San Rafael, Mendoza miércoles 27 de noviembre de 2024

Cuando vuelva a clarear – Por:.Beatriz Genchi

Aunque el presente pueda lucir sombrío, no siempre los tiempos difíciles representan malos augurios y la historia de las pandemias lo demuestra

A mediados del siglo XIV, una humanidad imbuida de pensamiento mágico asistió al fracaso tanto de la medicina medieval como al de las recetas sugeridas por las autoridades religiosas. Se cree que la mitad de la población de Europa pereció víctima de su propia ignorancia y la incapacidad de quienes detentaban el poder para controlar la pandemia. Empíricamente, sin embargo, hubo éxitos parciales.

Giovanni Bocaccio escribió en El Decamerón un relato inspirado en jóvenes ricos que, en medio de la peste negra, huyeron de la ciudad a un apartado castillo medieval, se aislaron, se dedicaron a banquetes y a orgías y se salvaron. Mientras el resto suponía que la pandemia derivaba de pecados pandémicos, los profetas del vicio de aquel tiempo lograron mantenerse a salvo aferrándose a lo que entonces se consideraba pecaminoso. No es difícil entrever que este escritor florentino, que según los historiadores de la literatura siempre escribía basado en personajes que había conocido en la vida real, anticipó en sus narraciones la receta del aislamiento social. Fue la única disponible en los cuatro siglos siguientes, lapso durante el cual la peste apareció una y otra vez.

Aunque existe cierta controversia al respecto, es evidente que el frío favoreció la expansión de la peste negra, pues su auge coincidió con el más crudo invierno europeo, en la década de 1340. De ser así, se explicaría el éxito del médico Guy de Chauliac, quien salvó la vida del Papa Clemente VI, durante el cuarto de los siete pontificados de Avignon. Cuando la peste llegó a la sede pontificia, una de sus medidas fue aislar al Papa en medio de grandes fogatas dentro de un amplio recinto, donde la temperatura fue tan alta que el mismo Clemente ironizó al respecto diciendo que ya estaba viviendo en su infierno personal.

El largo fracaso de las autoridades eclesiásticas y políticas, durante cuatro siglos, impulsó reformas progresistas en materia de justicia social. El abandono de las tierras repercutió negativamente en la situación de la nobleza rural, que perdió poder adquisitivo. En cambio, elevó por primera vez en la historia a una clase de jornalero libre, asalariado, cuya escasez le llevó a pasar de peón reemplazable a mano de obra cualificada, revalorizada y poco menos que imprescindible. La caída repentina de la población obligó a los empleadores urbanos a competir para conseguir trabajadores, y los campesinos ricos y señores tuvieron que hacer lo mismo por los labradores o los campesinos que arrendasen sus tierras para trabajarlas. Para el economista alemán Wilhelm Abel, aquella “fue la edad de oro del trabajador asalariado”. El desequilibrio entre personas y recursos no utilizados, ya fueran tierras, equipamiento o talleres productivos, convirtió la demanda de mano de obra en constante y elevada en los años siguientes, lo que mejoró la calidad de vida de la gente corriente.

El arte subió a las nubes con el Renacimiento, y hasta se modificaron los roles de los protagonistas en las obras literarias inspiradas en aquella época. Las restricciones que el poder impuso al teatro popularizaron a autores como Shakespeare, cuyas obras incluyen personajes que piensan como el pueblo llano de la época. Sus libros constituyen uno de los escasos espacios donde puede hurgarse sobre lo que sucedía con los pobres en tiempos de la peste negra.

La gente no olvidó los errores cometidos por las autoridades durante la pandemia, haciendo que los rebeldes ante el orden establecido se convirtieran en ídolos. Se desarrolló el método científico y la muerte ausente en el arte hasta entonces, ocupó su lugar. Tener en cuenta la muerte profundizó la meditación del hombre, que sintiéndose atrapado en angustias sin remedio, experimentó por primera vez una crisis existencial. Reconocer las limitaciones que les imponía la ignorancia, obligó a los hombres a observar con mayor detenimiento los fenómenos naturales dando nacimiento al método científico que levantó su voz ante la magia y la superstición. Cuando finalmente la peste se extinguió a mediados del siglo XVIII, la ilustración sorprendió al absolutismo indefenso. Rodaron hasta las cabezas de los reyes.

Nadie puede gravar a la humanidad por conservar la ilusión de que esa historia se repita, cuando vuelva a clarear.

Gentileza: Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.

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