Ante unos 500 hombres de negocios que se agolparon para escucharlo hasta agotar todas las mesas disponibles, Alberto Fernández se mostró ayer dispuesto a involucrarse personalmente en la pelea contra el alza de precios. Está urgido porque, dijo, no ve que la inflación de los alimentos se esté atenuando pese al congelamiento en los combustibles y las tarifas, y a la apertura de líneas de crédito para la producción, y así se los hizo saber a sus anfitriones en el hotel Alvear: el Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (Cicyp), que preside justamente un ejecutivo de la industria alimenticia, Daniel Funes de Rioja.
Debe ser ansiedad por despejar el futuro: quedaron 170 ejecutivos sin poder entrar y, en los pasillos, varios de rubros diversos hacían esfuerzos por acercarse a saludar y hablar con el Presidente, el jefe de gabinete, Santiago Cafiero; el canciller, Felipe Solá, o los ministros Matías Kulfas (Producción) o Ginés González García (Salud). Lo explica también el tipo de modelo: el peronismo, y en especial el kirchnerismo, han encabezado en general administraciones con las cuales convenía mantenerse en permanente contacto personal. «No estoy en condiciones de volver a la sala de espera de Roberto Baratta», se lamentaba con ironía en agosto, horas después del triunfo del Frente de Todos en las primarias, un empresario del sector de los servicios públicos.
Es cierto que el regreso a ese paradigma tiene para los empresarios efectos secundarios. El más obvio es la pérdida de tiempo y energías. Otro igualmente visible: el anhelo por llevarse bien requiere mesura en las declaraciones públicas. Es lo que pasó ayer en el Alvear, donde volvió a percibirse, con algunas excepciones, un divorcio entre lo que se piensa y lo que se expresa. Nada que Alberto Fernández y Cristina Kirchner no sepan.
«Necesitamos industriales comprometidos con la Argentina, no sólo con los resultados de sus empresas: ¡con la Argentina! -dijo ayer el Presidente-. Y por qué digo ésto: porque el sector alimenticio tiene que hacer una revisión de lo que está pasando. Nosotros hemos ayudado a toda la producción a empezar a recuperarse. Lo hicimos frenando las tarifas de luz y de gas, lo hicimos frenando el aumento de combustibles, lo hicimos abriendo el crédito nuevamente del Banco Nación y del Banco Provincia. No es posible que con todo eso los precios sigan subiendo. Y en esto quiero serles franco, voy a ser implacable, porque no estoy defendiendo a un gobierno, ¿eh?, estoy defendiendo a la Argentina. Estoy defendiendo a los consumidores. Esto tiene que parar. Y tiene que parar, fundamentalmente, porque no tiene lógica que los precios sigan subiendo. Y vamos a ser inflexibles con este tema. Y lo que puede ser, y todo sería más llevadero, es que los empresarios nos ayuden a contener este tema. Un poco con responsabilidad de ellas y un poco viendo si el Estado puede ayudarlos a contener el problema. Pero mucho me temo que el problema tenga más que ver con las expectativas que con la realidad. Expectativas de lo que puede pasar y terminamos pagando los que consumimos. Y eso no tiene sentido».
Lo escuchaban Alejandro y Bettina Bulgheroni, Eduardo Eurnekian, Juan Carlos López Mena, Jorge Neuss, Darío Werthein, Martín Cabrales, Cristiano Rattazzi, Javier Madanes Quintanilla y Rubén Cherñajovsky, entre otros. Algunos de ellos, como Rattazzi, Funes de
Rioja o Miguel Acevedo, presidente de la Unión Industrial Argentina, habían oído conceptos bastante parecidos 24 horas antes en la sede fabril, en un extenso encuentro con Axel Kicillof. «La emisión no genera inflación», les había dicho el gobernador bonaerense, que les enrostró haberles advertido durante el gobierno anterior que los modelos neoliberales de altas tasas de interés iban al fracaso y se mostró confiado en que se podría evitar el default. «Acordar sin romper», lo definió él. Esa perfecta sintonía con los conceptos del Presidente ya no sorprende en auditorios de empresarios. El propio Kicillof se atribuyó en la UIA una influencia significativa en las decisiones del gabinete. «Porque soy el gobernador de la provincia de Buenos Aires y fui ministro de Economía», explicó.
No deja de ser otro anhelo empresarial roto. Alguna vez, allá por diciembre, cuando varios lo recibieron en el Four Seasons, más de uno imaginó que Fernández podría llegar a ser el peronista ortodoxo que estaban esperando, el líder capaz no sólo de desindexar la economía de salarios y jubilaciones sino, al mismo tiempo, de desentenderse de aquélla que lo llevó al poder, Cristina Kirchner. Elucubraciones que surgen, cada vez menos, en conversaciones informales. «Es el dolor de h. que tenemos todos», graficó un hombre de finanzas en el Alvear.
¿Cómo lo vio al Presidente?, le preguntó la nacion a López Mena, dueño de Buquebus. «Muy bien, porque dijo que todos tenemos que hacer el esfuerzo», contestó, y agregó enseguida, mirando al cronista: «Todos: ustedes también tienen que hacerlo».
Funes de Rioja era en ese momento uno de los más requeridos en el lobby. «Es lógico que el Presidente se preocupe por el precio de los alimentos. Tenemos estructuras de costos complicadas. Hay que encontrar senderos de solución, por ejemplo, en el IVA en la cadena de costos. Es un plan de estabilización», contestó. ¿Usted también cree que la inflación es una cuestión de expectativas?, le preguntó este diario. «Hay razones estructurales y las hay de expectativas», dijo.
Acevedo, presidente de la UIA, consideró que muchas de las cuestiones que estaba reclamando el Presidente empezarían a ocurrir en poco tiempo. Pero aclaró: «La inflación es la causa de los aumentos, porque a las empresas les suben los costos: no es la consecuencia»
Hubo también cuestionamientos. El más directo fue el de Daniel Pelegrina, presidente de la Rural, que negó que, como acababa de decir Alberto Fernández, la Mesa de Enlace hubiera aceptado el aumento en las retenciones a la soja. Y Eduardo Eurnekian objetó lo que, hasta ahora, dijo, no parece un modelo abocado a generar riqueza. «Toda esta política es para los asalariados: bajaron las tarifas, los combustibles. Pero yo me pregunto quién va a invertir en la Argentina. La mejora a los asalariados es un proceso necesario que viene como consecuencia de la inversión».
El trasfondo de todo es una incertidumbre que no se disipó con el cambio de gobierno. Y que no todos los empresarios justifican en la deuda irresuelta. En los bancos, por ejemplo, no se perciben todavía movimientos de demanda de crédito. Lo tienen claro en la Unión Industrial Argentina, que monitorea todos los meses la actividad y no advierte mejoras. La duda, dicen ahí, son las exportaciones: si bastará, como prometió el Gobierno, con poner más plata en el bolsillo de los argentinos.
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