Fue el único hijo varón de William Shakespeare y Anne Hathaway, hermano de Susan y mellizo de Judit. Hamnet que murió en 1596 con tan solo once años de edad!
Existen numerosas teorías que señalan que su muerte inspiró a su padre a escribir Hamlet. Las teorías que relacionan a Hamnet con la obra de su padre se hicieron populares a inicios del siglo XVIII y su notoriedad se extendió hasta la década de 1930, época en que surgieron importantes corrientes literarias a favor de excluir los componentes biográficos e históricos en el análisis de las obras literarias, como son el modernismo y la Nueva crítica. En los últimos años, las teorías sobre la relación de Hamnet con las obras de su padre han vuelto a resurgir debido a que la Nueva crítica ha perdido la aceptación de algunos académicos.
En 1587 William Shakespeare se trasladó a Londres, dejando a su esposa e hijos en Stratford, con el propósito de encontrar un empleo que le permitiese sustentar económicamente a su familia. En el momento en que Hamnet contaba cuatro años de edad su padre se estaba convirtiendo en un famoso dramaturgo. Se cree que la creciente popularidad de Shakespeare no permitió que visitara a su familia frecuentemente. En una época en que era normal en Inglaterra que un tercio de todos los niños falleciesen antes de los diez años, por lo que la muerte temprana del hijo de Shakespeare no era un caso aislado.
A propósito de “Hamnet”, el libro más reciente de Maggie O’Farrell novelista británica natural de Irlanda del Norte, se vuelve a reflexionar acerca del vínculo entre la figura histórica del hijo de Shakespeare con la obra teatral Hamlet.
Aunque la novela de O’Farrell tiene como intención principal representar la breve vida de Hamnet, su protagonista es Agnes, su madre. O bien, mientras que Hamnet es el protagonista, Agnes representa el “núcleo” de la novela. Este momento será el de la madre ausente: el niño, nadie en casa ni en el corral, la voz en el vacío. El retrato de la intuición de Agnes es asombroso. Ella puede sentir la verdad de otras personas tan sólo haciendo presión entre sus manos. Pero esta intuición le cuesta cara en su entorno inmediato: sus conocimientos y su destreza en el uso de plantas medicinales, junto con su magnífico poder intuitivo, despiertan la superstición y los rumores de sus vecinos en el pueblo de Stratford. De tal manera que Agnes vive aislada en sí misma. Pero esa es su fortaleza más que su pena.
Sin duda, en la historia han existido personas que verdaderamente tienen la capacidad de mirar en los corazones de otros, y al mirar Agnes por primera vez en el alma de Bill, seguramente encontró ahí lo desconcertante. ¿Qué otra cosa hubiera podido llevar a enamorarse así a una mujer que probablemente hubiera preferido por mucho ocuparse en el bosque de sus plantas y pensamientos antes que contraer matrimonio cuando ella tenía 26 años y el 18? O’Farrell deja abierta la puerta a suponer, también, que el deseo de Agnes consiste en abandonar la casa paterna, ahora regida por una insoportable madrastra. Pero es difícil no darse cuenta de que, por más fuerte que fuera el odio de Agnes por su madrastra, sería imposible que ese odio la moviera a fingir amor, pues Agnes entiende el amor y cree que no vale la pena fingir este sentimiento.
En la novela, siempre que permanecen juntos, Agnes tiene esa misma disposición hacia Bill como si “estuviera leyendo un fragmento de texto particularmente difícil,” como si “intentara descifrar algo” o “averiguar algo.” Incluso el día en que Agnes decidió en abnegación que el futuro de su esposo no estaba con ella en el pequeño pueblo de Stratford, sino trabajando en Londres, incluso en ese momento, su mirada al despedirse mostró una preocupada vacilación. Pero su inquietud vacilante no tenía que ver con su decisión, sino nuevamente con la resonancia desconcertante de un secreto que, aun siendo esposos, los separaba de manera sutil.
Entonces ocurre la tragedia. Mientras Bill está ocupado en Londres, la peste entra en su casa y cae enferma, primero, su hija Judith, quien se recupera mientras Hamnet enferma y luego muere. El dolor de Agnes es doble. No es únicamente la pérdida de su hijo; también su intuición le ha fallado por primera vez: no con respecto a lo más remoto, sino precisamente en aquello más próximo. Agnes —quien puede curar a los enfermos del pueblo y saber de los accidentes antes de que ocurran— no ha tenido manera de prever y prevenir la muerte de su propio hijo. El dolor y la frustración, la culpa y la desesperación, se mezclan en una desconfianza esencial que sustituye anímicamente a la intuición fallida. Ahora, cuando Bill vuelve al pueblo y se acerca, Agnes no puede sentir sino desconfianza, y toda la melancólica interioridad de lo desconcertante se torna para ella en sospechoso ocultamiento.
Viene entonces el choque con el espectáculo. Agnes se entera de Hamlet por voz de otra persona. Se escandaliza y se dirige a Londres para confrontar a su marido. Hasta aquí hemos pasado de lo desconcertante a lo doloroso, de lo doloroso a la sospecha y de la sospecha al escándalo. Todo en sintonía —si se me permite agregar— con el orden de los estados de ánimo que uno atraviesa cuando mira Hamlet. Sin embargo, ahí donde lo desconcertante se había convertido en doloroso, por un giro en el que Agnes, en vez de confrontar a su marido, se confronta con la obra de teatro, el escándalo se convierte otra vez en lo asombroso. Al final de la novela, la trama desemboca en lo extravagante. “Mientras el fantasma habla, se da cuenta de que, al escribir esta obra, su marido se ha cambiado el sitio con su hijo. Ha tomado la muerte de su hijo y la ha hecho suya; se ha puesto él en las garras de la muerte y ha resucitado al hijo en su lugar.”
Al retornar narrativamente al asombro y suspender el dolor de Agnes nuevamente en el sentimiento de lo desconcertante, la autora brinda al lector el consuelo de lo poético. La muerte de Hamnet es inmortalizada en la creación de Hamlet. La confianza de Agnes en su matrimonio es posiblemente rescatada por el retorno de Hamnet a través de la ficción. Así pues, se cumple el designio de la autora, que desde un principio radicaba en dar su lugar a la vida de este niño particular en la historia de la literatura.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museologa – Gestora cultural.
Puerto Madryn – Chubut.





