La Orquesta Filarmónica de Mendoza se volverá a presentar en vivo este próximo sábado 5 de octubre en el Teatro Independencia. En la oportunidad, interpretarán un repertorio con obras de Aleksandr Glazunov y Bela Bartók. El Director Titular será Pablo Herrero Pondal mientras que el solista invitado será Mauricio Agüero, en saxo.
El valor de las entradas es de $2.500 y pueden adquirirse por www.entradaweb.com o en la boletería del teatro.
Sobre las obras
Alexandr Glazunov (1865-1936) escribió el concierto para saxo alto y orquesta de cuerdas en mi bemol mayor, op. 109 en 1935, poco antes de su muerte. Glazunov, exiliado por entonces en París, se sentía atraído por la llamativa sonoridad del saxo (ya había compuesto incluso un cuarteto para saxofones), instrumento que, a pesar de ser construido a mediados del siglo XIX (también en París) por el belga Adolphe Sax, no contaba aún con un numeroso repertorio de obras concertantes.
Según algunos, el concierto es la última obra de Glazunov, debido que la numeró como op. 109 antes de terminarla. Se sabe que a la vez compuso una fantasía para órgano, que se sospecha que es anterior, a pesar de llevar el op. 110. Glazunov también hizo un arreglo del concierto para orquesta, la op. 109a.
El ultra romántico compositor sorprendió con una partitura breve en la que no hay interrupción, con influencias modernas inusitadas en él, entre ellas la del jazz.
Tras la muerte de Glazunov se publicó una versión para saxofón y piano, firmada por Glazunov y André Petiot. Aunque Glazunov nunca había aludido a un colaborador en su correspondencia, se sospecha que Petiot pudo tener un papel relevante en la escritura del concierto original.
El estreno tuvo lugar en Alemania por Sigurd Raschèr, el saxofonista que encargó la obra y a quien va dedicada. Este concierto se convirtió inmediatamente en un clásico del repertorio para el saxo alto, aunque se desconoce si su compositor lo llegó a escuchar alguna vez en privado.
Béla Bartók es el autor de Música para cuerdas, percusión y celesta, que ocupa un lugar especial entre las composiciones de Bartók, no sólo por su elección intrépida e independiente de instrumentos, sino también por la intensa expresividad y vitalidad de los materiales. Fue escrita por encargo de ese inquebrantable campeón de la nueva música, el suizo director de orquesta Paul Sacher (1906-1999), para celebrar el décimo aniversario de su Orquesta de Cámara de Basilea.
El comienzo de la Música para cuerdas, percusión y celesta respira una atmósfera de misterio encubierto, ya que las violas de ambos grupos de cuerda presentan un tema que es en realidad el sujeto de una fuga. Este motivo irregular y sigiloso no sólo domina todo el movimiento, sino que también figura de forma importante en los movimientos posteriores. La sinuosa torsión del tema, con las cuerdas silenciadas, libera una oscura tensión que desafía la parte tranquila del tempo moderadamente lento del título del movimiento, Andante tranquillo. Tras la presentación inicial del tema por parte de la viola, varias cuerdas lo retoman; se eliminan las sordinas, y con la adición de timbales y platillos, la música desarrolla una tremenda fuerza. Un escalofriante clímax, iniciado por el empuje del bombo, dura poco; el estallido culminante disminuye rápidamente; las cuerdas vuelven a silenciarse. El tema se invierte. Los intervalos que subían ahora bajan, y viceversa y, con las cascadas de la celesta produciendo un aura sobrenatural, el movimiento termina en un microcosmos del tema.
