
Todos pendientes de las eleccionesAlfredo Sábat
En esta campaña, ¿hay alguna idea que nos haya sorprendido? La respuesta está a la vista: los discursos se estancan en lugares comunes y respuestas de ocasión
Estamos en temporada alta de campaña electoral. Pocos años, como este, han tenido un desfile tan largo y tan intenso de candidatos, desde los comicios porteños, en mayo, y los bonaerenses, en septiembre, pasando por los de otras provincias estratégicas, hasta llegar, ahora, a las elecciones nacionales para la renovación del Congreso. ¿Hay alguna idea o alguna propuesta que nos haya sorprendido en ese frondoso debate de campaña? ¿Surgieron planteos innovadores, creativos, originales? ¿Se han discutido temas relevantes en materia de empleo, educación, tecnologías, urbanismo o cambio climático? ¿Se han abordado fenómenos con enorme impacto social como el de la baja de la natalidad, las transformaciones en el mercado laboral o el aumento exponencial de las problemáticas asociadas a la salud mental? Las respuestas están a la vista: los discursos electorales tienden a estancarse en lugares comunes, consignas superficiales y respuestas de ocasión. Es muy difícil que un candidato proponga temas de fondo y se salga de los “clichés” de campaña para plantear ideas nuevas, aun con el riesgo de perder cierta sintonía con la agenda coyuntural.
La indigencia del debate electoral refleja un problema más amplio: ¿hay vocación, en los actores públicos, por debatir los grandes temas de la Argentina?, ¿hay espacio para discusiones de calado hondo y para proponer una agenda moderna, novedosa y compleja sobre los grandes desafíos que enfrenta el país?, ¿o nos resignamos a un debate político empobrecido, monocromático y ramplón, que se organiza alrededor de chicanas, eslóganes y “carpetazos”?
Es cierto que, corrida por las urgencias, desde hace varias décadas la Argentina tiene un margen muy estrecho para pensar el largo plazo. En una escena pública dominada por angustias perentorias y cimbronazos circunstanciales, hablar del futuro hasta puede resultar disonante. ¿Pero no hay en esa lógica una trampa que se retroalimenta? ¿No se agravan las dificultades de hoy por la falta de debate y de anticipación sobre cuestiones centrales? ¿No caemos, de esa forma, en una inercia que hace que los problemas nos lleven puestos y los corramos siempre de atrás? ¿No existe una relación directa entre la falta de sustancia y de ambición en el debate político y la impotencia para enfrentar los desafíos más acuciantes?
Hoy el mundo está discutiendo, por ejemplo, la aplicación de la inteligencia artificial en la gestión del Estado. Muchos países la están usando para simplificar la vida del ciudadano frente a la burocracia, para facilitar el contralor y la transparencia en los procedimientos administrativos o para racionalizar desde los flujos de tránsito vehicular hasta la logística de los puertos y la asistencia sanitaria. Los datos de Waze o de Google Maps, por ejemplo, ya son herramientas claves para prevenir accidentes, esclarecer crímenes o definir planes de obras, no solo en potencias como Japón o Estados Unidos, sino también en países como Costa Rica o Chile. ¿Alguien escuchó a los candidatos más rutilantes de la escena nacional hablar de estos temas y plantear alternativas concretas sobre el uso de IA en el manejo de los asuntos públicos? Sería injusto decir que no hay actores políticos preocupados por estos temas y con algunas ideas claras alrededor de estos desafíos. Pero ¿es ese el menú de inquietudes y propuestas que caracterizan a las agendas de campaña? Alguien podría decir que hay debates sofisticados, propios del primer mundo, que la Argentina no puede permitirse el lujo de dar. Sin embargo, hoy la revolución tecnológica no es una realidad de países desarrollados, sino del mundo entero. En economías emergentes, las nuevas herramientas digitales pueden abrir grandes oportunidades, además de nivelar desigualdades y hacer más accesibles las soluciones a problemáticas complejas.
En la campaña se repiten títulos y eslóganes como “reformas estructurales” o “de segunda generación”. Pero ¿se discute en serio sobre el impacto de la robotización en el mercado de trabajo o sobre los desafíos legales de los llamados empleos de plataformas? ¿Se piensa en lo que va a implicar la revolución de los autos eléctricos o en la amenaza de los fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático? En las elecciones de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires, los temas locales casi no se discutieron: no hubo debates que tuvieran un mínimo espesor sobre transformaciones urbanísticas, deterioro educativo o colapso de los servicios de salud. Mucho menos sobre la bomba de tiempo que incuban los sistemas previsionales.
