Un término acuñado en 2015 por el documental homónimo para denominar a las mujeres pertenecientes a la generación del 27 (1920-1927). Sus aportes están poco estudiados y, en su mayoría, han quedado al margen de las antologías y los manuales de literatura y arte hasta nuestros días.
Un día, en el Madrid de los años 20, Margarita Manso, Maruja Mallo, Federico García Lorca y Salvador Dalí, pasearon por la Puerta del Sol quitándose el sombrero en público. Esta actitud transgresora pretendía romper la norma y, metafóricamente, en ausencia de la pieza que tapa la cabeza, liberar las ideas y las inquietudes. El mismo Jorge Luis Borges se hizo eco de esta práctica en su artículo “Los intelectuales son contrarios a la costumbre de usar sombrero”.
Una de estas mujeres que protagonizó la anécdota, Maruja Mallo la pintora surrealista española, la explica de la siguiente manera: “Un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas, y atravesando la Puerta del Sol nos apedrearon llamándonos de todo”.
En plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, este gesto, quitarse el sombrero, los convirtió en rebeldes, especialmente a las mujeres. Prescindir del sombrero implicaba no conformarse con el papel que tenía la mujer en ese momento.
El origen del nombre Las Sinsombrero viene del documental del mismo nombre creado por Tània Balló Colell, Serrana Torres y Manuel Jiménez Núñez. Fue estrenado en el Festival de Cine de Málaga el 24 de abril de 2015 y posteriormente recorrido varios canales.
En 1932 Ramón Gómez de la Serna escribió en “Aventura y desgracia de un sinsombrerista”:
“Ha llegado el momento de enfocarlo todo con la cabeza descubierta, con lo que, además, se logrará que haya menos calvos. El sinsombrerismo es el final de una época, como lo fue de otra el quitarse las pelucas blancas. Quiere decir presteza en comprender y en decidirse, afinidad con los horizontes que se atalayan, ansias de nuevas leyes y nuevos permisos, entrada en la cinemática de la vida, no dejar nunca la cabeza en el perchero, ir con rumbo bravo y desenmascarado por los caminos del tiempo nuevo.”
Las artistas españolas del 27 reivindicaron su papel intelectual no solo sobre su propia figura, sino sobre la vida cultural que las rodeaba. Así, es fácil seguir la pista de muchas de ellas en publicaciones de la época, haciendo reseñas sobre libros, opinando sobre arquitectura y formando parte de una ajetreada agenda social.
Reflexionaron, además, sobre la iconografía propia de la feminidad. Este detalle puede comprobarse incluso a la hora de denominarse. Empiezan a imponerse fórmulas como “autora”, “escritora”, “pintora” …
El trazo más relevante es, sin duda, la introducción de un perfil femenino consecuente a su realidad en sus obras. La mujer se convierte en un personaje pictórico y literario fuerte, emancipado, que lucha contra su destino. Se representan grupos de mujeres con un aspecto moderno, fumando o en actitud intelectual. Las personalidades son fuertes e independientes y hacen suyo un espacio que, hasta el momento, solo estaba permitido a los hombres.
A pesar de no coincidir en muchos aspectos, la relación entre estas mujeres fue muy estrecha, extendiéndose incluso a generaciones anteriores. Les unía la lucha común contra una sociedad que las rechazaba y ninguneaba en gran medida.
Pero también existieron lugares físicos exclusivos donde estas mujeres se reunían y compartían ideas. En el Madrid de aquellos años se consolidaba la Residencia de Señoritas grupo femenino de la Residencia de Estudiantes, el Lyceum Club Femenino o la Asociación Universitaria Femenina bajo la presidencia de la escritora María de Maeztu. La semilla de la transformación femenina de varias generaciones y el camino de la igualdad de derechos se gestó en estas instituciones, de las cuales saldría grupos excepcionales de mujeres. Pronto surgieron clubes similares en Berlín, Paris, Bruselas, Nueva York, Roma, La haya y otras ciudades del mundo. Y hasta se organizó una federación internacional de estas entidades.
En el Lyceum se debatía y se compartían proyectos, y también allí se celebró la primera exposición de Elena Sorolla (la hija menor de Joaquín Sorolla). En los dos libros sobre el tema escritos por Tania Balló, la directora afirma que el camino de estas mujeres estuvo desde el principio plagado de dificultades; no solamente tuvieron que lidiar con el machismo imperante en la sociedad de su época, reticente a creer que aquel grupo de mujeres pudiera tener talento alguno.
Más allá de ser un gesto anodino (recordemos que tanto hombres como mujeres vestían sombrero al salir a la calle), y a pesar de que la propia Maruja Mallo contara más tarde en una entrevista que lo hicieron «para descongestionar las ideas», la sociedad madrileña vio en esta acción un acto transgresor propio de rebeldes y homosexuales, por lo que sus autores fueron insultados, e incluso les lanzaron piedras.
«Las Sinsombrero» no aparecen en la mayoría de libros del texto que hablan sobre la Generación del 27, pero recientes estudios han sacado del anonimato en el que vivieron durante más de ochenta años a muchas de aquellas artistas y escritoras. Muchas de ellas expusieron en galerías de arte y publicaron obras que hoy en día son un referente. Quitarse el sombrero como hicieron ellas fue un acto de rebeldía que daría el golpe de salida al inicio del cambio para las mujeres españolas.
Gracias a ello, el talento de todas ellas brilló con luz propia.
Desde hace unos años, la página web del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (de España) ofrece acceso libremente a fuentes y archivos para la investigación de la obra de estas mujeres. Los esfuerzos de diversas historiadoras han logrado situar en el lugar que le corresponde a todo un grupo de mujeres marginadas por su condición. Y es que, como afirma la propia Tania Balló, «sin ellas, la historia no está completa».
Gentileza;
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.