En 1972, Anthony Hopkins atravesaba un divorcio, su carrera flaqueaba y su problema con la bebida alcanzaba niveles peligrosos. Decidió que la solución era volcarse en su trabajo y aspirar a papeles más ambiciosos. Su trabajo teatral había sido aclamado, pero en la pantalla, los papeles de espías, uno tras otro, lo encasillaban.
Así que se propuso explorar nuevos horizontes. Pronto le llegó la oferta de audicionar para una comedia. Hopkins estaba encantado. Iba a darlo todo en este papel. La película era “La chica de Petrovka” y Hopkins iba a ser el segundo protagonista, junto a los dos actores principales, en esta historia de amor cómico y desventurado. Como indica la sinopsis: “Una bella bailarina rusa (Goldie Hawn) se enamora de un corresponsal de prensa estadounidense (Hal Halbrook). La KGB está muy disgustada y hace todo lo posible por separarlos”.
Si Hopkins quería usar esto como trampolín para su carrera, necesitaba investigar a fondo. Así que se propuso conseguir la novela homónima del periodista estadounidense George Feifer, en la que se basaba el guion. El libro se había publicado en Estados Unidos el año anterior, en 1971. Hopkins se dirigió a una librería en Charing Cross Road, Londres, para comprar un ejemplar. Tomó el metro y se dirigió allí, solo para que el librero le informara de que el libro aún no estaba disponible en el Reino Unido.
Dicho esto, Hopkins dio media vuelta, se dirigió a la estación de Leicester Square y reflexionó sobre la mejor manera de encargar un ejemplar a Estados Unidos a tiempo para su audición. Mientras se sentaba en un banco a esperar el tren, notó que las páginas de un manuscrito encuadernado y abandonado ondeaban al viento a su lado. Se acercó con calma y, para su asombro, descubrió que estaba hojeando las páginas de: “La chica de Petrovka”.
Se trataba de una edición de lujo con anotaciones editoriales para el mercado británico. Así pues, Hopkins no solo consiguió un ejemplar del libro, sino que prácticamente encontró una edición personalizada —nada menos que la primera persona en ver esta edición adaptada al Reino Unido— con información contextual adicional. La leyó de un tirón, se presentó a la audición y consiguió el papel.
Un año después de encontrar el manuscrito, Hopkins viajó a Viena para comenzar el rodaje. Allí conoció al autor, George Feifer. Estaba allí para escribir un artículo sobre la experiencia de ver su novela llevada al cine. El reservado Feifer se sintió un poco abrumado por el ambiente cinematografico, así que merodeó entre bastidores, donde se topó con Hopkins, que hacía lo mismo, y el actor, siempre tan afable, lo hizo sentir cómodo.
Feifer explicó que él era el autor del relato, y Hopkins, en tono de broma, se quejó de las dificultades que había tenido para encontrar un ejemplar de su libro en el mercado británico. Feifer se disculpó y dijo que la larga demora entre las publicaciones en Estados Unidos y el Reino Unido había sido culpa suya. Cuando estuvo en Londres editando el manuscrito, se lo prestó a regañadientes a un amigo. Este amigo, bastante despreocupado, metió el manuscrito en el asiento trasero de su coche y estacionó en Hyde Park Square.
Lamentablemente, le robaron el coche… y por supuesto de manuscrito adentro. Mientras Feifer explicaba esto, sin decir palabra, Hopkins se giró, corrió hacia su camarin y regresó con el manuscrito que había encontrado en aquel glorioso banco hacía unos meses. “¿Podría tener este ejemplar algún significado personal para ti?”, recuerda Feifer que le preguntó Hopkins mientras le extendía un fajo de papeles de aspecto familiar. Claro que, como sugiere el título de este artículo, Hopkins no estaría en el centro de una teoría cuántica si Feifer simplemente hubiera respondido: “Nunca había visto algo así en mi vida”.
Resulta que los ladrones de coches debieron robar el vehículo del amigo de Feifer, conducirlo tres millas por Londres y luego, en algún momento, deshacerse del libro incriminatorio en la estación de tren… justo unos instantes antes de que Hopkins fuera informado de que el libro no estaba disponible en el Reino Unido y sus esperanzas de lanzar su carrera en Hollywood se desvanecieran.
Entonces, este capricho del destino propició el despegue de la carrera de Hopkins en Hollywood. “La chica de Petrovka” fue un éxito modesto a pesar de las críticas, pero el carisma natural de Hopkins cautivó a los productores del cine comercial. A partir de entonces, los papeles se sucedieron con rapidez y la estrella galesa dejó Londres para instalarse en Los Ángeles, iniciando así una nueva y brillante etapa en su vida, que tan solo unos años antes parecía estar condenada al fracaso.
Una vez consolidada la fama de Hopkins, unos meses después, cuando The Sunday Times solicitó a sus lectores que relataran coincidencias extraordinarias en sus vidas, Feifer vio en ello una oportunidad para volver a contar su historia mística. El erudito Arthur Koestler se topó posteriormente con este relato y lo inspiró profundamente. El autor académico comenzó a cuestionarse si el universo es realmente caos y empezó a trabajar en la tesis, inspirada en Hopkins, titulada “Las raíces de la coincidencia”.
En esta novela, Koestler aborda el concepto de sincronicidad, término acuñado por Carl Jung para describir circunstancias que parecen estar relacionadas de forma significativa, pero que carecen de una conexión causal. Casualmente, el libro de Koestler causó tal revuelo que generó una sincronicidad propia. Con el autor alcanzando la fama, la revista The Saturday Review decidió publicar un perfil sobre él.
Como era de esperar, ese libro desencadenó una serie de coincidencias en esta interminable historia llena de giros inesperados. La novela de Koestler inspiró a Sting, de The Police, a titular su último álbum Synchronicity. Después, cuando Sting buscaba inspiración para incursionar en la actuación, ¿a quién recurrió sino a Hopkins (al menos en cierto modo)? Como le contó a la revista People sobre su preparación para “Gentlemen Don’t Eat Poets”: “Primero pensé que podía ver una película de Anthony Hopkins porque interpreta muy bien a un mayordomo”, dice Sting. “Luego hice algo mejor. Contraté al hombre que le enseñó a Anthony a ser mayordomo”.
Y, en un último giro inesperado, en 1986, un director de casting británico buscaba a una estrella para una película que seguía a una autora en una gira promocional de su libro “84 Charing Cross Road “. Esta era la dirección de la librería donde Hopkins había sido rechazado una década antes. Así que, cuando le ofrecieron el papel del dueño de la librería, el destino quiso que no pudiera negarse.
Entonces…
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora cultural.
Puerto Madryn – Chubut.

