San Rafael, Mendoza miércoles 23 de octubre de 2024

Depravada e infame mujer – Por:. Beatriz Genchi

Una mujer sin escrúpulos, intrigante, sanguinaria, absolutamente malvada y maquiavélica, corrupta, experta en venenos, autora e inductora de numerosos crímenes a cuál más espantoso, pervertida sexual y devoradora de hombres, que cometió incesto con su padre el Papa y con su hermano, hasta el punto de afirmarse que de este último llegó incluso a quedar embarazada…

Esa es la terrible y escalofriante imagen que desde hace cinco siglos arrastra sobre su memoria Lucrecia Borgia, hija del Papa de origen español Alejandro VI.

Pero, ¿y si la realidad fuera otra muy distinta? Lucrecia tal vez no fue la pérfida, depravada e infame mujer que durante siglos muchos se han empeñado en describir.

Es muy posible que fuera lo contrario: una mujer culta y delicada, refinada y erudita (hablaba griego, latín, italiano, francés y español), que jamás utilizó un arma ni ordenó a nadie emplearla, que nunca uso la cantarella (un veneno que a pesar de todo lo que se ha dicho, tampoco recurrieron nunca su padre y sus hermanos) y que en vez de agresora fuese víctima.

Autores como Joan Francesc Mira en su libro «Borja Papa», Ivan Cloulas en «Los Borgia»; o el ya fallecido historiador Miquel Batllori -quien en vida estaba considerado la mayor autoridad mundial en los Borgia- se han esforzado por excavar la verdad histórica y despojar a los miembros de esa familia de las mentiras que siempre les han rodeado.

No es que los absuelvan. Los Borgia tenían defectos, gravísimos defectos. Pero muchas de las cosas que se aseguran de ellos no son reales, alegan. Y en especial, en lo que se refiere a la hija de Alejandro VI.

Las habladurías, las calumnias y sobre todo las mentiras asolaron a Lucrecia durante sus 39 años de vida, alimentadas por las cruentas luchas de poder que durante el Renacimiento enfrentaban a varias familias.

Cuando, por ejemplo, la reina de Francia María Antonieta fue guillotinada en 1793 tras ser declarada culpable de «alta traición al pueblo y a la nación francesa» y, sobre todo, de «obscenidad», en su sentencia de muerte se argumentaba que se había comportado «como Lucrecia Borgia».

Sin embargo, las más recientes investigaciones revelan que Lucrecia Borgia no fue un monstruo, todo lo contrario.

«Lucrecia Borgia fue una mujer espléndida, gentil, delicada e incluso tímida. El empeño en presentarla como una gigantesca puta se debe simplemente a que esa historia se vende mejor», aseguraba el italiano Dario Fo, en el libro titulado «La hija del Papa».

Cuando el 18 de abril de 1480 nació Lucrecia en Subiaco, Rodrigo su padre ya era cardenal. La madre era Vannozza Cattanei, una italiana que le dio otros tres hijos al futuro Alejandro VI.

Lucrecia tenía apenas 13 años cuando su padre decidió casarla con el conde de Pesaro, Giovanni Sforza. A Rodrigo Borgia le interesaba establecer una alianza política con esa poderosa familia, y el matrimonio se presentaba como una buena opción. Alejandro VI estaba obsesionado con la idea de unificar Italia. Para ese fin, se embarcó en un complejo sistema de alianzas con los varios estados italianos. Esperaba que el marido de Lucrecia lo secundase (al fin y al cabo, para ello se la había entregado en matrimonio) en su objetivo, pero la conducta de Giovanni Sforza fue ambigua y con frecuencia contradictoria, dejando en varias ocasiones a su suegro sin el apoyo militar que éste le pedía. El Papa, enojado por su comportamiento, se vengó de su yerno reteniendo a su hija en Roma e impidiéndole regresar a Pesaro. Y, más adelante, dio la orden de que Giovanni Sforza fuera asesinado. Pero Lucrecia se enteró del plan a través de su hermano y alertó a su marido.

Alejandro VI decidió entonces declarar nulo el matrimonio de Lucrecia. El argumento que empleó para invalidarlo fue decir que la unión carnal entre los dos esposos no se había consumado ya que Sforza era «impotente». El proceso de anulación, orquestado siempre por Alejandro VI, concluyó como Rodrigo Borgia deseaba: se sentenció que Lucrecia era virgen, que Giovanni Sforza era impotente y se declaró nulo su casamiento.

