No voy a hablar de filatelia, aunque el tema podría dar juego si aludiese a los ejemplares y series dedicadas al Camino de Santiago o sus monumentos. Pero por esos caminos cuando se dice sello, carimbo, tampon, timbro, stamp, etc., inmediatamente pensamos en la credencial del peregrino. ¡Y nuevo objeto de colección!
Esa credencial, que nació no tanto para obtener al final del itinerario la Compostela, sino para servir como pasaporte que identificase al peregrino, permitiéndole acceder a los albergues, es el testimonio material (porque lo digital por ahora ha cosechado escaso éxito) de la experiencia.
Años atrás ya había algunos sellos más vistosos o cuidados que otros, y los peregrinos los apreciaban como un pequeño tesoro, aunque sin estar obsesionados por conseguirlos hasta el punto de coleccionarlos compulsivamente. En realidad, lo que importaba era recordar los lugares en los que se dormía, y algunos de paso que quedaban reflejados con el sello de un templo, de algún monumento, el oficial de algún municipio o institución pública, el de alguna oficina de turismo, los de los bares o restaurantes en los que se había comido, el de una tienda en la que se había comprado…
Asociaciones, hospitaleros, municipios y demás han estado compitiendo por diseñar sellos cada vez más atractivos, estos ya inequívocamente jacobeos y con la consabida emblemática caminera, toda una parafernalia de vieiras, cruces de Santiago, flechas, esquemáticos peregrinos, mojones, botas, monumentos reseñables, distancias que faltan a Compostela, “Buencaminos”, lemas y todo lo que se puedan imaginar.
¡Desde décadas atrás, se esmeraban en ello! Sin embargo, dado que todo está cambiando muy rápido en el Camino, donde las interferencias puramente comerciales, las tendencias divulgadas en las redes sociales, la moda por diferenciarse con lo único y el coleccionismo no metódico, sino voraz, también están afectando a esta práctica, generando lo que podríamos denominar como “sellitis” (que viene de sellos claro).
El síndrome que se bautizó con un neologismo jacobeo, no es más que una nueva distorsión del peregrinaje tradicional, donde lo esencial acaba por pasar a un segundo plano para permitir que ocupe su espacio lo anecdótico o intrascendente.
Los que sí, llaman mucho la atención son quienes hacen cola, para obtener un sello supuestamente obligatorio (no lo es), algo que ya está ocurriendo en algunos puntos. En algunos casos, han dispuesto una auténtica artillería de sellos, con varios modelos que emplean diseños, lacres y cintas de diferentes colores, todo un despliegue de creatividad. Sin duda una oferta encomiable para un itinerario que está germinando.
Pero de lo que quería hablar es, sobre todo, de la reciente costumbre de cobrar por los sellos, porque si antes todos eran gratuitos, ahora hay quien considera una buena inversión diseñar un sello irresistible por el que se pide una contribución fija.
Atrás queda ya la actuación de un espontáneo que, en el Cabo Fisterra, por 1€ ofrecía el último sello del Camino, the last stamp, en perfecto inglés. ¿Quién podía rechazar tan seductora proposición? Era el último, bien valía un pequeño esfuerzo económico.
Pero los sellos, como los imanes de heladera y otras bagatelas, han ido aumentando su valor en la bolsa de cotización de los recuerdos del Camino (aunque no solo), y ahora ya hay algunos que superan esta cantidad, pues el precio depende de la demanda, y de lo que el consumidor esté dispuesto a pagar por ellos.
El desenfreno coleccionista de lo singular, del souvenir que pasa a ser efímero objeto de culto, tiene cada vez más citas en los caminos, porque los seres humanos, además de gregarios también somos imitadores de comportamientos ajenos.
En las redes se votan los sellos más lindos de la ruta (lo que contribuye a subir el precio), que, por supuesto son los más apetecibles, tanto que la gente pasa ante un templo románico, que forma parte sustancial de la historia del peregrinaje, sin apenas frenar la marcha o girar la cabeza, pero es capaz de dedicar gran esfuerzo y tiempo a conseguir el sello de moda.
Uno de los más apreciados además de incorporar un peregrino contemporáneo que camina de frente, incluye un pensamiento, como las galletas chinas de la fortuna: “Muchos sueños se podrían volver realidad si tan solo se creyera en ellos”; sin duda provocará una reflexión profunda que te puede llegar a cambiarte la vida. Pero lo anterior, dado que el listón está muy alto, no bastaría para situarlo en el top, hay más: al sello de tinta lo acompaña una cintita con una mini vieira o bici de plástico que queda adherida con lacre rojo al cartón, y sobre el lacre van impresos dos pies. Y este no es el único modelo, el repertorio sigue. Por cierto, la práctica comercial ha sido un bombazo, ya que el sello no tiene precio, pero…, solo es otorgado a quien compre algo en la tienda. ¡Genial! Una usuaria de Tik Tok ha publicado en septiembre una información sobre este sello que, en pocos días, llegó a 200.000 visitas. El efecto viral ya ha provocado huellitis y colas que pronto superarán a las catedralicias.
¿Hay quién da más? Por supuesto, porque ahora los tiendas que proliferan en las inmediaciones de Santiago ya no venden latas de bebida, vieiras, bastones o aparatosos recuerdos, se han dado cuenta de que un humilde sello, de material muy barato, resultan mucho más rentables que el avituallamiento convencional, que además exige aprovisionamiento permanente, refrigeración, recoger desechos y, en el caso de cobrar, licencias so pena de sanciones. Con el sello los ingresos son más fáciles, y todo en negro, aunque la tinta sea verde o roja.
En suma, que más allá de cultivar el coleccionismo jacobeo, que incluso puede ser una sana consecuencia de la pasión peregrina, no podemos perder de vista lo que es fundamental, y saber separarlo de lo contingente o complementario. No es broma, porque se corre el riesgo de convertirse en una ridícula caricatura postmoderna, en pos de jueguitos que sustituyen a los ritos que enmascaran el objetivo, de lo que en su día fue un peregrino.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.