Tal vez por contraste a la previsible vida urbana, tal vez por el misterio que encierra su geografía, por la sensación de desamparo que enmarca su desnudez o incluso por complejo colonial. Sea por lo que fuere, la selva fue durante mucho tiempo para la literatura, el cine y la televisión un terreno fértil para ambientar sus historias de acción y aventuras. Ahí están para dar fe las idas y vueltas de Allan Quatermain por Las minas del Rey Salomón, o los pelos al viento de Ava Gadner y Grace Kelly en la Mogambo de John Ford. Y previo y posterior a todas: Tarzán. El rey de la selva, el hombre mono, el lord inglés que merced a un accidente quedó al cuidado de una mona, plasmando un choque cultural que todavía hoy es motivo de debate.
A comienzos de la década del 30 se estrenó la película Trader Horn; dirigida por W. S. Van Dyke, fue la primera ficción ambientada en la selva africana y le fue muy bien. En Metro-Goldwyn-Mayer se dieron cuenta de que en la temática había un filón para explotar, y de paso aprovechar la cantidad de material filmado que había quedado sin usar en la isla de edición.
La decisión fue abrevar en el personaje de Tarzán, creado dos décadas antes por Edgar Rice Burroughs, cuyas aventuras ya contaban para ese momento con una decena de novelas. Contrario a lo que se cree no era la primera vez que Tarzán llegaba al cine: en 1918 se había hecho una película muda protagonizada por el actor Elmo Lincoln, y en 1929, una serie con Frank Merrill.
Arreglado con Burroughs el tema derechos y con mucho material «de ambiente» listo para usar, quedaban solamente dos cuestiones: darle forma al guion, que a grandes rasgos se basaría en la primera novela, y encontrar al actor que hiciera de Tarzán. Lo primero era fácil, lo segundo casi imposible: se necesitaba físico, actitud, y sobre todo que no tuviera problemas en andar toda la película semidesnudo. A ninguno de los astros de entonces le interesó mucho la idea.
Mientras esto pasaba en Hollywood, el joven Peter Johan Weissmuller se dedicaba a ganar cuanto campeonato de natación hubiera. Nacido el 2 de junio de 1904 en Freidorf, Timisoara (hoy parte de Rumania), a los siete meses se mudó con su familia a Estados Unidos. Desde muy chico, Weissmuller sufrió problemas respiratorios, pasaba mucho tiempo en su casa, y se había vuelto retraído y solitario. Su única válvula de escape era el ir al cine.
El médico que lo atendía les recomendó a sus padres que el nene comenzara a practicar algún deporte para aliviar su condición. «Mi médico dijo que debería hacer algún tipo de ejercicio para fortalecerme -recordaba años más tarde-, así que me metí en una piscina en el YMCA y me gustó. Descubrí que tenía un don natural para nadar».
Al mismo tiempo que mejoró su condición, Weissmuller encontró en el agua la felicidad que no tenía en tierra. Del amateurismo pasó al terreno profesional (luego de falsificar su certificado de nacimiento para que dijera que había nacido en Pensilvania y así poder competir), ganó 67 campeonatos del mundo y 52 nacionales. Batió 174 récords en nueve años, tres en un mismo día. Obtuvo cinco medallas de Oro en las olimpíadas -tres en las de París, en 1924 y dos en Ámsterdam, en 1928), fue medalla de Bronce en Waterpolo, y ostenta el mérito de haber sido el primero en nadar cien metros en menos de un minuto.
Aunque en lo suyo Johnny era una figura, fuera del terreno deportivo nadie sabía mucho de él. En pos de capitalizar su buen momento, con 25 años Weissmuller aceptó hacer una publicidad gráfica de ropa interior, y aunque el resultado no cayó nada bien en el circuito profesional a él no le importó. En su cabeza era la mejor manera de hacerse conocido, y con el tiempo acceder al mundo del cine para conocer a Clark Gable, a quien admiraba. Y precisamente fue el protagonista de “Lo que el viento se llevó” quien sin saberlo le consiguió el papel más importante de su vida.
«Yo quería ver a Clark Gable en la Metro-Goldwyn-Mayer, pero no me dejaban pasar. Un asistente se apiadó de mí y me dijo: ‘Tienen a 75 chicos en la parte de atrás que van a presentarse a una prueba para Tarzán, si decís que venís a la prueba te van a dejar entrar al estudio’. Y tuve que hacer el casting. Me preguntaron si podía correr, trepar a un árbol y balancearme en una cuerda. ‘Claro que puedo hacer todo eso’, les dije. Me colgué de unas anillas y se los demostré. Ese día conocí a Clark Gable y a Greta Garbo, y me fui a mi casa feliz. Una semana después me llamaron para decirme: ‘Estás contratado para hacer Tarzán'».
Resueltos los temas burocráticos apareció un pequeño detalle: el apellido del flamante actor no era ni muy ganchero ni muy cinematográfico, cuando se daban esos casos la costumbre era usar un seudónimo: «‘Vas a tener que cambiarlo porque es demasiado largo para las marquesinas de los cines’, me dijeron en las oficinas de la MGM. Afortunadamente, un hombre que estaba en la reunión les dijo: ‘A lo mejor ustedes no lo saben, pero este chico tiene todos los récords mundiales de natación, es muy conocido’. Inmediatamente cambiaron de idea.
Johnny no tenía idea de actuación, y por más profesores particulares que le pusieron demostró ser, literalmente, de madera. La solución fue volver al personaje mucho más primitivo que en las novelas. En los libros Tarzán sabía leer y escribir, y se expresaba con fluidez y cultura, mientras que en las películas no encadenaba dos oraciones seguidas. Como backup se sumó en el rol de Jane a la actriz Maureen O’Sullivan, con más experiencia y talento que su compañero, para que llevara adelante el peso de los diálogos.
