Cuando los conquistadores fundaron la llamada “nueva ciudad”, debieron hacer frente a la arrolladora fuerza de la naturaleza. El rol de los caciques y una historia poco conocida.
“Estas tierras pueden quedárselas” así podría imaginariamente haber sucedido la charla entre el Cacique Goaymalle (así su nombre original) y el español conquistador Pedro del Castillo, que fundó en la geografía habitada originariamente por los llamados “naturales”, la actual provincia de Mendoza. Esa frase usada como un giro ficcional, es posible “novelarla” por las distintas investigaciones históricas que se realizan en torno al agua en Mendoza, los Caciques y la fundación del Cabildo.
Un Cabildo cuya última construcción se derrumbó producto del devastador terremoto ocurrido en 1861, no era, sin embargo, el primer derrumbe que sufría este edificio emblemático, sino que los anteriores, según la deducción por la documentación existente, también se habrían derrumbado, en esos casos, por la fuerza indomable del agua.
Es de 1574 el acta a la que alude Jorge Ricardo Ponte, en su libro “De los Caciques del Agua a la Mendoza de las Acequias”, allí se describe un encuentro cumbre que los “cabildantes” tuvieron con los Caciques, en ese documento dice que “se pide digan los caciques comarcanos tierras que habían vacías y no fueran de los naturales”. Si seguimos recreando aquel momento, podríamos, como en una especie de guion, agregar que no sería extraño, todo se hubiera desarrollado en un clima de tensión. Esos cabildantes fueron quienes, llegados de Europa, avanzaron (en modos que se conocen ampliamente), sobre la propiedad y formas de una sociedad ya establecida por los pueblos originarios, pueblos cuyos habitantes en las actas son llamados “naturales”. Los Caciques sí tuvieron que entregar tierras a Pedro del Castillo, pero las extensiones de tierras dadas, “casualmente” estaban en una traza que cuando llovía, se veían colapsadas por los aluviones, el agua arrastraba todo a su paso. Así, aunque no se puede confirmar la intencionalidad de los “naturales” de vengar indirectamente la invasión, sí Ponte asegura en su libro: “la primitiva ciudad fue emplazada en el peor sitio posible”. Incluso Ponte deja sentada la misma suposición de una cesión de tierras inundables, con una clara frase en sus investigaciones, “el desacierto (de la elección de lugar) se lo adjudican a Pedro del Castillo, si es que fue una elección por parte de los españoles”. Claramente, deja flotar en el aire, el “regalo” de las tierras por parte de los Caciques, llevaba una especie de caballo de troya escondido, nada menos que la fuerza del agua.
Plaza de Mendoza. Litografía de Touane, circa 1826.
Plaza principal de Mendoza antes del terremoto de 1861.
Rastros de un estandarte
“No tenemos un solo plano de la fundación de Mendoza ocurrida en 1561, solo un acta sin referencias geográficas” dice Betina Tamiozzo, directora del Museo del Área Fundacional de Mendoza, que, aun lamentándose de carecer de un documento tan necesario para la provincia, admite que gracias a distintos investigadores, se pudo hallar los restos de aquel estandarte que tuvo el casco histórico de la provincia. “Relatos como el que hace el escritor e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, al narrar el fusilamiento en Mendoza de José Miguel Carreras, considerado uno de los padres de la patria chilena; permiten estimar donde estaba el edificio del cabildo. Actualmente, los que visitan el Área Fundacional, pueden observar el piso de baldosas criollas características del siglo XVIII, hay muchas razones para pensar es el piso del último cabildo construido en 1749, y en excavaciones arqueológicas de sus alrededores, sí consta hubo otras construcciones en el mismo lugar años antes”. En el libro “El Cabildo de Mendoza” de Roberto Bárcena y Daniel Schavelón, figuran actas del siglo XVII donde destacan que no se podían los cabildantes juntar a sesionar, porque el paso hacia el cabido estaba anegado de agua. “Siguiendo con la línea de documentación, sí podemos hacer referencia a una gran inundación que tira el edificio anterior a 1749, que es de 1716, por eso las actas capitulares que se guardan, dicen que se ha pedido la construcción de un edificio que soporte las avenidas de agua”, confirma Betina Tamiozzo. Incluso ya con fuentes absolutamente concretas, como el primer plano que tiene Mendoza de su casco fundacional, que data recién de 1761, se puede observar sobre la que sería la actual calle Videla del Castillo, hay un muro de contención del agua frente al cabildo.
