Jorge VI fue soberano del Reino Unido y sus dominios de ultramar de 1936 a 1952. Su figura, en cierto modo, ha quedado encasillada entre otras dos: la de su hermano, el controvertido Eduardo VIII, y la de su hija, la actual reina Isabel II.
Sin embargo, su papel va más allá: él y su esposa rescataron a la Corona de una grave crisis por la abdicación de Eduardo VIII y allanaron el camino para el estable reinado de Isabel II.
“An heir and a spare”= “Un heredero y uno de repuesto”. El dicho, muy relevante en las monarquías, se cumplió el 14 de diciembre de 1895. Ese día nació el príncipe Alberto Fernando Arturo Jorge, bisnieto de la reina Victoria. Cuando nació Alberto –al que apodaron “Bertie”–, sus padres ya estaban destinados a ser reyes debido a la muerte del hermano mayor de Jorge tres años atrás.
La familia real inglesa en ese entonces todavía se apellidaba Sajonia-Coburgo-Gotha y estaba dominada por la figura menuda pero imponente de Victoria, soberana del imperio más vasto y rico del mundo. Bertie, tercero en la línea de sucesión, contó con la bendición de su todopoderosa bisabuela y empezó a ser educado como príncipe real.
En palacio, la disciplina era férrea: su progenitor, el futuro Jorge V, es descrito por los historiadores como “un sargento”. Los hermanos eran tratados con rigor militar por su padre y con frialdad anglogermánica por su madre, María de Teck. Desde niño, Bertie idolatró a su hermano mayor. El parecía tenerlo todo para convertirse en el príncipe encantador que estaba destinado a ser: atractivo y ocurrente, derrochaba autoconfianza. Bertie, por el contrario, era circunspecto e inseguro. Su vida estaba marcada por su tartamudez. Era también zurdo (algo mal visto en la época) y patizambo. Pese a su rostro apuesto, su actitud retraída contrastaba con la de su hermano. Sin embargo, su voluntad era fuerte.
En parte, lo consiguió porque no tuvo otro remedio: a los catorce años ingresó en la Escuela Naval de Osborne, donde resistió gracias a su discreción, su destreza en los juegos y su carácter bondadoso. Lo que le costó más fue estar a la altura académica, ya que su educación hasta esa fecha había sido, en palabras del historiador y biógrafo Philip Ziegler, “desastrosa”.
En su segundo año en Osborne murió su abuelo, Eduardo VII, y su padre fue coronado. La ceremonia le impresionó. También colocó a su hermano David, convertido en príncipe de Gales, en un pedestal aún más alto.
Bertie consiguió licenciarse en la Academia Naval de Darmouth y se embarcó como cadete durante seis meses. La Primera Guerra Mundial lo tomó en la Marina, y en 1915 participó en la gran batalla naval del conflicto, Jutlandia. Sin embargo, una afección gástrica le apartó de la primera línea. Su siguiente destino sería la aviación, disciplina que aprendió, como tantas otras cosas, porque era su obligación. En los años siguientes tomaría una decisión clave en su vida: pidió en matrimonio a Elizabeth Bowes-Lyon, hija del conde de Strathmore, perteneciente a una de las familias más antiguas de Escocia. Elizabeth, atractiva, risueña e inteligente, se lo pensó mucho antes de aceptarle. Se casaron en 1923. Fue el mejor apoyo a las inseguridades de su esposo, además de quien controlaba mejor su carácter irritable, heredado de su padre.
Jorge V, por cierto, alabó sin reservas la elección de su hijo. Ya en ese entonces las diferencias con su heredero, David, eran patentes. Como lo era también la querencia por Bertie, al que admiraba por su talante responsable y trabajador. En 1920 le había concedido el título de duque de York.
El nuevo duque se dedicó a los deberes reales, que en su mayoría se desarrollaban en el seno de Gran Bretaña, en zonas mineras e industriales. Conservador moderado, estimaba que, para garantizar la paz social, era necesario que las clases trabajadoras vieran mejorada su calidad de vida.
