Enrique Rafael Socas —Quique— abre una ventana a los sueños más puros en su libro “Ramona”, una obra infantil que, con las ilustraciones sensibles de Ana María Gómez y una edición que incluye versión en braille, se convierte en puente entre mundos: el de la dura realidad y el de la imaginación sin fronteras.
“Ramona” es una niña como tantas, nacida allí donde la ciudad pierde brillo, donde las casas se arman con lo que se tiene y los inviernos golpean fuerte.
En ese rincón olvidado por las urgencias ajenas, ella construye sus propios castillos de esperanza. Su realidad es sencilla, incluso áspera… pero jamás silenciosa.


A su lado está Juanito, amigo fiel, compañero de sueños y de pupitre. Juntos hacen de un barquito de papel una nave poderosa que navega charcos, ríos y fantasías. Porque cuando los juguetes escasean, la imaginación se vuelve la mayor riqueza.
El cuento retrata la vida en un hogar donde el frío se filtra por las paredes, pero el amor calienta todo lo que toca. Papá y mamá sostienen el mundo con sus manos gastadas, y una maestra que abriga con ternura enseña que el aprendizaje también puede ser un abrazo. Entre todos, mitigan la rudeza de la pobreza con la calidez que solo los afectos saben entregar.

Socas escribe no solo para los niños, sino para quienes quieran mirar la infancia con compasión: la infancia que resiste, que sueña, que crece en los márgenes, pero con la fuerza luminosa de lo eterno. Ramona no conoce mochilas nuevas ni útiles de marca, pero sí el regalo inmenso de sentirse amada.
Con “Ramona”, la literatura se vuelve refugio. Y nos recuerda que, aun en las vidas más humildes, la alegría encuentra la manera de florecer.