Sforza, herido en su amor proprio, acusó entonces a Alejandro VI de mantener relaciones incestuosas con su hija, aunque no presentó oficialmente ninguna denuncia al respecto. Pero dio igual. La acusación corrió como la pólvora por todas las cortes europeas. Y aunque la imputación de Giovanni Sforza buscaba más a dañar al Papa que a Lucrecia, fue la reputación de ella la que más se resintió. En los documentos de la época no se ha encontrado ninguna referencia que pueda hacer pensar que, efectivamente, Lucrecia y su padre mantuvieron una relación incestuosa.

En algunos legajos, se habla de «comportamiento público afectuoso» pero en referencia a toda la familia Borgia, lo que sin duda llamaba la atención porque ese tipo de efusiones no eran habituales en las familias poderosas de la época. A los rumores sobre su posible incesto, se sumaron enseguida las voces de quienes proclamaban la supuesta promiscuidad sexual de Lucrecia.

«Es la que lleva la bandera de las putas», sentenció por ejemplo sobre ella su contemporáneo Materazzo, un cronista de Perugia. La lista de supuestos amantes que empezó a atribuirse a Lucrecia era interminable. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que tanto Girolamo Priuli como Materrazzo, dos de los más duros detractores de Lucrecia, hablaban simplemente de oídas cuando la tachaban de «puta», pues ninguno de ellos puso jamás el pie en Roma durante el periodo en que la joven vivió allí.

La única relación probada y documentada que mantuvo Lucrecia en ese periodo fue con un joven sirviente español de la corte papal, Pedro Calderón, y según se deduce de la correspondencia que ambos mantuvieron ella estaba sinceramente enamorada. De esa relación nació un niño. Pero enseguida los rumores se cebaron de nuevo contra Lucrecia, asegurando que el recién nacido era fruto de las supuestas relaciones sexuales que mantenía con su padre y con su hermano César. Se intentó esconder el embarazo por un motivo fundamental: Lucrecia seguía siendo una pieza central en las intrigas políticas de su padre. Alejandro VI necesitaba establecer una alianza con el Reino de Nápoles, así que decidió casar a Lucrecia, sin su consentimiento, con Alfonso de Aragón, duque de Bisceglie e hijo ilegítimo de Alfonso II, rey de Nápoles. La boda se celebró en julio de 1498.

Tras un atentado Alfonso de Aragón estaba convencido de que César, su cuñado, había orquestado el plan para matarlo en represalia porque el Reino de Nápoles se había vuelto contra los Borgia, pero falló. César entonces sacó a su hermana del palacio ducal mediante un engaño en el que vivía con su marido y mandó a su guardia. Alfonso de Aragón murió estrangulado, Lucrecia se quedó viuda y de nuevo se desataron las murmuraciones que tratan de implicarla, sin que haya ninguna evidencia al respecto, en la muerte de su marido.

Pero las ambiciones políticas de la familia Borgia no tenían fin y Alejandro VI empezó a concertar un tercer matrimonio para su hija. Esta vez Lucrecia hizo oír su voz y aceptó casarse con Alfonso d’Este, príncipe y heredero del reino de Ferrara.

Finalmente dejó Roma y, lejos de la influencia y del dominio de su familia y convertida en duquesa de Ferrara, logró por fin acallar los infames comentarios que siempre la habían acompañado. Sus coetáneos hablan durante ese periodo de ella como una buena madre y una esposa virtuosa.

Además, como duquesa de Ferrara fue una mecenas activa, acogiendo en esa corte a varios artistas. También disfrutó del cariño del pueblo, sobre todo porque cuando Ferrara cayó en desgracia Lucrecia, a modo de penitencia, comenzó a llevar un cilicio y fundó un Monte de Piedad para ayudar a los pobres. Esa buena reputación la acompañó hasta su muerte, producida a causa de un parto complicado cuando tenía 39 años.

Poco después de su fallecimiento, resurgió la leyenda negra sobre Lucrecia Borgia. Una leyenda que dura hasta hoy.

Gentileza;

Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

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