Mariana Selva, del Equipo Argentino de Antropología Forense independiente, examina un esqueleto sin identificar en un laboratorio de Buenos Aires, en 2008.Natacha Pisarenko (ASSOCIATED PRESS)
La organización ha recuperado los restos óseos o evidencias de su homicidio de más de 1.600 víctimas del régimen en casi un centenar de lugares exhumados
La dictadura que gobernó Argentina entre 1976 y 1983 llevó a cabo un plan sistemático de secuestros, torturas y desapariciones de miles de personas. Tras recuperar la democracia, el Estado argentino asumió la responsabilidad de juzgar a los responsables de esos crímenes de lesa humanidad, pero no la de buscar los cuerpos de las víctimas. Los testimonios de sobrevivientes y las investigaciones de los organismos de derechos humanos aportaron las primeras pistas para un trabajo titánico que se puso a los hombros el entonces recién creado Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). A 40 años de su fundación y en coincidencia con el 49 aniversario del último golpe militar, el EAAF publicó esta semana una página web que condensa los resultados de una búsqueda aún inconclusa: han localizado 1.647 restos óseos o registros de homicidios vinculados al terrorismo de Estado en Argentina. Hasta la fecha, un total de restos de 838 personas desaparecidas han sido encontrados e identificados.
En estas cuatro décadas, el EAAF ha rastreado más de un centenar de cementerios, excentros clandestinos de detención y sitios furtivos de inhumación en busca de los cuerpos que los militares hicieron desaparecer y cuyo paradero nunca han querido revelar. Buscaron por toda Argentina, pero también en Uruguay y Paraguay, países vecinos a los que la dictadura argentina pudo llegar gracias al Plan Cóndor. En 91 de esos lugares realizaron hallazgos: algunos habían sido enterrados en tumbas anónimas, otros quemados, otros apilados en enormes fosas comunes como la del Pozo de Vargas, en la provincia norteña de Tucumán, de donde se han recuperado restos de 149 víctimas.
La identificación de un cuerpo permite a las familias cerrar la búsqueda y poder despedir a su ser querido. Pero el trabajo del EAAF va más allá de ofrecer una certeza genética: busca reconstruir qué le pasó a cada persona desde el momento de su secuestro. Además, cada nueva identificación “amplía el conocimiento sobre el conjunto de víctimas de desaparición forzada”, señalan en la web.
Del total de personas identificadas, el 71% eran varones y el 29% mujeres. Seis de cada diez víctimas tenían entre 20 y 29 años y la mayoría de ellas fueron asesinadas por heridas de bala, aunque también se encontraron evidencias de muertos por asfixia, por inmersión, carbonización, edema agudo de pulmón y politraumatismos. El mayor porcentaje de las personas identificadas desaparecieron en 1976 y 1977, en coincidencia con los años en los que hubo más denuncias por desapariciones.
Los números del informe son un nuevo revés al discurso negacionista de la dictadura impulsado por el Gobierno de Javier Milei, que justifica la represión ilegal del Estado como respuesta a la lucha armada de varias organizaciones políticas en los años setenta.
Muchos de los hallazgos del EAAF han servido a lo largo de estos años como pruebas en los juicios por crímenes de lesa humanidad realizados por la Justicia argentina. Un total de 1.233 personas, en su mayoría militares, han sido condenadas por delitos como secuestros, torturas, violaciones, robo de bebés, homicidios y desapariciones entre 1976 y 1983.
El rol clave de la genética forense
El trabajo de los antropólogos forenses tiene rasgos detectivescos: recurren a los periódicos de la época para buscar noticias sobre operativos represivos y apariciones de cuerpos, a testimonios de supervivientes, a expedientes judiciales y a todo aquello que les sirva para encontrar posibles lugares de inhumación y, en caso de dar con ellos, construir hipótesis sobre la identidad de las personas encontradas. Para confirmarla o descartarla se recurre a la genética forense al comparar una muestra de ADN del resto localizado con las de familiares de personas desaparecidas.
“Hubo un antes y un después en términos de identificación por los avances en la genética forense”, dice Mariella Fumagalli, integrante del EAAF. Esta antropóloga forense cuenta que en 2005 lograron tener un laboratorio genético propio que hoy es un centro de referencia mundial en el análisis de restos óseos muy degradados. A partir de 2007, la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas supuso un nuevo gran paso “al permitir un crecimiento exponencial de las identificaciones”, recuerda Fumagalli.
Cada caso es único. A veces, las identificaciones son rápidas porque se disponen de numerosas muestras genéticas, como fue el caso del Pozo de Vargas, cuenta Fumagalli: “Al empezar a cotejarse genéticamente los restos empezaron a surgir las identificaciones, pero lo que se complicó fue la restitución, porque los restos están mezclados y hay que hacer un proceso de reasociación”.
Algunos rompecabezas tardan años en resolverse, como la identificación del cura paraguayo Daniel Esquivel, secuestrado y asesinado en 1977. El EAAF encontró su cuerpo en una fosa común del cementerio de Lomas de Zamora, en la periferia de la ciudad de Buenos Aires, en 2005 y tenía la hipótesis de que podía ser él, pero carecía de muestras genéticas de familiares para confirmarlo. Después de nueve años de búsqueda, que incluyó un viaje a Paraguay, encontraron a su hermana melliza, Genoveva Esquivel, y la comparación de ambas muestras genéticas dio positivo. “Agradezco que me encontraron y me hicieron un test de ADN para poder saber si era mi hermano o no. Y sí, sí lo era, encontré a mi hermano”, dijo Genoveva a EL PAÍS en febrero. El pasado 23 de marzo, un día antes del 49 aniversario del último golpe militar, pudo despedirse de su hermano y enterrarlo.
De los restos recuperados, aún se desconoce la identidad de 809. Puede ser porque haya familias, como en el caso de Esquivel, que no sepan que existe la posibilidad de encontrarlos a través de la genética forense. O porque los perfiles genéticos de los restos recuperados están tan degradados que el escaso ADN extraído es insuficiente para dar un resultado certero. O porque ya no queden familiares vivos de la víctima. En cualquier caso, la web está pensada para ser “una herramienta en construcción permanente” que se irá actualizando con nuevos hallazgos.
La búsqueda del EAAF tiene en contra el tiempo —por la muerte de familiares—, pero choca además con un muro infranqueable, la desaparición sin dejar rastro de las víctimas de los vuelos de la muerte. Aunque hay escasos registros, la Justicia ha logrado probar que en algunos centros clandestinos de detención —como los de la Escuela Mecánica de la Armada, Campo de Mayo y El Olimpo— muchos de los secuestrados fueron drogados y subidos atados de pies y manos a un avión para ser arrojados desde gran altura al río de la Plata. Murieron por el impacto contra el agua. Las corrientes arrastraron unos pocos cuerpos hasta la orilla y la dictadura los enterró en silencio, en secreto y sin nombre. Los demás, nunca fueron encontrados.
Fuente:https://elpais.com/argentina/2025-03-30/el-equipo-argentino-de-antropologia-forense-40-anos-de-busqueda-e-identificacion-de-desaparecidos-de-la-dictadura.html