Una fortaleza llamada agua
En todas las ciudades coloniales de la América española, los cabildos se erguían como banderas arquitectónicas donde se instalaban los representantes que asumían atribuciones de gobierno y justicia para el pueblo. Lógicamente, los “naturales” no estaban en ese esquema, todo lo contrario, y en Mendoza fue el marqués español, Rafael de Sobremonte y Núñez, quien desde la fortaleza del cabildo, luchaba contra otra fortaleza mayor: la del agua. En el libro “Obras Hidraúlicas en América Colonial”, dicen que él destacaba que el Cabido tenía la “imposibilidad de construir algo sólido y permanente, debido a la rapidez e inconstancia del lecho del curso del río”. Tomando como base documentación que también es mencionada ahí, podemos nuevamente hacer un paseo por el pasado y escuchar una charla que pudo ocurrir: “obliguen a que cada vecino me traiga mínimo un peón, si no lo hacen tendrán que pagar una multa, necesitamos hombres para construir una obstrucción al agua, ¡es urgente!”. Sí, era urgente, al igual que Pedro del Castillo, Sobremonte luchaba desde tierras donde el agua se mostraba indomable, pudo ser la simbiosis con el alma indomable de aquellos a los que se les apagó la voz, y que vengaron el atropello a su hábitat e incluso a su identidad.
Representación compuesta por la reproducción parcial de dos acuarelas de A. Giast, “Músicos en Mendoza” y “Señora Mendocina”.
Acequia y Zanjón de la ciudad
Allá por 1561 la red hídrica no era la que conocemos en la actualidad, el agua que regaba las tierras labradas donde se había asentado la nueva ciudad, provenían del Río Mendoza y si quisiéramos proyectar una ubicación, en aquella época el cauce se encontraba como dicen los documentos “a 7 leguas de la ciudad, y su anchura era mayor a 1 cuadra, aunque en las crecientes llegaba a 2”. Además, las variaciones del río no tenían una conducción con dirección fija, quizás por eso los huarpes, como bien destaca Betina Tamiozzo, tenían núcleos habitacionales dispersos”, dando a entender que podían sortear, de esa forma, la imprevisibilidad del agua. También se deja sentado, la mutabilidad del río “originó un brazo, orientado hacia el norte llamado Acequia de la ciudad, porque llegaba hasta la capital, aunque en esta se llamaba Zanjón y cuya finalidad era recibir las aguas que corrían por pequeños ríos secos. El Zanjón fue durante mucho tiempo un elemento vital para la economía agrícola mendocina”, se destaca en “Obras Hidráulicas en América Colonial”.
Nuestro patrimonio
Desde el “Centro de Documentación, Patrimonio Histórico y Cultura del Agua” del Departamento General de Irrigación, se atesoran hoy cientos de documentos que reconstruyen un pasado que se convierte en un maravilloso viaje por el recorrido del agua. Allí cada libro, cada plano, cada documento, abre alas para sobrevolar paisajes, geografías donde el agua fundó cultura, donde el agua despierta creatividad, donde se recuerda para que nada se extinga en el olvido, donde el pasado, presente y futuro del agua, es parte de un ensamble de aprendizajes para irrigar la tierra y ver florecer. Aquellos Caciques son parte de un pueblo vivo por la memoria, el cabildo es referencia esencial a nuestra historia, el agua en las formas de su presencia en nuestro suelo, es nuestra preciada identidad.