Hace 175 años moría el libertador en Boulogne-sur-Mer, en su exilio autoimpuesto. Enfermo, acompañado por su familia y eludiendo las convulsiones políticas de la capital francesa, este pueblo costero del canal de la Mancha fue el lugar donde dejó de existir aquel que entonces no fue comprendido por todos12 centímetros por 10: es el tamaño del daguerrotipo que, a regañadientes, y a instancias de su hija Mercedes, San Martín se tomó en 1848 en París
Al anciano general, que cuando lo aquejaban los dolores estallaba en arranques de malhumor, debían leerle los periódicos y los libros. Nunca se acostumbraría a tener que dictar su propia correspondencia. Pasaba largas horas hablando con Henri Adolph Gérard, quien le alquilaba un segundo piso de su casa de Boulogne-sur-Mer y haría una primera semblanza del argentino cuatro días después de muerto. Con su inquilino hablaba francés, inglés, italiano, griego y latín y ambos compartían inquietudes culturales.
En junio de 1850 José de San Martín fue a tomar baños a las termas de Enghien-les-Bains, recomendados para el tratamiento del reuma. El periodista y político argentino Félix Frías, que había tenido que exiliarse durante el gobierno de Rosas, que se lo había encontrado de casualidad, lo vio totalmente lúcido, aunque un tanto melancólico y encerrado en sí mismo.

En medio de las críticas de los unitarios que lo acusaban de abandonarlos, cuando en Francia la revolución de julio de 1830 determinó la caída del borbón Carlos X y el ascenso al trono de Luis Felipe I de Orleans, se mudó a París, un poco por insistencia de su amigo Alejandro María Aguado.
En la capital francesa, alquilaba en el número 1 de la calle Neuve Saint Georges una casa que en 1835 pudo comprar.
Nunca estuvo bien de salud. De joven, sufría de asma y de úlcera gástrica, con ocasionales vómitos de sangre, que podrían deberse a una tuberculosis. En 1815 había pedido licencia -que el gobierno rechazó- porque su estado de salud era “deplorable”. Mientras preparaba su ejército en Mendoza, hubo ocasiones que para poder dormir debía hacerlo sentado en una silla. Cuando fue el combate de Chacabuco, sufrió un ataque de gota, dolores estomacales y hepáticos. También padecía artritis en su muñeca derecha. Muchos temían que muriese en plena campaña. Al cruce de los Andes llevó un botiquín homeopático que un amigo había comprado en Europa. Habría hecho un uso desmedido del opio y no hacía caso a sus amigos de que atenuase su consumo. Estos, a veces, solían esconderle las dosis.
En 1829, cuando volvió de su viaje a Buenos Aires, viajando de Falmouth a Londres para visitar a su hija, volcó su carruaje y un vidrio se clavó en su axila izquierda. Pero no quiso hacerse atender y continuó camino. La herida se le infectó y estuvo tres meses convaleciente. Aún cicatrizada, la herida le siguió causando dolores que aliviaba con baños en Aix-le-Chapelle, que estaba de moda. En 1831 tanto él como su hija Mercedes, viviendo en París, fueron víctimas de la epidemia del cólera. Ella se repuso rápidamente pero su padre tuvo complicaciones intestinales, y debió guardar reposo por siete meses. “Estuve al borde del sepulcro”, confesó.

“Casas viejas siempre son goteras”, decía. Por 1833 había intentado calmar sus dolencias con baños en Aix-les Bains. “Lejos de hacerme bien que experimenté el año pasado y que me prometí al presente, me produjeron violentos ataques de nervios y me debilitaron al extremo de haber tenido que cumplir más de un mes en el regreso”, escribió.
Para estar cerca de su amigo, adquirió una casa en Evry sur Seine, una comuna de unos 700 habitantes, a 40 kilómetros al sur de París. A la casa -que pudo adquirir gracias a la ayuda del propio Aguado- la llamó Grand Bourg, vecina a la que tenía su amigo. Era una construcción de tres plantas, en un terreno de una hectárea. Allí pasaba desde Semana Santa hasta el día de los difuntos.
Le gustaba caminar por los jardines, pasear con sus nietas y cuidar de las flores, especialmente las dalias. Por las tardes tenía la costumbre de tomar mate con Aguado. A veces el poeta Florencio Balcarce, hermano de su yerno, se quedaba en la casa largas temporadas. Mataba el tiempo limpiando sus pistolas y escopetas, que alternaba con trabajos de carpintería.

