales y anti-españoles, que los hubo, se quisieron robar la revolución[2].

Saavedra, presidente de la Junta nacida en 1810 lo dice:

“A la ambición de Napoleón y a la de los ingleses de querer ser señores de esta América, se debe atribuir, la revolución de Mayo de 1810”[3].

¿Y qué pasó después de ese primer momento de autonomía? Pasó lo que explica en Carta del 4 de abril de 1818 al ministro francés Armando Manuel Du Plessis, al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón y representante de San Luis en el Congreso de la Independencia:

“Antes de restituido el Sr. Don Fernando VII al Trono no hicimos otra cosa, que substraernos a las autoridades tumultuarias de la Península que usurparon su nombre y representación […] posteriormente este acto de suma lealtad ha sido considerado como un crimen, y no nos ha quedado otro refugio para escapar de una injusta venganza que el de no ponernos en las manos de los que han jurado nuestro exterminio”[4].

 También lo explica así Tomás de Anchorena, Congresal por Buenos Aires, en carta a Juan Manuel de Rosas del 28 de mayo de 1846, al pedirle que no permita la impresión del sermón dado en el Te Deum del 25 de mayo por considerar que:

“no es más que un amontonamiento de mentiras y barbaridades contra el Gobierno español y los soberanos de España a quienes protestamos solemnemente obediencia y sumisión con la más firme lealtad en mayo del año diez […] el único modo de hablar con dignidad, decencia y honor del 25 de mayo de 1810, es hablar como habló Ud. en su última arenga y no fingir ni suponer crueldades, despotismo y arbitrariedades que no hemos experimentado”[5].

“el 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII (…) para preservarnos de que los españoles apurados por Na­poleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda[6].

El discurso del Brigadier General Juan Manuel de Rosas al que se refiere Anchorena es el pronunciado ante el cuerpo diplomático reunido en el fuerte del 25 de Mayo de 1836.

“¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. (…) No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella, y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida España (…). ¡Quien lo hubiera creído!…Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo (…) fue interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente.

Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues que ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español (…) tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”[7].

Estas son pues las verdaderas causas de la independencia las que corresponden a los sucesos tal como se fueron sucediendo. Este discurso contiene una notable hermenéutica de la revolución argentina: enlaza los destinos del país independiente con las tradiciones del pasado hispánico. Al regresar Fernando VII al trono se envió una misión a Europa. El fracaso de la Misión Belgrano – Rivadavia – Sarratea ante los Reyes de España no dejó otra alternativa. Es un tema largo intentar comprender las razones de ese fracaso, sólo mencionemos aquí que los enviados procuraban la instalación de una monarquía parte del Imperio. Al respecto escribe Anchorena:

“se dijo públicamente que habían ido a tratar con los reyes padres, es decir Carlos IV y su esposa María Luisa, sobre la coronación en estos países de uno de los príncipes de la familia bajo la forma constitucional”[8].

Así se explica el hecho de la independencia con la lealtad imperial y monárquica de nuestro primer gobierno autónomo.

3ª idea: la búsqueda de una Gran Nación Americana

El Acta de la Independencia Argentina menciona específicamente en su parte de Declaración: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”. No se habla de Provincias Unidas de Río de la Plata, ni de la Argentina, ni otra denominación, sino Provincias Unidas en Sud América. Esta es la idea de la Gran Nación Americana que compartían los tres “Libertadores” de América: Agustín de Iturbide, Simón Bolívar y José de San Martín. Idea que significaba valorar la herencia hispánica y construir la Nación Americana sobre la hermandad entre españoles y americanos. Así lo declara Don Agustín de Iturbide en el Plan de Iguala en México el 24 de febrero de 1821:

“Trescientos años hace que la América Septentrional está bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. (…) ¿Americanos quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une. (…) Es llegado el momento en que manifestéis la conformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños”[9].

Este fue el sentido del encuentro de Guayaquil entre Bolívar y San Martín y la razón por la cual el último dejó su ejército a cargo del venezolano para terminar la guerra civil. Tampoco es obra de la “casualidad” que Agustín Jerónimo de Iturbide, hijo del mexicano, con 20 años de edad fuera edecán de Bolívar y como tal haya participado de la última Batalla de la guerra de la independencia en Ayacucho.

