Después de seis meses, el Gobierno empieza a enfrentarse con las consecuencias de sus propias acciones y su propia inacción, aunque aún no pague costos en la imagen
Los seis meses de gobierno de Javier Milei importan por lo mucho que ocurrió en ese lapso, pero aún más por el nuevo piso sobre el que quedó parado al momento de empezar la segunda mitad del año y proyectarse hacia su primer examen electoral, que enfrentará en 2025. El cierre del primer semestre expresa un punto de inflexión. Para el oficialismo y la oposición.
En el balance, el Presidente publicita la baja de la inflación, después del subidón que provocó la devaluación y la inercia que ya traía, aunque más aún celebra que su imagen positiva se mantiene por encima del 50%, como arrancó, a pesar del ajuste “más grande de la historia”.
También puede promocionar, como lo hace, que la caída vertical de la actividad económica, llámese recesión o depresión, parecería haber encontrado un piso para comenzar a levantarse, desde el 10° subsuelo (en el algunos casos, el 20°), pero lejos aún de la planta baja donde estaba cuando llegó a la Presidencia.
No obstante, asoman señales que confirman que nada está consolidado. La expresión que usó el Presidente para celebrar los que considera indicadores económicos exitosos es precisa. “Si nos sale bien, no vuelven más”. El condicional lo dice todo.
El rebote del riesgo país y de los dólares alternativos, la liquidación de divisas por exportación de granos en mayo un 30% menor que la del mismo del mes del último año (sí, el de la súper sequía), así como la ralentización en la compra de dólares por parte del Banco Central expresan a cuánto cotiza la duda de inversores, ahorristas, productores y exportadores.
Pero nada se reduce al desenvolvimiento de las variables económicas, aunque cada vez son más los economistas que plantean dudas tanto en el plano monetario, como fiscal y productivo y ya fue descartado por mayoría absoluta un rebote abrupto de la actividad. La demorada salida del cepo cambiario, a pesar de que existirían mejores condiciones, más la postergación de algunos ajustes, la acumulación de nuevas deudas en dólares y la incertidumbre que subsiste sobre vencimientos de la deuda pública externa (como el préstamo –swap– de China) suman incertidumbre y retracción.
El monofoco puesto en la inflación y todas las medidas concentradas en evitar un rebote de los precios podrían tener efectos no deseados en el mediano plazo, que licuarían logros y demandarían nuevas dosis de esfuerzo social, en momentos en que recrudecen expresiones de extenuación, inclusive de los que conforman el 50 y pico por ciento de apoyo.
En ese plano asoman como luces amarillas los problemas de gestión. El cambio del jefe de Gabinete, que, además de los nombres implicó una reforma en las funciones, dejó algunas lecciones. La institución que debe conducir la administración y coordinar la tarea de los ministros quedó, tras la salida de Nicolás Posse y la llegada de Guillermo Francos, como un Ministerio del Interior empoderado o una Jefatura de Gabinete de Ministros (JGM) adelgazada.
Además de los errores que se le atribuyen a Posse (entre los que algunos de los más estrechos colaboradores presidenciales incluyen sin mucha reserva el espionaje interno), se menciona entre los motivos de la reforma la elefantiásica estructura que tenía y que, al margen de limitaciones del anterior titular, la tornaba casi inviable. Así explica el propio Francos el recorte de funciones.
El caso de la JGM resalta una enorme paradoja, ya que la otra área que concentra tanta o más tareas, de igual o aún mucha mayor urgencia y demanda de operatividad, sigue incólume y el Presidente se resiste a revisarla, a pesar de haber quedado como el ejemplo de problemas de conducción, de falta de ejecutividad y de ausencia de transparencia. Si el megaministerio de Capital Humano no estuviera en manos de una amiga íntima de Milei, como Sandra Pettovello, es una obviedad que a esta altura ya no sería lo que sigue siendo.
La performance de la cartera y de la ministra no encuentran más méritos para ser ensalzados (hasta por el Presidente que muestra una generosidad sin límites con esta área) que las irregularidades halladas de la gestión anterior y las denuncias hechas contra los dirigentes de los movimientos sociales. El hiperministerio que debería atender urgencias de los más vulnerables y resolver o evitar conflictos que podrían afectar la marcha de la economía convertido en una auditoría. Y de resultados inciertos.
“Muchas de las denuncias hechas tienen sugestivos errores en la sustanciación que me hacen acordar demasiado a los sumarios policiales destinados a quedar en la nada por arreglos entre policías y delincuentes”, explica uno de los exfuncionarios que dejó el ministerio en el primer semestre y que oportunamente se negó a poner su firma en varias actuaciones hasta que estuviera la de Pettovello.
Son esas expresiones de un estado de desconfianza, sospechas de persecución y exposición a cazabobos que tuvieron muchos de quienes pasaron y aún están en Capital Humano.
