El empate ante Auckland City, un equipo amateur, condenó su ilusión de avanzar a octavos de final; un rendimiento pobrísimo, sin rebeldía, se pagó muy caro
NASHVILLE, Estados Unidos. (Enviado especial).– Algunos jugadores se quedan en cuclillas, mirando la tribuna como buscando respuestas. Otros caminan en silencio, con la cabeza gacha, mientras Miguel Ángel Russo, parado en la boca del túnel, les da una palmada en el hombro, un gesto simple, de consuelo. Los hinchas, fieles, aplauden igual: aplauden la entrega, el esfuerzo, la ilusión. Algunos lo hacen con lágrimas; otros, con la mirada perdida, como si no quisieran irse todavía, como si esperaran que algo cambie.
Así se despidió Boca del Mundial de Clubes: sin gloria y sin dignidad. Empató su último partido, ese que en los papeles debía ganar con claridad. Fue 1 a 1 contra Auckland City, un equipo amateur de Nueva Zelanda cuyos jugadores son ingenieros viales, empleados públicos, peluqueros y vendedores de celulares. Benfica le ganó a un Bayern Munich repleto de suplentes y eso selló la eliminación.
En la previa, la lógica indicaba un triunfo claro, pero el desenlace fue otro. Y duele. Porque este torneo, en un año sin Libertadores ni Sudamericana, aparecía como una oportunidad real de volver a ser. Boca se hizo más conocido en el mundo, volvió a instalar su marca, se codeó con los mejores, venderá miles de camisetas y su gente volvió a hacer historia. Pero, otra vez, quedó en deuda en el último paso. Y de la peor manera posible: humillado, rozando el papelón. Un final inesperado. Y demoledor.
Boca llegó al último partido con la obligación de golear y con la esperanza de que Benfica perdiera frente a Bayern Munich. Y desde el inicio, todo parecía dispuesto para que al menos la primera parte se cumpliera. Apenas los equipos se ubicaron en la cancha, todos los fotógrafos corrieron hacia el arco de Auckland City, donde se esperaban todas las emociones. Nadie se paró detrás del arco de Marchesin. Ni uno solo. En las tribunas, la gente también jugó su partido: más de 15.000 personas acompañaron al equipo en su aventura por Nashville, una ciudad cara y lejana donde el fútbol pasa casi inadvertido. La ilusión de clasificar estaba viva. Pero el sueño empezó a desmoronarse rápido. A los 13 minutos, Benfica se puso arriba contra el Bayern y el golpe fue seco, al mentón. En la tribuna, algunos se quedaron mirando la pantalla de sus teléfonos, otros lo guardaron inmediatamente. El equipo también lo percibió. Supo que afuera las cosas no venían del todo bien. E hizo poco para cambiar esa realidad.
Boca metió tanta gente en ataque que, cuando Auckland lograba manejar la pelota en el mediocampo, no había quien les hiciera sombra. Battaglia se movía como un parabrisas, tapando huecos a los costados,
pero la presión tardaba en surtir efecto. Boca no robaba la pelota ni interceptaba pases; la volvía a tener casi siempre por errores técnicos de los neozelandeses. Luego intentaba avanzar por los costados, pero al no encontrar espacios, volvía a empezar. Cavani, que volvía a jugar después de 36 días, sintió la inactividad. Se lo notó falto de ritmo, sin precisión. Y casi no tuvo chances.
Boca fue de mayor a menor en el torneo. Se plantó con autoridad en el debut, e incluso mereció más frente a Benfica, tras un primer tiempo de altísimo nivel, con juego, intensidad y presencia en campo rival. En la segunda fecha resistió ante Bayern Munich, llegó a empatarlo y terminó perdiéndolo sobre el final, empujado por la jerarquía del equipo alemán. Pero ante Auckland se vio una versión más apagada. La más floja. Boca tuvo dos chances claras sobre el cierre del primer tiempo: un remate de Palacios al palo y otro de Merentiel al travesaño. Pero dejó pasar el momento, se le vino encima el segundo tiempo y todo empezó a costar más.