4ª idea: el trigo estuvo mezclado con la cizaña…

Sin embargo, reconocer las dos verdades anteriores no puede impedirnos ver cómo hubo tensiones que procuraban llevar los procesos históricos hacia otro destino: hacia el anti-hispanismo, hacia el liberalismo, hacia la anti-religión y el anti-clericalismo, hacia la tolerancia masónica etc.

Esto es lo que tempranamente denunciaba el Fraile Francisco Antonio de Paula Castañeda, testigo de aquellos años:

“(…) nos hemos ido ale­jando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud nacional, y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter: nuestra revolución fue sin duda la más sensata la más honrada, la más noble, de cuantas revoluciones ha habido en este mundo, pues no se redujo más que a reformar nuestra administración corrompidísima, y a gobernarnos por nosotros mismos en el caso que, o Fernando volviese al trono, o no qui­siese acceder a nuestras justas reclamaciones.

La revolución así concebida no contenía en sus elemen­tos el menor odio contra los españoles, ni la menor aversión contra sus costumbres, que eran las nuestras, ni contra su li­teratura que era la nuestra ni contra sus virtudes que eran las nuestras, ni mucho menos contra su religión que era la nuestra.

Pero los demagogos, (…) impregnándose en las máxi­mas revolucionarias de tantos libros jacobinos, empezaron a revestir un carácter absolutamente antiespañol; ya vistiéndose de indios para no ser ni indios, ni españoles: ya aprehendien­do el francés para ser parisienses de la noche a la mañana; o el inglés para ser místeres recién desembarcaditos de Plimouth”[10].

El propio General San Martín, el hombre que más instaba por medio de sus cartas a los congresales para que se atrevieran a declarar la independencia, sin embargo, no era ciego a las dificultades que aparecían en el horizonte. Estas dificultades son las que confía al representante por Mendoza, Godoy Cruz, en carta del 24 de mayo de 1816. Las tres principales que menciona son: el establecimiento de “un sistema de gobierno puramente popular (…) [con] tendencia a destruir nuestra religión”; “el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles, y mezquinas rivalidades no solamente provinciales sino de pueblo a pueblo”; “los medios violentos a que es preciso recurrir para salvarnos (…) contrastando el egoísmo de los pudientes”. Tales problemas son los que, doscientos años después, siguen aquejando a la Argentina y a las naciones americanas.

5ª idea: la independencia americana aún está por hacerse

Hay un texto por demás lúcido que salido de la pluma de don Tomás Manuel de Anchorena contiene tantas y tan jugosas apreciaciones que bastaría con estudiarlo a fondo para entender muchos aspectos de la realidad histórica americana desde hace doscientos años. Es una carta escrita el 12 de abril de 1842 a su primo Juan Manuel de Rosas, que en apariencia nunca fue enviada pero que consta en un cuaderno borrador de su propiedad de donde la tomó y publicó don Vicente Sierra[11].

Baste, por ahora, para no extendernos excesivamente con algunas de las líneas de Anchorena:

la independencia política de los americanos se ha convertido en una vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república norteamericana (…) mientras nosotros hemos estado ocupados en la guerra (…) los señores ingleses, norteamericanos, franceses y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y necesidades.

Pero Anchorena nos proporciona sus reflexiones acerca de la solución posible:

“el único camino que nos queda para aliviar nuestra desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema, que debe ser el de la federación (…) En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad”.

Conclusiones para el momento actual

No sería extemporáneo procurar hoy poner en práctica estos sabios consejos. Lamentablemente, los gobiernos americanos parecen estar empeñados en el camino contrario. Los buenos patriotas no podemos caer en el engaño, antes bien, al menos levantemos las banderas que indican que la forma de revertir la malograda independencia ha de ser la vuelta a la unidad, a la Verdadera Fe, a la Verdadera Iglesia, al respeto del derecho natural, a las buenas leyes y a su obediencia.

No cedamos ante las presiones, no cedamos ante la imposición del miedo. Los patriotas de 1816 seguramente tenían buenos motivos para quedarse tranquilos en el aislamiento y dejar que a la Patria la hicieran otros. Sin embargo, optaron por el bien común, por el camino más difícil que había que sostener poniendo el cuerpo a las balas.

