Murió a los 72 años Alfredo Prior: pintor, músico, escritor y performer. (Foto: GCBA)
En esos años de primavera, Prior pintó obras a dúo con Guillermo Kuitca, y exploró la performance en espacios contraculturales como La Zona, un sótano bautizado en honor a Tarkovsky que administraba con amigos y colegas.
Una vez, una de las bailarinas que actuaba terminó lastimada con los vidrios rotos de una licuadora, y la sala entera al borde de la electrocución. Fue la última de sus incursiones en ese terreno.
A partir de ahí, lo performático consistió en unas más apacibles lecturas de poemas, y actuaciones musicales junto a la banda Super Siempre, que integraba junto a Francisco Garamona, Sergio Bizzio y Alan Courtis.
De aquellos años 80, en que el punk se funde con las Bellas Artes, es la serie Osarios. Dieciocho cartones en los que el artista representa criaturas extrañas, una serie de juguetes que podrían decirse inocentes y sin embargo inquietan. La ambivalencia, que tanto le gustaba al artista, se refuerza en el título que, haciendo referencia a un lugar de sepultura, también contiene en su raíz la mucho más candorosa palabra oso.
Agua, bruma, humo. En las obras de Alfredo Prior conviven todas esas materias de forma indefinida: hay espesura y evanescencia, y sobre los fondos más opacos se recortan los trazos más fosforescentes. Era pintor, músico y poeta. Era, ante todo, un creador de mundos. Su universo personal, habitado de osos, conejos y soldados napoleónicos, es lo primero que entra en los ojos de los espectadores, aunque dijese que el público no le importaba. También decía que era el más abstracto entre los figurativos y el más figurativo de los abstractos, y que no tenía maestros de pintura, aunque su obra esté plagada de citas –originales y sutiles– a un gran número de maestros de todos los tiempos. Había nacido en San Isidro, donde vivió hasta los casi 30 años. Se formó como pintor de forma autodidacta, bajo el auspicio de una abuela que le compraba los materiales. “Mi única caja de herramientas es la historia del arte”, dijo en alguna entrevista. Lector y melómano, era un artista mental, aunque la materia de sus obras, con su paleta de turquesas y violáceos en mutación constante, ejerciese en nuestras retinas una seducción fatal. Prior fue un miembro fundamental de esa banda de jóvenes artistas que saltó a las telas y a las calles porteñas a comienzos de la democracia. Una generación frondosa, de la que también formaron parte Liliana Maresca, Juan José Cambre y Marcia Schvartz. El conjunto (concebido como un políptico en que las diferentes piezas conforman una sola obra) puede leerse como el cimiento del universo que, de ahí en adelante, construirá el artista para su pintura. Una suerte de fiesta galante siniestra, el punto justo en que un sueño hermoso comienza a tornarse pesadilla. Después vinieron otras series memorables, como En cada sueño habita una pena (1985) Sinfonía Napoleónica (1987) y Música nocturna (1995). Algunos libros de poemas, como Cómo resucitar a una liebre muerta, Leves instrucciones y Colombres y yo, y muchas otras pinturas sueltas, en las que confluyen las refulgencias de William Turner con los azules moleculares de Odilon Redon, y las formas mustias del último Monet, algunos de los artistas con los que le gustaba entrar en diálogo. Su serie de retratos de Jean Genet es más reciente (2020). Contra fondos azules, la carnadura del escritor francés parece descomponerse en algo maravilloso. Prior contaba, con el pucho en la mano, que su interés por Genet como personaje había surgido al leer el título de uno de sus ensayos: “Un Rembrandt cortado a pedacitos regulares y tirado en el cagadero”. El título cifra varios de los intereses (o al menos de los hallazgos) de las obras de nuestro artista: la cita a uno de sus artistas favoritos (Rembrandt, uno que, como él, oficiaba milagros haciendo de la pintura sobre la tela algo vivo) y una sonoridad sugestiva, de cadencia amable y sentido provocador. “El título –decía Prior que decía Duchamp– debe ser un color más”. No le faltaron amigos, como él talentosos e irreverentes, como Arturo Carrera (a quien conoció en la facultad de Letras) César Aira y los hermanos Lamborghini. Tampoco le faltaron muestras que lo celebrasen: hubo antológicas a tiempo en el Centro Cultural Recoleta, el Malba, el Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén. Y exposiciones regulares en la Galería Vasari. En 1985 representó a Argentina en la Bienal de San Pablo, y en 2016 ganó el Primer Premio Adquisición del BCRA con una obra atemporal que se titula “James Ensor tocando el Philiscordio”. Tal vez toda su obra estaba un poco fuera del tiempo, suspendida, hecha de capas y capas de historia chorreando por la tela hasta encontrar su lugar en el espacio. “No me gusta ser directo sino más bien elíptico. En ese sentido soy barroco y gongorino”, dijo en una entrevista hace unos años, elípticamente, para quien pudiese entenderlo. Fuente:https://www.clarin.com/cultura/adios-alfredo-prior-abstracto-figurativos_0_jLAxdaJGae.htmlGeneración frondosa
Sus intereses