Charles Dickens ha sido calificado como un autor cuyos personajes son de los más memorables y creativos en la literatura inglesa, si no exclusivamente por sus peculiaridades insólitas y con certeza por sus nombres.
El estilo de Dickens es florido y poético, con un fuerte toque cómico. Sus sátiras sobre el esnobismo de la aristocracia británica —él llamaba a uno de sus personajes “El Refrigerador Noble”— son a menudo populares. Comparaciones de huérfanos con accionistas o comensales con muebles son algunas de sus más aclamadas ironías. Él era un fiero crítico de la pobreza y de la estratificación social de la sociedad victoriana. A través de sus trabajos, Dickens mantenía una empatía por el hombre común y un escepticismo por la familia burguesa.
¡Y nada es gratuito claro! ¡No tuvo una vida fácil!
Cuando tenía tan solo 12 años, su vida dio un giro dramático y desgarrador. Su padre, John Dickens, fue enviado a la prisión de deudores de Marshalsea porque la familia no podía pagar sus deudas, debido a su excesiva inclinación al despilfarro.
Esto dejó al joven Charles en una situación desesperada. La mayor parte de la familia se trasladó a vivir con el Sr. Dickens a la cárcel, posibilidad establecida entonces por la ley, que permitía a la familia del moroso compartir su celda. Charles fue acogido en una casa de Little College Street, y acudía los domingos a visitar a su familia en la prisión.
A los doce años, se consideró que el futuro novelista tenía la edad suficiente para comenzar a trabajar, y así comenzó su vida laboral, en jornadas diarias de diez horas en la Warren’s boot-blacking factory, una fábrica de betún para calzado, ubicada cerca de la actual estación ferroviaria Charing Cross de Londres. Ganaba seis chelines semanales. Y con este dinero, tenía que pagar su hospedaje y ayudar a su familia.
La fábrica era un lugar sombrío y el trabajo de Dickens consistía en etiquetar tarros de betún durante horas y horas. Era tedioso, las condiciones duras y el salario apenas alcanzaba para sobrevivir. Le toco este Londres, injusto, paupérrimo y pestilente, siendo un preadolescente, durante casi un año. Ese fue el tiempo aproximado que pasó trabajando en la fábrica de betún Warren’s, en un edificio destartalado junto al río, en el que se escuchaban los chillidos de las ratas del sótano.
El principio del fin de la situación llegaría cuando John Dickens salió de prisión gracias a la herencia recibida tras la muerte de su madre. Sin embargo, la liberación de aquel trabajo que Charles tanto odiaba tardaría en llegar: mientras su padre paseaba por Londres como si nada hubiera sucedido, Elizabeth insistía en mantener a su hijo mayor en la fábrica.
Finalmente, en la primavera de 1825, cuando Charles ya tenía trece años, John Dickens salió de la inopia y se impuso a su mujer. El hijo dejó la fábrica y fue apuntado a una escuela cercana al enésimo domicilio de su familia.
Pero las cicatrices permanecieron. El trauma de aquellos días lo acompañó, impulsando su increíble ética de trabajo, pero también contribuyendo a sus inseguridades y las complejidades de su vida personal.
Para un niño brillante e imaginativo como Charles, fue una experiencia aplastante. Se sintió abandonado y humillado, y el recuerdo de esa época lo persiguió durante el resto de su vida. Más tarde escribió sobre ello con cruda emoción, describiéndolo como uno de los períodos más oscuros que jamás haya vivido.
Esta experiencia, aunque dolorosa, se convirtió en un momento decisivo en la vida de Dickens. Formó su profunda empatía por los pobres y marginados, que más tarde se reflejaría en sus novelas. Historias como Oliver Twist, David Copperfield y La pequeña Dorrit están llenas de temas de pobreza, trabajo infantil e injusticia social, todos inspirados en su propio sufrimiento. La fábrica de betún también alimentó su incansable ambición. Dickens estaba decidido a escapar de esa vida y trabajó incansablemente para educarse y forjarse una carrera como escritor.
dEs un testimonio de su resiliencia que convirtiera una experiencia tan dolorosa en una fuente de poder creativo, brindándonos algunas de las historias más perdurables de la literatura inglesa.
En su novela David Copperfield, juzgada como la más autobiográfica, escribió: “Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!”.
Gentileza;
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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