San Rafael, Mendoza lunes 21 de julio de 2025

Thomas Alva Edison: la pluma eléctrica – Por: Beatriz Genchi

Un invento, como diría Ortega y Gasset, es el objeto y sus circunstancias. A finales del siglo XIX, por supuesto, ya se podían duplicar imágenes y documentos. Los Caprichos de Goya, son una extraordinaria prueba de ello. O infinidad de litografías que ya circulaban por las calles, como los preciosos carteles estilo Art Nouveau, obra del talentoso Alfons Mucha,  anunciando Gismonda y otras obras teatrales. Pero las planchas de cobre son caras y difíciles de trabajar, mientras que no todo el mundo tiene acceso a un taller litográfico y sus enormes prensas. Además, cuesta imaginarse a cualquier contable, abogado u oficinista que, ante la necesidad de duplicar un documento cotidiano, recurra a las técnicas de grabado que, como el aguafuerte o la aguatinta, empleó Goya en la elaboración de sus estampas: barnices, ácidos, tiempos de mordiente exactos, entintado… Resultaría demasiado complicado.

Ante la creciente necesidad de duplicar cualquier documento de forma fácil, rápida y barata en un contexto de oficina, surge la oportunidad de adecuar la tecnología y el saber existentes a esa nueva realidad imperante. Las circunstancias de las últimas décadas de siglo XIX fueron las responsables de que Thomas Alva Edison desarrollase uno de sus múltiples ingenios: la pluma eléctrica.

El también conocido como lápiz eléctrico era un dispositivo de apariencia similar a una pluma o bolígrafo, en cuya punta había una aguja metálica que, por la acción de un motor eléctrico, se movía hacia delante y hacia atrás a 50 pinchazos por segundo para perforar la superficie del papel del mismo modo que una máquina de tatuar perfora la piel. Este invento, patentado por Edison en 1876, servía para horadar un papel especial e impermeable que, a modo de plantilla, bloqueaba el paso de tinta excepto por las zonas diminutamente agujereadas. El papel se ponía bajo la plantilla perforada y esta era entintada manualmente con la ayuda de un rodillo para así crear, una a una, cada copia.

 Esta pequeña prensa permitía reproducir, según la publicidad de la época, miles de copias con una facilidad nunca vista hasta el momento: “con la Pluma Eléctrica de Edison las plantillas se hacen tan rápido como se escribe con un lápiz normal. Mediante la Prensa Duplicadora, de cada plantilla se pueden obtener de 1000 a 15000 impresiones a una velocidad de 5 a 15 por minuto”. No obstante, tras un rotundo éxito comercial inicial, la pluma eléctrica pronto quedó obsoleta frente a las nuevas versiones que la competencia lanzó al mercado. Estos modelos prescindieron de las problemáticas baterías eléctricas, sustituyéndolas por pedales mecánicos similares a los de las máquinas de coser. Aunque ese no fue el fin del lápiz eléctrico. Unos años más tarde, en 1981, el neoyorkino Samuel O’Reilly patentó la primera máquina de tatuar basándose en el diseño de Edison.

Gentileza:

Beatriz Genchi

Museóloga – Gestora cultural.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail