Solo con un marco institucional sólido se puede proyectar una estrategia de crecimiento basada en el conocimiento y la tecnología (Foto: EFE)
El encarecimiento de los costos, la presión impositiva y la falta de incentivos ponen en jaque al sector tecnológico, mientras países vecinos avanzan con modelos más atractivos para el talento y la inversión
En las últimas semanas, buena parte del debate público volvió a centrarse en el valor del dólar. ¿Está caro? ¿Está barato? Esta discusión cíclica, casi automática, revela una debilidad estructural de Argentina: seguimos midiendo nuestra competitividad exclusivamente en función del tipo de cambio.
Este enfoque limitado deja fuera factores fundamentales como la productividad, la capacidad de innovación y la inserción inteligente en cadenas de valor globales. La verdadera pregunta no es cuánto vale el dólar, sino cuánto valor podemos crear como nación. Y, en particular, cómo posicionamos nuestros servicios y talentos en un mercado global cada vez más exigente y competitivo. Eso implica redefinir prioridades y pensar en estrategias a largo plazo que trasciendan la coyuntura.
El nuevo contexto de un dólar barato complica la posición de Argentina frente a la exportación de servicios y la retención de talento tecnológico. La desaceleración del crecimiento en este sector es evidente. Sin embargo, el problema de fondo no es el precio del dólar: lo que Argentina necesita es generar auténtico valor agregado. La respuesta no está solo en la macroeconomía, sino en la capacidad de articular sectores públicos y privados para crear ecosistemas productivos robustos y sostenibles.
La industria del software en Argentina creció tras la crisis de 2001, cuando el país se volvió competitivo por su combinación de talento calificado y costos bajos. Esa ventaja se mantuvo durante más de dos décadas. Pero actualmente, la demanda global por desarrolladores argentinos ha disminuido, y una de las razones es que otros países de la región, como Uruguay, Colombia, Brasil y México, mejoraron sus estándares, mientras Argentina ha perdido terreno. Esta pérdida de posicionamiento no es irreversible, pero requiere una respuesta urgente y coordinada.
Hoy, exportar servicios desde Argentina implica una triple pérdida de competitividad:
- El costo de operar en el país ha aumentado: los salarios en dólares se duplicaron en un año, pero las tarifas que se cobran al exterior no pudieron ajustarse proporcionalmente. Para tomar un caso concreto: en Aditi Consulting, Argentina comenzó 2024 siendo el país más rentable de la región, con una rentabilidad bruta del 70%. Al cierre del mismo año, se convirtió en el menos rentable, con un 40 por ciento.
- La carga regulatoria y tributaria. Para que un desarrollador reciba un sueldo neto de 4.000 a 5.000 dólares, la empresa debe destinar entre 8.000 y 10.000 dólares, debido a los sobrecostos impositivos y laborales. Esa ecuación no solo es insostenible: fomenta la informalidad. Cada vez más profesionales optan por trabajar directamente para el exterior en condiciones irregulares, con ingresos mayores y menos restricciones. Mientras tanto, países como Uruguay avanzan con modelos más simples y competitivos. La receta no debería ser perseguir, prohibir y bloquear, sino estimular y fomentar. Si le prohibimos al buen talento que reciba buenos sueldos dentro del sistema, buscarán oportunidades afuera.
- La existencia de barreras internacionales: restricciones cambiarias, trabas burocráticas e inseguridad jurídica.
La competitividad real se construye con educación de calidad, con universidades alineadas con el mundo productivo, con una carga impositiva lógica y previsible, con un sistema judicial confiable y con un Estado que facilite en lugar de obstaculizar. Solo con un marco institucional sólido se puede proyectar una estrategia de crecimiento basada en el conocimiento y la tecnología.
Irlanda y Singapur son ejemplos de países que supieron transformarse desde contextos adversos, con economías pobres y sistemas educativos limitados
Irlanda y Singapur son ejemplos de países que supieron transformarse desde contextos adversos, con economías pobres y sistemas educativos limitados:
- Irlanda apostó por el conocimiento y la inversión extranjera directa, convirtiéndose en un hub tecnológico europeo.
- Singapur combinó estabilidad institucional, educación técnica de calidad y una política fiscal amigable para atraer empresas globales. Argentina puede seguir ese camino, pero antes necesita recuperar el valor del estudio, del esfuerzo y de la formación continua.
No alcanza con debatir el tipo de cambio. Hay que sentar las bases de una economía que premie el talento, la innovación y la creación de valor. Eso implica dejar de pensar en soluciones de corto plazo y comenzar a desarrollar políticas de largo aliento que le den al país una identidad productiva clara y competitiva.
El autor es CEO de Aditi Latam
Fuente:https://www.infobae.com/opinion/2025/06/01/argentina-y-el-dilema-del-dolar-por-que-la-competitividad-va-mas-alla-del-tipo-de-cambio/





