Porque es el gato que me mira sin entender para qué estoy tanto tiempo en la cama por las mañanas. No lo soporta y me agrede. O yo pienso que me agrede. Intento darle una caricia, un mimo y apenas soporta una rascadita detrás de sus orejas. Después me lame la mano dos veces. Sólo dos veces para preparar el área y clavarme sus colmillos.
No lo hace con agresividad. Me avisa…¿Me estará advirtiendo que ya es hora? ¡Cómo saberlo!
El tiempo se ha desfasado y las horas pasan por delante de mí y yo ahí, como detenida en una de las zagas de “Volver al futuro”. Y es que estoy viviendo una ficción dentro de otra ficción, de otra ficción, de otra ficción…
Como conviviendo en varios planos, no me encuentro a mí misma levantándome a las 10 o a las 11 de la mañana. También hasta llega a dolerme la cabeza por el sueño y el cansancio a la una de madrugada…¡Es que no puedo moverme para desencajarme de mi rincón en el sofá para irme a acostar por las noches…! No puedo. No tengo ganas. No tengo deseos de volver a empezar como en “El Día de la Marmota”. Y la historia que volverá a repetirse al otro día.
Pero NO es así. No se repetirá y será otro día diferente, pero yo no puedo aceptarlo. Por eso no me quiero ir a dormir. Tampoco quiero mirar películas. Ni responder mensajes de texto en el celu. Ni hablar por teléfono aunque sea una llamada gratuita. No quiero recibir llamadas y cuando las recibo me pongo contenta. Las celebro y hasta me emociona mirar a mi familia por video llamadas y ver cómo están todos creciendo allá lejos.
Allá, muy lejos. Como si vivieran a 20.000 km aunque estén nada más que apenas a 300. No los puedo tocar. No puedo hacer planes de viajes. Y tampoco quiero hacerlos. Pienso en los que realmente tienen familia viviendo muy, muy lejos y ya no sufren por esa distancia separatista de pieles que no se tocan hace uno, dos o diez años…Es que estamos tan igualados…como insensibilizándonos…
Y salgo a la vereda y una vecinita de 4 años que me mira y quiere acercarse y ya sabe muy bien “que no debe” y que da vueltas en su bicicleta rosa y vuelve a encararme para mostrarme con una sonrisa su carita con arañitas dibujadas colgando de dos telas…y que me cuenta que ha terminado su clase virtual de jardín de cuatro…Y que vuelve a salir pedaleando y que me mira y regresa con todas las ganas y me muestra una cara dibujada en la parte de arriba de un vestidito que me mostrará más tarde…para explicarme que es de “Vampirina” y que se lo regaló su abuelita el año pasado para su cumple. Y en la quinta o sexta vuelta de bicicleta hace un nuevo viraje hacia mí…Que como un fantasma me siento observada, pero invisible. Como si esa niñita tuviera el poder de verme, como dicen que los gatos “ven lo invisible” y nos conectan con otro plano.
Es que ya no soy yo. Soy otra. En todo. En cada labor doméstica. En cada intento de recomenzar lo empezado para seguir dejándolo “ahí”, frenado. Para dudar de lo que soy y volver a mi archivo periodístico y a las pilas de fotografías de un pasado que ya no vale para nadie. Sólo vale para mí. Para reconocerme en la imagen y en las palabras que salen de revistas, suplementos, diarios…del pasado…Para reconocerme y al colocar una mano sobre alguno de ellos, volver a corporizarme como el Fantasma de Canterville…Como aquel navegante solitario condenado a buscar por los mares del destino, aquello que le permitiera vencer la eternidad y por fin, volver a ser de éste mundo.
Miro al gato y vuelvo a rascarle su cabecita para que vuelva a morderme la mano y me haga sentir que estoy viva y que la voluntad lo es todo. Que tengo que seguir andando y buscando e intentando empezar y terminar algo nuevo y creativo cada día. Y vuelvo a la calesita mágica de la cual imagino la misma música con la misma letra de cada día y la inquietud del gato a alas 10 o a las 11 de la mañana…Ahora en Julio del 2020.
Gentileza: Susana Vargas
Periodista Profesional-Matrícula nº 12.384 Act.-Ley 12.903
Profesora de Portugués
Egresada del Instituto Superior de
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