Allí también lo visitó Juan Bautista Alberdi. “Lo esperaba más alto, lo creía un indio como tantas veces me lo habían pintado y no es más que un hombre de color moreno. Al ver el modo cómo se considera él mismo se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así”, recordó. También fue a conocerlo Domingo Faustino Sarmiento, y el viejo general aún recordaba al padre del sanjuanino, el capitán Clemente Sarmiento, quien había conducido a los prisioneros españoles de Chacabuco a esa provincia. Ese 24 de mayo de 1846 estuvieron solos un día entero.
Nuevamente, con la revolución de 1848, se mudó a Boulogne-sur-Mer, una ciudad de unos treinta mil habitantes, cuyo número crecía en los veranos por los doce mil ingleses que iban a tomar baños de mar. “Para evitar el que mi familia volviese a presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla a este punto”.
Boulogne-sur-Mer, ubicada sobre el Canal de la Mancha, en el departamento de Calais, era una ciudad que en 1850 había habilitado un natatorio de agua de mar caliente. Por siglos había sido un puerto natural y la puerta de entrada de potencias invasoras a lo largo de la historia de Francia.

Era una villa situada a unos 35 kilómetros del Paso de Calais y a siete horas de París en tren, donde vivía con su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus dos nietas María Mercedes y Josefa Dominga.
Se calcula que antes de abandonar la capital, su hija finalmente lo convenció de que le tomasen un daguerrotipo.
Para algunos, su idea original era radicarse en Inglaterra o regresar a su casa de campo de Grand Bourg. Alquiló un segundo piso, con cinco habitaciones en la Gran Rue 105, en una vivienda que pertenecía a Gerard, un abogado que además era el bibliotecario de la ciudad. En la planta baja el dueño tenía su estudio y en el tercer piso vivía con su esposa y tres hijos.
A los 71 años, José de San Martín le confesaba al general Ramón Castilla, presidente del Perú, tener una salud enteramente arruinada y estar casi ciego por las cataratas que sufría, sin contar con sus problemas estomacales, que arrastraba desde los tiempos del cruce de los Andes.
En París había consultado a varios oculistas, y todos le dieron el mismo diagnóstico, que sólo podrían operarlo cuando las cataratas madurasen, esto es, cuando ya no viera más. En 1849 se intentó una operación, que no tuvo los resultados esperados.
Los últimos días
El 6 de agosto realizó su último paseo, y tuvieron que ayudarlo a descender del carruaje. Los días pasaron con molestias, y sus consecuentes arranques de mal humor. Sin embargo, el 16 amaneció de buen ánimo. Comentó con Mercedes el elevado número de bañistas que se habían ahogado, por la cantidad de gente y los escasos bañeros para controlarlos. Para ello, un lord inglés anunció que regalaría a la ciudad un bote a hélice para ayudar en el auxilio de los veraneantes. La ciudad había sido adornada porque al otro día llegaría la embarcación de rescate.