En 1926 nació la primera hija del matrimonio, Isabel, a la que llamaban “Lilibeth”. Ese mismo año, el duque acudió por primera vez a la consulta de Lionel Logue, un logopeda que sería fundamental para dominar su problema de habla. En 1930 nació Margaret Rose, la segunda de sus hijas. Los York vivían en una casona en Piccadilly (hoy un hotel de lujo) y constituían una familia realmente unida y feliz.
En 1936, Jorge V murió de forma repentina y su hermano David se convirtió en Eduardo VIII. El nuevo rey, un personaje muy popular, seguía soltero y sin descendencia. Esto preocupaba mucho al duque, que temía que el peso de la Corona recayera en su hija mayor. Tampoco podía entender que su hermano fuera incapaz de dejar a Wallis Simpson, una americana divorciada, lo que hacía imposible contemplar el matrimonio. Eduardo VIII no llegó a ser coronado. En diciembre de 1936 anunció su renuncia al trono en una histórica emisión de la BBC: se veía incapaz de llevar a cabo su tarea “sin el apoyo y la ayuda de la mujer a la que amo”. Bertie estaba horrorizado: por la falta de sentido del deber de su hermano y por la perspectiva de convertirse en monarca. No se sentía preparado.
En cierto modo, era verdad: había sido apartado de los asuntos de Estado y sus conocimientos de las relaciones internacionales eran escasos. Pero subestimó su capacidad y sentido común, y el apoyo de su familia se revelaría capital. Fue coronado en mayo de 1937 con el nombre de Jorge VI. Dos visitas de Estado, a Francia y Estados Unidos, antes de la Segunda Guerra Mundial, serían claves en el conflicto que se avecinaba. La primera asentó la alianza francobritánica, mientras que en la segunda surgió una firme amistad entre los reyes y el presidente Roosevelt.
En Inglaterra, mientras tanto, el primer ministro Neville Chamberlain abogaba por la conciliación con Alemania. El rey lo apoyaba e incluso se ofreció a hacer un llamamiento a Hitler a través de su primo, Felipe de Hesse. Pero en septiembre de 1939 Jorge VI se convirtió en el monarca de un país en guerra.
Irónicamente, el conflicto que no deseaba consolidó su reinado: con su conducta durante aquellos años se ganó la admiración del pueblo. Ni él ni su esposa accedieron a irse de Londres. Se desplazaron regularmente a los barrios arrasados por las bombas alemanas, confortando a los vecinos. También Buckingham fue atacado. El monarca visitó a las tropas en numerosas ocasiones. Como tantos otros británicos, sufrió una trágica pérdida: su hermano, el duque de Kent.
Durante la guerra forjó una sólida amistad con el nuevo primer ministro, Winston Churchill, quien guiaría a su hija al principio de su reinado. Jorge VI fue uno de los instigadores del gobierno de unidad nacional, que lideró Churchill. Su trato con los ministros laboristas le fue muy útil cuando, después del conflicto, ese partido ganó las elecciones.
Su trabajo durante la guerra le granjeó el respeto de políticos a uno y otro lado del espectro. Sin embargo, Jorge VI seguía siendo un personaje inseguro, acechado por la figura de su hermano y el carisma de Churchill. Sin embargo, los reyes fueron los protagonistas cuando, en septiembre de 1945, una multitud los vitoreó en Buckingham para celebrar el fin del conflicto.
Fumador empedernido, Jorge VI falleció en 1952 a consecuencia de ello. En los últimos años de su reinado vio cómo la India, joya del imperio que forjó su bisabuela, adquiría la independencia. El mundo que conoció de niño se desvanecía, pero la Corona, que heredó maltrecha, sobrevivía: su hija Isabel ya era madre y, sobre todo, poseía el sentido del deber de su progenitor. La continuidad estaba asegurada.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.