Aunque la producción es ilegal, hay unos 20 sólo en Buenos Aires
Esteban Vicubiviell elige algunos elementos en la vitrina interna. Foto: LA NACION / Mariana Araujo
Ignacio Goyret se dedica al cultivo de marihuana. También tiene un negocio a la calle (grow shop o «tiendas de cultivo») en el pasaje Santa Rosa, Palermo, donde vende lo necesario para la producción de esta planta. Armarios de cultivos para interiores, lámparas especiales, medidores de conductividad, sustratos especiales y tierra. Sólo en Buenos Aires existen unos veinte grow shops, como Basta de Lobby.
En todo el país suman unos 50, sin contar los comercios online. Son locales comerciales legales donde se venden implementos para el autocultivo , salvo las semillas -no están permitidas- o los otros derivados de la planta, más ilegales todavía. Todo el resto está disponible como si se tratara de un vivero común y corriente dedicado exclusivamente a una sola planta. La mayoría de estos comercios abrió sus puertas en los últimos cinco años.
Un detalle: la imagen de la famosa hoja de marihuana no aparece por ninguna parte. Ahora la iconografía pasa por lo orgánico y lo medicinal. «Tengo cinco empleados, pago todos los impuestos y lo que vendo es legal, sin ofender a nadie. Nuestros clientes son ABC1 y la verdad es que el autocultivo crece año tras año», explica Goyret en la oficina de su local.
«Yo vendo lo que sería un Mercedes Benz o un Lamborghini y considero que hay un público que se merece un lugar distinto al del estereotipo del fumón ; hoy se parece más al usuario de Apple…», agrega.
Esto es parte de una tendencia donde la percepción social respecto de esta sustancia psicoactiva ilegal ha mutado en los últimos años. Con polémicas y sospechas de grandes intereses por detrás, el marketing de la «marca marihuana» ha revertido a simple vista muchas advertencias y dilemas morales, barreras legales y serias recomendaciones médicas. Al punto de que actualmente se discute su liberación en Uruguay, donde un proyecto de ley ya cuenta con la sanción de la Cámara de Diputados. Apenas cruzando el río, el Estado se haría cargo de la comercialización del producto: algo impensado un par de años atrás. En Estados Unidos, principal país productor y consumidor de esta sustancia, dos estados ya la han legalizado y en otros 16 se comercializa de manera medicinal.
Atención: en la Argentina la tenencia y el cultivo de marihuana es ilegal y está penado con entre 4 y 15 años de prisión. Pero en los hechos, tras un fallo de la Corte Suprema, el 60 por ciento de los 12.000 procesos iniciados anualmente por tenencia de marihuana son desestimados al final del proceso judicial.
«Somos una industria y, si Moreno [el secretario de Comercio Interior] me dejara laburar más, sin las trabas a la importaciones de los materiales que necesito para fabricar los indoors[invernaderos], ya tendría cinco locales más abiertos», reclama Goyret, que se considera un pionero de un negocio que, a juzgar por la cantidad de clientes que ingresan en el lugar, resulta bastante promisorio. Un indoor grande con todos los implementos para cultivar las plantas cuesta 18.500 pesos: ya no le queda stock. «El tipo que pasa por la calle y ve el local se engancha con el diseño y las curiosidades; a mí este negocio me parece increíble porque ayuda a despejar los estigmas», explicó Esteban Vicubiviell, un joven de 28 años que justo ingresaba en Basta de Lobby para comprar algunas cosas.
Gustavo, arquitecto y de muy buena posición económica, decidió contarle a su hijo de 13 años que él y su mujer fuman marihuana. Al contrario de lo que ocurría antes, cuando eventualmente los hijos admitían el uso a sus padres, la confesión de Gustavo, de 43 años, puede sonar irresponsable para algunos o una cuestión lógica para otros. Su reflexión, según comentó a LA NACION mientras observaba la vidriera de Cannabis Club -otro grow shop en la galería Bond Street-, surgió de la necesidad de que ya no quería esconderse y de que su hijo supiera de qué se trata esta droga que no es de venta legal como ocurre con el tabaco o el alcohol.
«Hace tiempo que entre amigos hablamos de si está bien contarles a nuestros hijos más grandes que fumamos; para nosotros es algo social y nos pareció importante que él supiera con información certera sus efectos y también los riesgos», cuenta Gustavo. En esta familia porteña nadie fuma tabaco y son cuidadosos con el alcohol.
Si uno presta atención en la calle, en las reuniones sociales y en ciertos grupos de personas adultas, notará una ambigua naturalización de la marihuana. Incluso con una tolerancia mayor que al cigarrillo. Mientras que el tabaquismo es un hábito en retroceso, con mayores normativas y campañas para desalentar el consumo, la marihuana parecería ubicarse en la fase contraria. «Está de moda el cultivo, porque los chetos la comparten después de una comida como si fuera un buen vino y les gusta hablar de sus plantas. Si se legaliza, me rompen el negocio porque esa gente directamente compraría y dejaría de demandar insumos para cultivarla», afirma Goyret.
En todos los grow shops también están a la venta las dos revistas (THC y Haze) dedicadas al tema. «Hay una tendencia a la normalización, especialmente en ciertos sectores sociales más informados, donde se evalúan los riesgos, porque la marihuana no es inocua, y se despejan patrones, como el de ser un delincuente», expresó Sebastián Basualdo, editor de THC.
En la conversación, Goyret, dueño del grow shop , expone su punto de vista respecto de los beneficios para el Estado por el cobro de más impuestos sobre la actividad. A medida que avanza en su relato, la pregunta se plantea sola: ¿y las semillas prohibidas para el cultivo de dónde salen? «Bueno, en la Argentina está prohibido el comercio de todos los derivados de la marihuana, incluida la semilla. Pero en Europa, la semilla no fue incorporada a la prohibición de los derivados, entonces se hacen grandes producciones…», responde Goyret, aunque aclara que ese tema no tiene nada que ver con su negocio.
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