Cuidado porque el uso político del miedo es tan viejo como la humanidad. Al respecto son interesantes las reflexiones del periodista y polítólogo norteamericano Corey Robin quien en su libro El miedo: historia de una idea política, analiza el uso del miedo como herramienta política a través de la historia. “El miedo como represión política es mucho más común en Estados Unidos de lo que nos gustaría creer, se trata de un miedo a las amenazas contra la seguridad física o el bienestar moral de la población frente a las cuales las élites se posicionan como protectoras, o bien el miedo que sienten los poderosos respecto de los menos poderosos, y viceversa. Estos dos tipos de miedo (…) apoyan y perpetúan el dominio de la élite, induciendo a los inferiores a someterse a los superiores sin protestar ni desafiar su poder, sino adaptándose a él[12].

El miedo político ha sido un concepto empleado por las clases dirigentes a lo largo de la historia. Autores de lo más diversos desde Aristóteles hasta Hobbes, Montesquieu, Tocqueville o Hanna Arendt todos han visto en el miedo una variable importante de la vida social y política de un Estado o ciudad (por más de dos milenios). El miedo o temor conduce voluntariamente al sujeto a la apacible tranquilidad de la vida, pero lo obliga a renunciar a ciertas actitudes de resistencia (pasividad). Por el miedo es posible manipular a una sociedad.

No olvidemos a quienes dieron su vida por la Patria, no olvidemos nuestro origen, no olvidemos que siempre es posible ayudar a otros y contribuir al bien común. Si negamos la verdad del pasado, seguiremos traicionando las obligaciones del presente, en orden al futuro, porque

La patria duerme como un niño, con la cabeza en el regazo de la historia.

Su sueño es dulce y reposado como el que sigue a la virtud y a la victoria.

La patria vive dulcemente de las raíces enterradas en el tiempo.

Somos un ser indisoluble con el pasado, como el alma con el cuerpo[13].

GENTILEZA:

Dra. Prof. Andrea Greco de Álvarez

andreayfernandoalvarez@gmail.com

 

[1] http://www.laprensa.com.ar/490740-Ante-la-tirania-de-la-ciencia.note.aspx, http://www.laprensa.com.ar/488621-Periodismo-panico-y-pandemia.note.aspx

[2] Esto ha sido estudiado con detenimiento y minuciosidad por nuestro maestro Enrique Díaz Araujo en su obra Mayo Revisado.

[3] Saavedra, Cornelio, Memoria autógrafa, Buenos Aires, 1 de enero de 1829, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960: vol. II.

[4] Díaz Araujo, Enrique, Mayo revisado, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2005, p. 187-188.

[5] Irazusta, Julio, Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la circunstancia histórica, 1949, en: De la epopeya emancipadora a la pequeña Argentina. Buenos Aires, Dictio, 1979, p. 226.

[6] Carta escrita poco antes de morir (+ 9 de abril 1847) cit. en Irazusta, J., Tomás M de Anchorena…, p. 221.

[7] “Crónica de las fiestas mayas”, en: Gaceta Mercantil, Buenos Aires, 27 de mayo 1836, n. 3893, p. 2 y 3.

[8] Carta escrita poco antes de morir (+ 9 de abril 1847) cit. en Irazusta, J., Tomás M de Anchorena…, p. 225.

[9] De la Torre Villar, Ernesto y otros. Historia documental de México. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas. Tomo II.

[10] “El Teatro de Buenos Aires”, en: El Desengañador gauchi-político…, n. 2, Buenos Aires, [s/f, 1821], p. 27-28.

[11] Sierra, Vicente, Historia de la Argentina, Buenos Aires, Ed. Científica Argentina, t. IX,  p. 57.

[12] Corey Robin, El miedo: historia de una idea política. México, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 309. Es interesante leer las opiniones de diferentes científicos de diversos países: http://www.laprensa.com.ar/489625-Cientificos-contra-las-cuarentenas.note.aspx, http://www.laprensa.com.ar/490664-Cientificos-contra-las-cuarentenas-II.note.aspx

[13] Bernárdez, Francisco Luis, “La Patria”, en: De poemas elementales, 1942.

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