San Rafael, Mendoza jueves 14 de noviembre de 2024

Un viaje en el transporte escolar – Por:. Beatriz Genchi

¿En qué se iba a la escuela antes?

En 1848, Italia estaba en medio de una guerra para conseguir su unificación; a cañonazos o con acuerdos diplomáticos, austriacos, españoles, franceses y hasta el Papa se dividían el país como si fuese una torta.

El Reino de las Dos Sicilias era el más extenso de los principados en conflicto y también el que poseía la población rural más grande. Las escuelas no abundaban allí, de modo que gran parte de su gente tuvo que elegir entre ir a grandes ciudades o permanecer en el analfabetismo.

Así se mantuvo, incluso después de la Unificación italiana, pero en el mismo año de inicio de la guerra, nació en la frontera más septentrional de las Sicilias, Giovanni Colantoni, quien estaba destinado a cambiar la educación de los niños de allí, con una idea ingeniosa.

Sin embargo, esta no es la única historia, pues el humano ha unido varias veces su fuerza con otras criaturas -e incluso máquinas- esperanzado en crear un transporte escolar que le permita llegar más lejos…

 

Villetta Barrea, localidad donde nació Giovanni Colantoni, se encuentra en la región de los Abruzos, al norte del antiguo Reino de las Dos Sicilias; a ese territorio los montes Apeninos lo perforan sin piedad y, en tiempos antiguos, los pueblos solo podían comunicarse gracias a caminos terrosos al borde o entre los montes.

En las primeras décadas del siglo XX, un Colantoni ya maduro, observó que los niños de su provincia se quedaban en casa como ayudantes de sus padres en el campo, comprendiendo que buena parte del problema se debía a la dificultad para trasladarse de las colinas a la escuela de alguna gran ciudad.

Después de conversarlo con sus coterráneos, les hizo ver la importancia de educar a los hijos. Días después, apareció con un borrico al que había atado dos sestas grandes.

-Dame a tu muchacho -le dijo al primer padre.

Enseguida, lo metió en una de las canastas como si esta fuera un vagón de tren unipersonal. Hizo lo mismo con el segundo, mientras al tercero, al cuarto y al quinto -que, por fortuna, era delgadísimo- los puso en el lomo del animal. No estuvieron a tiempo para la primera hora en la escuela, pero llegaron. Al atardecer, Colantoni hizo el camino inverso.

-Si funciona para el trigo, ¿por qué no para la gente? -respondió cuando le preguntaron por su idea.

Sin saberlo, Colantoni había creado un ‘transporte escolar’, pero más allá de eso, lo importante fue que en otras zonas de Italia imitaron su método para ofrecer una salida a regiones donde la escolarización era muy baja.

En la Inglaterra de 1830, los niños también iban a clases guiados por una criatura del género de los équidos o, quizá lo más adecuado, por dos. El vehículo era una suerte de camión tirado por un par de caballos, en cuya parte posterior se apiñaban no menos de una decena de estudiantes. El habitáculo estaba separado tanto del conductor como de los animales por la misma razón que ahora: las bromas podían provocar un accidente.

En Estados Unidos también usaron este tipo de vehículo, no obstante, en 1892 una escuela de Ohio pidió a la compañía encargada de fabricar coches, Wayne Works, el diseño de un transporte específico para alumnos, es decir, el ‘school car’. Bautizado justamente así, el vehículo en esencia era una evolución del que hicieron los ingleses, pero colocando bancos largos de madera de forma perimetral en la cabina, por lo que los niños ya no podrían ir amontonados. La producción masiva de este coche se suspendió debido a un incendio en la fábrica.

Una vez superada la crisis, Wayne Works volvió a la carga en 1910 con un nuevo autobús, aunque ahora con motor y sin cuatro patas… Ya no tuvo bancos de madera, sino asientos acolchados y la cabina iba armada sobre el chasis de un automóvil común y corriente.

En cualquier caso, el modelo que se ha convertido en un arquetipo es, sin duda, el Model T. de la Blue Bird Corporation, empresa que nació después de que Albert Luce, dueño de una concesionaria de Ford, decidiera fabricar su propia carrocería para autobús. Al principio, el compartimiento también era de madera y, por lo mismo, no muy durable. Luce lo reemplazó entonces por paneles metálicos con ventanillas de cristal y cortinas plegables. Ante el éxito, otras compañías copiaron su modelo: sin imaginarlo, había creado un estilo estándar y que ya no solo sirvió a los estudiantes, sino también a los oficinistas.

De modo oficial, la uniformidad en el color y la forma se acordó en 1939 durante la Primera Conferencia sobre Transporte Escolar. Allí, los fabricantes de coches y las empresas de pintura aprobaron 44 reglas ineludibles para este tipo de transporte. La razón del amarillo era puramente práctica, pues al ser tan llamativo, aun en condiciones de baja luminosidad, un estudiante no puede alegar que no vio su autobús para escaparse de la escuela…

Gentileza:

Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

 

 

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