San Rafael, Mendoza miércoles 27 de noviembre de 2024

Hace 50 años, jóvenes montoneros robaban el sable de San Martín

Permaneció en la clandestinidad durante 15 días; la agrupación peronista buscaba recuperar protagonismo

Eran cinco jóvenes, y poco antes de las 19 del 12 de agosto de 1963 -durante la frágil presidencia de José María Guido y cinco días antes del 113er. aniversario de la muerte del general José de San Martín- dejaron el bar donde se habían reunido y rumbearon hacia el parque Lezama. Al llegar a Defensa al 1600, uno de ellos bajó de un auto y golpeó la puerta del Museo Histórico Nacional, que acababa de cerrar. El sereno pensó que era su relevo y le abrió, pero se encontró con alguien que, amablemente, le dijo: «Perdón, llegué tarde. Soy un estudiante tucumano y quisiera hablar con el director».

«Se acaba de ir. Estoy yo solo», le respondió el custodio.

Acto seguido, el muchacho cambió de actitud y, ostentando un revólver, entró en el lugar seguido por tres de sus compañeros, que esperaban en la vereda.

«Quedate piola, viejo. Venimos a llevarnos el sable del Libertador y no queremos problemas», le advirtieron.

Luego de llevarlo a un rincón, se dirigieron al ala derecha de la antigua casona, que uno de ellos había inspeccionado días antes, y sin dejar huellas dactilares rompieron el cristal de una vitrina, extrajeron la espada y la envolvieron en un poncho.

Volvieron al coche, que conducía el quinto joven, y se esfumaron en la invernal noche porteña. Pero antes se encargaron de dejar un sobre con un comunicado donde, entre otras cosas, exigían el fin de la proscripción del peronismo, la vuelta de Juan Perón al país, la devolución del cadáver de Eva Duarte y el castigo a los responsables de los fusilamientos del 56.

«Desde hoy, el sable de San Lorenzo y Maipú quedará custodiado por la juventud argentina, representada por la Juventud Peronista […] El pueblo argentino no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres; Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes», rezaba el manifiesto.

El operativo buscaba un golpe de efecto que levantara la moral del movimiento, que venía de varios traspiés: la anulación de las elecciones a legisladores y gobernadores de marzo del 62, que lo habían visto ganador tras levantarse su proscripción, y, con los descamisados otra vez prohibidos, el triunfo del radical Arturo Illia en las presidenciales de julio del 63.

Osvaldo Agosto, responsable de la parte operativa del atraco y años después jefe de prensa del asesinado jefe de la CGT José Ignacio Rucci, recuerda: «Además de levantar el espíritu del movimiento, que era una lágrima, queríamos aglutinar a la Juventud Peronista, que funcionaba de modo bastante anárquico. Por eso decidimos usar la sigla JP a secas, porque veníamos de distintos sectores».

Agosto actuó junto a Alcides Bonaldi, hoy fallecido; Luis Sansoulet, desaparecido durante la dictadura; Manuel Gallardo, un ex oficial de la policía bonaerense que había participado del frustrado levantamiento del general Juan José Valle, y un joven de nombre Emilio, el más enigmático del grupo, porque nunca quiso que se supiera su apellido y que ofició de chofer.

Ese robo era parte de un plan más ambicioso que no pudo ser. La idea contemplaba el envío del sable a Perón, exiliado en Madrid; un simbólico desembarco en Malvinas, y la recuperación de las banderas capturadas por Francia en el combate de La Vuelta de Obligado de un museo parisino con agentes árabes incluidos.

Tras el saqueo se dispersaron y la espada pasó de Agosto al encargado de ocultarla: Aníbal Demarco, dueño de una cooperativa de seguros y que en los 70 sería el último ministro de Bienestar Social de Isabel Perón.

El sable fue escondido en una estancia camino a Mar del Plata, cerca de Maipú, tras peregrinar por varios sitios de la ciudad. El martes 13, desafiando toda superchería, estuvo a metros de la Casa Rosada, donde Demarco estacionaba su auto para ir a su oficina de la calle Florida. Así, el depositario, al bajar del vehículo, llegó a decirle a un policía: «Cuídemelo bien, que tengo el sable en el baúl». A lo que el agente asintió con una sonrisa y un saludo.

Por la misteriosa estancia pasaron contingentes de la JP para jurarles lealtad a la reliquia, a Perón y a Evita, aunque antes de llegar se les tapaban los ojos para evitar que reconocieran el lugar.

Esa mística, sin embargo, duró poco, ya que el viernes 16 cayó preso otro comando integrado por Gallardo. Luego le tocó a Agosto, pero sin oficializarse su detención. «Fueron días de unas palizas bárbaras e incluso me hicieron un simulacro de fusilamiento en un basural, aunque no pudieron sacarme nada», cuenta el otrora cabecilla, y agrega: «No es de guapo que uno se la aguanta. Yo pensé que sólo me estaban apretando. «¿Cómo me van a matar si en definitiva no están seguros?», me decía».

En su legalización influyeron las denuncias de la CGT y de varios legisladores electos. «Eso nos salvó. Si hubiese sido antes, «cantábamos» o nos mataban, pero como faltaba poco para la asunción de Illia ya no podía haber otro Felipe Vallese», sostiene Agosto, en referencia al militante de la JP secuestrado y asesinado en 1962.

Con Gallardo y Agosto presos, Demarco y el grupo marplatense que protegía el sable consultaron qué hacer con él a Adolfo Phillipeaux, un militar dado de baja por el levantamiento del 56. El ex capitán acababa de ver a Perón y traía la orden de conectar a las organizaciones de la Resistencia y pasarle la información a Héctor Villalón, delegado del líder. Phillipeaux, militar al fin, se enojó y dijo que había que devolverlo de inmediato. Algunos creen que buscó así poner fin a las detenciones y torturas. Como sea, ahí concluyó todo.

La entrega se hizo el miércoles 28: «Nuestro objetivo era dárselo a Perón -afirma Agosto-. La devolución fue una frustración, pero lo que buscábamos en parte se consiguió, porque armamos un lío bárbaro».

Por Sergio Nuñez  | LA NACION

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