El vínculo de algunos de esos “sumariantes” y denunciantes con el gobierno anterior y el mundo del espionaje abona las suspicacias. Leila Gianni, la ahora famosa y poderosa responsable del área de Legales del ministerio, además de figura estelar de la nueva temporada de Titanes en el Ring Tribunalicio, es la cara visible de la estructura bajo sospecha. En su match con Juan Grabois (el Robin Hood cartonero) logró un éxito de audiencia y algo más, pero también quedó expuesta ella al “principio de revelación”.
Por ahora, el Presidente se niega a aceptar la renuncia que Pettovello habría ofrecido ya varias veces, según dejaron trascender en el entorno de la ministra y nadie se atreve a negar en la Casa Rosada.
Entre las muchas peculiaridades que reúne el caso de la funcionaria y amiga presidencial se destacó en la última semana el cambio de posición que mostraron algunos de los más cercanos colaboradores de Milei. Varios que solían criticarla por sus problemas de conducción, sus rasgos de personalidad o por su performance en la gestión pasaron a hacer una férrea defensa. Justo cuando los hechos, antes que las palabras, parecían debilitar al extremo a Pettovello.
El argumento de que la ministra es víctima de operaciones en su contra por su decidida avanzada contra “los gerentes de la pobreza” y “la mafia que lucra con el hambre” encontró algunas fisuras, por lo que la cerrada defensa presidencial se atribuye a más razones que las derivadas de esa tan noble causa.
El vínculo con el Presidente y el daño que podría causarle a este tener que desprenderse de ella, después de haber convertido “en historia” al otro amigo (Posse) con el que inició la aventura presidencial, es una justificación que se esgrime, pero no sería la única causa de su permanencia.
Algunas decisiones tomadas en su área (léase contrataciones, compras y designaciones) que están bajo observación (política y judicial) no serían exclusivas de ese ministerio. Para un gobierno cuyo capital político casi excluyente es el apoyo social, cualquier hecho que afecte la confianza podría causarle un daño demasiado grave.
Acá también asoma la huella de aficionados a inmiscuirse en vidas ajenas, que en poco tiempo, y aprovechando la inexperiencia y susceptibilidad de los recién llegados al Gobierno, lograron ocupar espacios de poder ofreciendo sus “servicios” para preservarlos. Entre ellos, su llegada privilegiada al poder permanente económico, las fuerzas de seguridad, el Poder Judicial y algunos sectores mucho más opacos. Milei no sería el único topo en el Estado.
Se trata de una película proyectada demasiadas veces, pero que siempre encuentra público que parece no haberla visto. O, peor, que cree que esta vez tendrá un final distinto. Pero unos pasan y otros no se van nunca. La postulación de Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema no es una nueva producción, sino una secuela de la misma saga.
Después de seis meses, el Gobierno empieza a enfrentarse con las consecuencias de sus propias acciones y su propia inacción, aunque aún no pague costos en la imagen. Pero las dudas o cuestionamientos respecto de sus políticas no sólo no se han diluido, sino que se consolidan.
El antídoto de la herencia empieza a ser menos eficaz ante una realidad envenenada, por lo que el comienzo del segundo semestre asoma como un punto de inflexión, antes de quedar inmerso en la vorágine del año electoral, en el que el Gobierno está obligado a renovar la confianza para que se traduzca en las urnas y, muy especialmente, en las bancas del Congreso Nacional, de las legislaturas provinciales y de los consejos deliberantes municipales. La frágil estructura político-legislativa del oficialismo necesitará de un refuerzo de dimensiones notables.
El apoyo superior al 50% en las encuestas de imagen se divide en dos mitades más o menos imperfectas: una porción (algo mayor) de votantes duros, para los que no hay ninguna razón para revisar su preferencia, y otra (que ronda los 25 puntos) que en el balotaje optó por “el menos malo” y votó con la nariz tapada, pero con muchas dudas que la gestión no solo no disipó, sino que, en algunos casos, profundizó o, más aún, confirmó. En ese punto cobra relevancia el hecho de que las elecciones legislativas no suelen dirimirse solo entre dos fuerzas, sino que los votos tienden a repartirse entre varias opciones.
Este domingo, las elecciones europeas le insuflaron a Milei y los suyos una nueva dosis de ilusión, con el sostenido avance de la extrema derecha. Insumos para sus consejeros que lo ven y lo proyectan como un líder supremo que cabalga los vientos de la historia para llevarlo a la cumbre.
Su inminente partida a Italia para participar como invitado de la reunión del G7 ampliado no podría haber llegado en un momento más complejo, capaz de tenderle trampas a entusiastas inmoderados. Los antecedentes de los viajes presidenciales dan motivos para no relajarse.
No parece haber plafón para correr más riesgos. El Gobierno está en un momento crucial. Despegar o quedar atrapado en nuevas turbulencias es el gran desafío.
Lo mismo le pasa a la oposición, que, si bien no logra ponerse de pie, empieza a tantear nuevos formatos y estrategias para plantarse e intentar ofrecer alguna opción diferente. Un punto de inflexión para todos.