Un dato mantenía viva la esperanza. Benfica le había convertido el primer gol a Auckland recién a los 53 minutos de juego. Y después le marcó cinco más. Eso era exactamente lo que Boca necesitaba. Pero en
Charlotte, las Águilas ganaban. Y en Nashville, Boca se iba quedando sin energía. Russo puso tantos jugadores de ataque que casi no se guardó variantes. Ese fue, tal vez, el punto más flojo del equipo en
todo el Mundial de Clubes: el recambio. Boca viajó con un plantel de 35 futbolistas, muchos, sin chances reales de pelear por un lugar. Lo sufrió en los tres partidos. De los refuerzos, Braida sumó minutos ante Bayern y Pellegrino debutó contra Auckland, por la baja de Artyon Costa y el conflicto con Marcos Rojo. Leandro Paredes recién se sumará en Buenos Aires. Estuvo en Estados Unidos, pero solo como turista.

El arranque del complemento terminó con la ilusión, que para ese momento ya se había convertido en agonía. Porque Auckland, en su primer tiro de esquina de la tarde, empató el partido con un cabezazo
de Christian Gray. El mismo tipo de jugada que a Boca le hacen en casi todos los partidos: centro al área, anticipo y adentro. Dos minutos después, una alerta por tormenta eléctrica obligó a suspender
momentáneamente el juego. El protocolo del torneo, basado en las reglas de Estados Unidos, impide continuar cuando hay rayos cerca del estadio: la pausa es de 30 minutos como mínimo, y si persisten los
relámpagos, se agregan otros 20, sin tope de tiempo. Durante ese parate, Bayern llegó al empate y la gente de Boca lo celebró en las tribunas. Pero el VAR lo anuló, y todo siguió igual. Al final, Benfica ganó, y al partido de Boca le sobraron casi 40 minutos: así goleara, no le alcanzaba. Cuando el equipo volvió a la cancha, ya sin Cavani y sin Velasco, el triunfo de Benfica ya era historia. Y la esperanza de Boca, también.
Boca se despidió del Mundial de Clubes con una imagen lejana a aquel primer tiempo ante Benfica, cuando todos se ilusionaron con un equipo protagonista y lo imaginaron en octavos de final. Su suerte empezó a definirse en ese debut: cedió el descuento sobre el cierre del primer tiempo, se desconcentró al final y el orden de los partidos lo terminó perjudicando. Mientras Benfica tuvo la oportunidad de marcar diferencias ante Auckland y llegar con margen a la última fecha, Boca debió remar de atrás y aferrarse a la épica para soñar con la clasificación.

No fue el final deseado. Porque Boca, a contramano de su historia, se fue del Mundial sin luchar. Dejó la sensación de que estaba para más, pero sumó una nueva eliminación en el plano internacional. Era previsible, sí. Pero no por eso deja de doler. Ahora, en Buenos Aires, comenzará una nueva etapa. Habrá salidas, llegadas, movimientos, con la templanza de Miguel Ángel Russo como guía y la expectativa de
repetir -y sostener- la imagen de los primeros partidos. En Estados Unidos, Boca recuperó el feeling con su gente y se reencontró después de mucho tiempo. Pero en el final, tiró gran parte de ese crédito por
la borda. Terminó con un partido que, más que un comienzo de era, tuvo aroma a final de ciclo. Queda el aliento de la gente, la marea azul y oro que acompañó al equipo en Miami y Nashville, los banderazos, las promesas cumplidas y las que quedaron pendientes. Quedan los goles de Merentiel y el reconocimiento internacional. Pero también queda un desafío: poner todo en discusión y trasladar la grandeza de la gente a la cancha, sin depender de milagros.
Fuente;https://www.lanacion.com.ar/deportes/futbol/boca-no-obro-el-milagro-pero-si-un-papelon-internacional-su-excursion-por-el-mundial-termino-de-la-nid24062025/