Alrededor de los asuntos coyunturales tampoco se notan esfuerzos por profundizar el análisis. Se cruzan acusaciones sobre el Garrahan, las universidades o la discapacidad, por ejemplo, pero no se propone una discusión en serio sobre la formación de los médicos, los sistemas de reválida profesional, los mecanismos de ingreso a las facultades, la orientación estratégica de la oferta de carreras o la dramática escasez de recursos calificados en áreas como enfermería, primeros auxilios y acompañamiento terapéutico. Aunque muchos de esos temas merecerían un abordaje legislativo, los candidatos a ocupar bancas en el Senado o la Cámara de Diputados los ignoran olímpicamente, como si fueran agendas extrañas a los debates de campaña.
Cuando se analizan los discursos electorales, se identifica un lenguaje que luce desconectado de las preocupaciones sociales. La política, por ejemplo, prácticamente no habla de salud mental, aunque los especialistas la definen como “la pandemia de nuestro tiempo”. Habla poco y nada de las adicciones, de la ludopatía o del sedentarismo, que provocan un gigantesco deterioro en las condiciones físicas y emocionales de millones de argentinos. No menciona, casi, los desequilibrios que se han acentuado en las últimas décadas en la dieta alimentaria de la población, con un exceso de azúcares, grasas saturadas y harinas que potencia el desarrollo de enfermedades crónicas. Son temas que no parecen “políticos”, pero en los que se juega, dramáticamente, la calidad de vida de los ciudadanos. ¿Cuánto podría favorecerse el consumo de frutas, verduras y hortalizas con una adecuada política de incentivos impositivos? La mayoría de los candidatos quedarían descolocados frente a una pregunta de ese tipo, que hasta podría ser juzgada como un planteo extravagante.
Tal vez debería formularse también una autocrítica: ¿no deberíamos los periodistas hacer esfuerzos más nítidos por llevar a esos terrenos el debate electoral? Es cierto que todos estos temas merecen una atención rigurosa y permanente de periodistas profesionales. Todo el tiempo se publican artículos, investigaciones y entrevistas en profundidad sobre asuntos como la salud mental, las causas evitables de muerte, las desigualdades educativas y otros fenómenos sociales que merecerían atención legislativa. Pero muchas veces esos asuntos parecen escindidos de la agenda política, más dominada por la temperatura del día a día, por la lógica de las redes y la cultura de los zócalos televisivos.
Las campañas electorales se ven condicionadas, además, por estrategias oportunistas. Desde una perspectiva utilitaria, conviene “decir lo menos posible”, “machacar sobre dos o tres frases hechas” y ceñirse a un libreto seguro. La mayor preocupación no pasa por decir algo nuevo, sino por “no pisar el palito”. Los consultores y estrategas políticos suelen “vender” discursos enlatados que tienden a repetirse; es muy difícil que rompan la inercia de la conversación previsible. El lenguaje político se convierte, así, en una especie de jerga que gira todo el tiempo alrededor de los mismos tópicos. Y lo que sobresale es el griterío, la discusión subida de tono, el “panelismo” político y el sobrevuelo rasante sobre los temas de actualidad. Es una escena en la que, inevitablemente, las voces más reflexivas son desplazadas por las más audaces.
Esta campaña en particular parece dominada por una especie de “silencio deliberado”. Oficialismo y oposición apuestan a ser el mal menor. En otros términos: a que los otros sean percibidos como peores. El consejo de los asesores, por lo tanto, es “arriesgar lo menos posible”, “no hacer olas”. Para que no les pase como al candidato principal del kirchnerismo, que terminó balbuceando cuando le preguntaron si el régimen de Maduro es o no una dictadura.
El estallido de un escándalo como el de Espert ha conspirado, también, contra la calidad y la amplitud del debate electoral. Un tramo crucial de la campaña oficialista se consumió con tartamudeos absurdos para explicar lo inexplicable.
En la pobreza y la monotonía del debate electoral quizá debamos rastrear una clave de la apatía y el desinterés que domina a una parte del electorado, que cada vez se siente más alejado de la discusión política y hasta se niega, inclusive, a responder encuestas. Es como si la sociedad cantara, parafraseando una estrofa de Sabina, “la campaña no hablaba de ti/ la campaña no hablaba de ti/ ni de mí…”.
Por Luciano Román
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-debate-electoral-sin-sustancia-ni-ambicion-nid15102025/