¿Cuál es el origen de una música tan diabólica? Los vagabundeos cromáticos sugieren a Wagner y su Tristán, que nos dio el primer Schoenberg. Pero hay otros antecedentes, como Strauss, Stravinsky, Debussy, Ravel y, sobre todo, la música folclórica de la Hungría natal de Bartók y sus alrededores. Fue este último y amplio corpus musical, investigado durante años por Bartók, el que se convirtió en la fuerza omnipresente de su creatividad, cuyos elementos distintivos dieron a su obra una individualidad tan inconfundible para el oído como lo es una fotografía bien revelada para el ojo: Ritmos insistentes o sorprendentemente irregulares; modos y combinaciones de escalas exóticas; melodías severamente sencillas cuyo ascenso y descenso se derivan de los patrones del habla; energía impulsora, a menudo bárbara, y, en contraste, calmas maravillosamente provocativas; una amalgama de armonías triádicas simples y disonancias acerbas. De todos estos elementos surgió el ingenioso y novedoso lenguaje de Bartók.
En el segundo movimiento, tenemos al dinámico Bartók en plena forma. El intercambio antifonal entre las dos orquestas de cuerda se explota aquí al máximo. Los timbales y ahora piano y el arpa contribuyen a un tejido sonoro e impulsivo que explota con energía vital, se retira a un episodio juguetón muy brevemente y luego retoma su propulsión inicial.
Las combinaciones musicales atmosféricas e infinitamente evocadoras que han llegado a conocerse como música nocturna de Bartók existen en su propio mundo especial, y el tercer movimiento personifica ese mundo. Provocador, escalofriante, espeluznante, es la antítesis del nocturno de color romántico piano creado por John Field y Frédéric Chopin. Un encantamiento del xilófono en una sola nota, unido a los glissandos de los timbales, es un heraldo de las extraordinarias sonoridades que Bartók era capaz de conjurar. El hecho de que los materiales de este movimiento se deriven del tema de la fuga del primer movimiento aumenta la enorme consideración de la inventiva de Bartók.
El tema principal del final, una dinámica melodía en ritmo de danza búlgara introducida por el rasgueo de las cuerdas, tiene todos los elementos para una aventura musical al borde del abismo: salvajismo, percusión, síncopa y cambios rápidos de compás. En un momento dado, el tema de la fuga, algo variado, se recuerda abiertamente; más tarde, el tema de la danza recibe una ampliación exuberante, casi romántica. Pero el movimiento termina con el tema de la danza corriendo hasta el final con una brillantez decisiva y sin tapujos.
El solista invitado
Mauricio Agüero, saxofonista argentino y doctor en Música, ha realizado trabajos de investigación que exploran la evolución y enseñanza del instrumento en su país, con títulos como: Panorama argentino del saxofón y Hacia una redefinición de la enseñanza musical en las cátedras de saxofón en la Argentina. Desde el año 2003 al 2008 fue profesor titular de la cátedra de saxofón del Instituto Universitario Patagónico de las Artes. En esa misma fecha, ganó la posición de saxofón solista en la Orquesta de Río Negro, Argentina. Su experiencia como instrumentista internacional incluye conciertos en Chile, Bolivia, Brasil, Panamá, Estados Unidos y Argentina. Como saxofonista de jazz, Agüero se desempeñó como solista de la banda de jazz de la Fundación Cultural Patagonia (2003-2008) y como primer saxofón en la big band de la Louisiana State University (2010-2013).
Desde el año 2000 integra, junto a Alejandra Saez, el dúo de saxofón y piano Agüero-Saez con el que ha realizado más de 200 presentaciones en diferentes países. En referencia a su carrera académica, Agüero recibió su Licenciatura en Música, Especialidad Saxofón, en la Universidad Nacional de Cuyo, distinguido con Mención Especial. En el año 2010 concluyó su Maestría en Música, Especialidad Saxofón, en la University of Florida; y en diciembre de 2013 recibió su Doctorado en Música, Especialidad Saxofón, en la Louisiana State University. Actualmente es profesor de Música de Cámara de la Universidad Nacional de Cuyo, director del Festival Internacional Mendoza Sax Fest y Presidente de la AASAX, Asociación Argentina de Saxofonistas.