Ese sábado 17 San Martín se levantó sereno y fue a la habitación de su hija como hacía habitualmente para que le leyera los diarios. No tenía fiebre aunque disimulaba con una sonrisa frente a Mercedes sus ataques de dolor, para que no se preocupase. Decía que “era la tempestad que lleva al puerto”.
El médico insistía en que una Hermana de la Caridad podía cuidarlo y así aliviar un poco a su hija, pero Mercedes no quiso saber nada.
Cuatro días antes, San Martín ya sufría de agudos dolores de estómago, que lograba calmar con opio, en dosis mayores a las recomendadas. Tuvo ataques febriles.
Esa mañana su yerno partió a realizar un trámite. Al mediodía, el general almorzó frugalmente, como hacía habitualmente. Lo había ayudado a vestirse el peruano Eusebio Soto, su fiel sirviente. Acompañaba a San Martín desde 1822, cuando tenía diez años. Soto, con los años, se transformó en el hombre de extrema confianza en la familia, se adaptó a Europa y hablaba el francés en forma fluida. En 1840 se casó con Lorenza Bustos, criada de los Aguado.
A las dos de la tarde, lo sorprendieron fuertes dolores de estómago. Estaba su médico el Dr. Jordán. En un primer momento, el médico no le dio demasiada importancia, ya que eran ataques que ya había sufrido con anterioridad. San Martín estaba recostado en la cama de su hija.
Una hora después, presintió el fin. Sintió una convulsión y con gestos, ya que casi no podía hablar, le pidió a su yerno que alejase a su hija y falleció. La tradición cuenta que tanto su reloj de bolsillo como el que estaba en la sala se pararon en ese instante.
Durante el 18, fue velado. Por la mañana se redactó el acta de defunción, que certificaba que San Martín, de 72 años, cinco meses y 23 días de edad, había fallecido el 17 a las tres de la tarde. Firmaron el acta Adolphe Gerard y Francisco Rosales, encargado de negocios de Chile. Ese mismo día moría Honoré de Balzac.
Colocaron un crucifijo sobre su pecho, otro en una mesa entre dos velas, mientras dos hermanas de la caridad rezaban.
El 19 fue colocado en un féretro. El 20, a las 6 de la mañana el cortejo partió hacia la iglesia de San Nicolás. Acompañaban al carruaje con sus cuatro faroles encendidos y tapados con crespones negros, su yerno Balcarce; a su derecha Darthez, amigo de San Martín y a la izquierda Francisco Javier Rosales, el diplomático chileno. Los seguían José Guerrico, Gerard y Seguier, vecino de Boulogne. Nadie más.
En San Nicolás hubo un rezo y partieron hacia la catedral, ubicada en la zona alta de la ciudad. Fue depositado en una de las bóvedas por indicación del abate Haffreingue. Sería provisoriamente, porque la intención fue la de cumplir el último deseo de San Martín, de reposar en Buenos Aires. En 1861 fueron trasladados al sepulcro de los Balcarce, en Brunoy.
Gerard, el dueño de casa confesó que “su pérdida deja en ella un vacío que se reproduce en nuestras almas, y que no se llenará pronto”.
En 1864 una ley cuya autoría fue de Adolfo Alsina y Martín Ruiz Moreno, autorizaba al gobierno a iniciar las gestiones para repatriar los restos. Habría que esperar otros 16 años, durante el fin de la presidencia de Nicolás Avellaneda, cuando el 28 de mayo de 1880 arribó en el muelle de las Catalinas el vapor Villarino el féretro de dos metros de largo por sesenta centímetros de altura con los restos del prócer. Sarmiento encabezó la comisión de repatriación.
El cuerpo embalsamado del Libertador estaba protegido por cuatro ataúdes, dos de plomo y dos de madera. En la nave central de la Catedral, se realizó un oficio religioso y luego fue depositado en la cripta de los Canónigos, hasta que estuviera listo el sepulcro, que se construía donde estaba el altar de Nuestra Señora de la Paz.
San Martín no descansa en la parte superior del monumento, compuesto por una urna negra. El féretro fue acomodado inclinado, y su cabeza está a la altura de los visitantes. La lámpara votiva, en el frente de la Catedral, fue proyectada y construida en la Escuela Nacional de Bellas Artes.
El 24 de octubre de 1909, en el boulevard Saint Beauve, se inauguró en Boulogne sur Mer una estatua ecuestre, la primera en Europa en su homenaje. Del acto participaron 120 granaderos que viajaron especialmente. Uno de ellos, Juan Rabuffi, de 21 años, enfermó y falleció en esa ciudad, y sus restos fueron repatriados en 1968 gracias a las gestiones de sus viejos compañeros.

Lo que es un misterio es cómo, durante la Segunda Guerra Mundial haya salido indemne de los devastadores bombardeos, ya que en esa ciudad los alemanes habían instalado una base de submarinos. El 15 de junio de 1944 fue uno de las peores jornadas: las 1200 toneladas de bombas que se arrojaron provocaron la desaparición de barrios enteros. Sin embargo, el monumento, salvo marcas de esquirlas, no sufrió daños. Por años se habló del milagro de la estatua del general, aquel al que no le gustaba dictar sus cartas, que cuidaba sus dalias junto a sus nietas y que percibió su propio final.
Fuente:https://www.infobae.com/historia/2025/08/17/la-muerte-de-san-martin-sus-dolencias-la-soledad-en-francia-y-el-milagro-de-su-estatua-despues-de-bombardeos/





