Leni Riefenstahl fue una de las estrellas del cine alemán durante los años del nazismo. Después de la Segunda Guerra Mundial vivió con el estigma de ser cercana a Adolfo Hitler.
El público (críticos exigentes y cinéfilos enterados) recibió el estreno de la película con una ovación prolongada y, sobre todo, con admiración y sorpresa. Y es que su directora era una mujer, algo por entonces muy infrecuente, que nunca antes había dirigido nada. Había actuado, sí, y era una bailarina aclamada, pero ‘La Luz Azul’ era su primera incursión como directora. Ella, además, había escrito el guion y había interpretado a Junta, la joven extraña y arisca que era el personaje central de la obra.
Junta, en efecto, vivía lejos del pueblo, en las montañas, y los aldeanos le habían dado fama de bruja porque decían que, hechizados por ella, varios jóvenes la habían seguido en noches de luna llena y habían terminado despeñándose a una muerte absurda. Pero Junta tenía un secreto: sabía que, en esas noches claras, por una grieta entre los cerros se filtraba la luz de la luna e iluminaba con tonos azules una gruta llena de cristales resplandecientes.
No voy a contar más, pero en este largometraje según críticos y estudiosos de la historia del cine alemán ya hay una alusión al nacionalsocialismo o una influencia de esta ideología. Y consideran que diferentes corrientes del pensamiento germánicos anteriores (porque esta película lo es) al advenimiento del nacionalsocialismo han podido convertirse en el germen de esa corriente de pensamiento.
‘La Luz Azul’ recibió la medalla de plata del Festival de Venecia, por lo que su directora, Leni Riefenstahl, volvió a Berlín, la ciudad en la que había nacido 29 años antes, en medio de aplausos y elogios. Alemania, que vivía años tristes después de su derrota en la Primera Guerra Mundial y la extinción de su Segundo Imperio, tenía un motivo de alegría en medio de tanta penuria. Millones de alemanes se regocijaron con ella en esa tibia primavera de 1932.
Uno de esos alemanes alborozados por el éxito de ‘La Luz Azul’ era el líder del Partido Nacionalsocialista, una organización poderosa y combativa, muy disciplinada, cuyos rugientes desfiles de jóvenes arios con camisas pardas, portando antorchas y brazaletes con esvásticas, anunciaban su intención de tomar el poder sin demora, liquidar la desfalleciente República de Weimar e instaurar un tercer imperio alemán, el Tercer Reich, para acabar con el sometimiento impuesto por el Tratado de Versalles. Sí, Adolf Hitler se emocionó con la aparición triunfal de Leni Riefenstahl.
Hitler la invitó a pasar una tarde con él. Fue -según ella misma lo relató muchos años después en su libro de memorias- una reunión animada y gratificante, en la que charlaron fluidamente, se lamentaron por su país humillado y empobrecido, hablaron de sus anhelos respectivos y cenaron juntos. Cada uno quedó deslumbrado por el otro. Hitler le anunció que si él llegaba al poder haría de ella la mayor cineasta de Alemania, con todo el apoyo que necesitara. Cuando anochecía salieron a caminar por la playa.
Pocos meses más tarde, en enero de 1933, los nazis asumieron el poder. Hitler, erigido en el ‘Führer’ de la Alemania Nacionalsocialista, suprimió las libertades, eliminó la oposición, industrializó al país y lo rearmó, en un avance vertiginoso y sin treguas hacia el resurgimiento alemán como una potencia económica y militar, que en 1939 -aliada con la Unión Soviética- invadió Polonia e inició la Segunda Guerra Mundial. Y, tal como habían acordado en esa tarde apacible de la primavera de 1932, Leni Riefenstahl estuvo todos esos años junto a Hitler, como el símbolo mayor del cine de la “Nueva Alemania”.
Dos de sus obras, ‘El triunfo de la voluntad’ y ‘Olympia’, hicieron de ella una cineasta de fama global. Son, tal vez, las películas propagandísticas más impresionantes y técnicamente innovadoras jamás filmadas. Pero en 1945, cuando terminó la guerra, a Leni Riefenstahl le cayó el estigma de haber sido una parte fundamental de la maquinaria nazi de propaganda. Fue detenida y procesada, pero logró no ser condenada. “No supe nada del Holocausto”, aseguró. Siguió activa y creativa toda su vida, con libros, documentales y fotografías de etnología y antropología. Murió a los 101 años, en 2003.
Durante los doce años de la Alemania Nacionalsocialista, Adolf Hitler y Leni Riefenstahl se reunieron con la poca frecuencia que la turbulencia de esos tiempos lo permitía. Pero nunca perdieron el contacto. Tomaban té, charlaban, comían frugalmente y veían alguna película. Ella le hablaba de los avatares de su vida, él de la incompatibilidad entre el matrimonio y la política. Conversaciones cordiales, pero no íntimas. Y es que, según ella lo narraba, tan sólo en esa caminata por la playa en 1932 se rompió la distancia entre los dos: “Hitler se acercó y me abrazó”. Nunca más volvería a hacerlo.
Admirada y odiada por igual, se le considera una de las cineastas más innovadoras de su tiempo.
Tras muchos años de descrédito por su cercanía al Führer, en 1987 Leni Riefenstahl decidió contar su versión de los hechos en unas memorias fascinantes, que constituyen en sí mismas un viaje por un siglo atroz. En un tono franco y desafiante, la mujer cuenta sus inicios como bailarina, sus tormentosas relaciones sentimentales, sus deseos de ser actriz, posteriormente frustrados por su entrega a la dirección cinematográfica, arte que revolucionaría con obras como “El triunfo de la voluntad”, sobre un congreso del partido nazi, y “Olympia”, el documental sobre los juegos olímpicos celebrados en Berlín en 1936.
Gentileza
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.