La película Tarzán de los monos (Tarzán the Ape Man, 1932) fue la producción más exitosa de ese año en Estados Unidos. La mezcla de aventura y acción, sumado al componente sexual en la relación del hombre mono y Jane fueron las claves del suceso. Eso, junto a los 90 kilos de músculos de su protagonista.
El film también dirigido por W. S. Van Dyke (el de Trader Horn) sentó las bases cinematográficas del personaje, que luego se repitieron hasta nuestros días, como el «Yo Tarzán, tú Jane» o el famoso grito del rey de la selva, inalterable desde entonces. Con respecto a él, durante décadas hubo una disputa autoral al respecto de su creación: varios se autoproclamaban creadores, incluso Weissmuller aseguró hasta el último día de su vida que había sido invención suya, inspirándose en el canto tirolés. El tema tomó tal relevancia que tuvo que salir la Metro-Goldwyn-Meyer a explicar que en realidad el sonido fue creado artificialmente mezclando «dos tracks de la voz del actor, uno amplificado, el grito de una hiena reproducido al revés, una nota cantada por una soprano a diferente velocidad, el llanto de un camello y una nota de violín».
Convertirse en el hombre más sexy de Hollywood de la noche a la mañana puede tener sus contras, y más en los años 30. Para cuando se estrenó la primera película de Tarzán, Weissmuller estaba casado con la cantante Bobby Arnst y a los estudios esto no les servía como estrategia de marketing. Así que le ofrecieron diez mil dólares a la chica para que diera un paso al costado, y la pareja se divorció en 1933. El mismo año, el actor contrajo matrimonio con la actriz mexicana Lupe Vélez (también contratada de los estudios), pero la personalidad inestable de ella y su constante necesidad de exposición fueron letales para la relación; se separaron en 1938 luego de una sucesión de escándalos. Ella siguió con su ritmo de vida mediático y desenfrenado, y se suicidó en 1944.
Mientras Weissmuller lidiaba con su vida privada, MGM lo hacía con la censura. La segunda película, Tarzán y su compañera (Tarzán and His Mate, 1934), muy superior a su predecesora, confirmó que habría saga para rato y también llamó la atención de los guardianes de la moral y las buenas costumbres.
El problema no fueron los pectorales del rey de la selva, sino el mínimo atuendo de Jane, que andaba con un pecaminoso ombligo al aire y una pollera demasiado abierta al costado. Y algo todavía peor, los enamorados dormían juntos sin estar casados. Lo anterior, sumado a una escena muy sensual del film en la que ambos nadan desnudos fue demasiado, reuniones, cartas, memos y gritos puertas adentro tiñeron de pacatería al resto de la saga. A partir de la tercera entrega, Jane comenzó a usar un vestido cerrado y a vivir en una casa construida arriba de un árbol para la ocasión.
Luego del estreno de la sexta entrega Tarzán en Nueva York (Tarzán ‘s New York Adventure, 1942), Maureen O’ Sullivan decidió abandonar definitivamente al personaje de Jane. Lo había intentado tres años antes e incluso se había filmado la escena de su muerte, pero el público se indignó al filtrarse la noticia y tuvieron que rodar un segundo final. Esta vez sí fue definitivo.
La partida de la actriz, junto a la necesidad de MGM de timonear sus historias hacia nuevas temáticas relacionadas con la Segunda Guerra Mundial redundaron en el final de la carrera de Weissmuller para los estudios. Sin embargo, seguiría viviendo en la selva por 25 películas más.
Rescindido su contrato con Metro-Goldwyn-Mayer y sin talento para hacer otra cosa, Weissmuller fue rescatado por los estudios RKO, que lo llamaron para hacer otras seis películas de Tarzán. Sin Maureen O’ Sullivan y con menos presupuesto, las historias se volvieron repetitivas aun cuando, de una manera u otra, seguían apoyándose en las novelas de Burroughs.
Luego de Tarzán y las sirenas (Tarzán and the Mermaids, 1948), problemas de cartel y de salario hicieron que el actor renunciara para aceptar la propuesta de Columbia de convertirse en Jim de la selva, personaje creado por Alex Raymond (Flash Gordon) para el cómic. El intérprete cambió taparrabos por ropas de cazador, y África por Asia, lo demás fue más o menos lo mismo. La apuesta rindió 13 películas y una serie para televisión que duró dos años, nada mal para un nadador sin experiencia en la actuación.
En 1955, con cincuenta años, más viejo y bastante menos tonificado, Weissmuller abandonó la selva para siempre, y también la actuación. No por voluntad propia, está claro, pero sus años de Adonis habían pasado y no le quedaba resto para otra cosa. Como plata y fama no le faltaban, el intérprete creó una empresa de piscinas y protagonizó sus propios comerciales, pero el negocio no resultó todo lo próspero que esperaba, y al poco tiempo lo abandonó.
De estos años, más precisamente en 1958, data una de las anécdotas menos conocidas en la vida del actor. De vacaciones en La Habana, Weissmuller se encontraba en un club que fue tomado por la guerrilla castrista, con la intención de secuestrar a los millonarios presentes. Según las crónicas de la época, el actor pidió tener una charla con el líder del grupo, y merced a su fama lo convenció de que los dejaran libres.
Con sobrepeso y casi setenta años, un mal movimiento hizo que se cayera y rompiera la cadera. Fue el principio del fin. En la clínica donde lo operaron le descubrieron una dolencia cardíaca, más tarde tuvo dos derrames cerebrales y quedó postrado en una silla de ruedas… desmejorado, el artista se refugió en Acapulco, en la residencia Flamingos, lugar que había adquirido en la década del 40 junto a John Wayne, Red Skelton y Fred McMurray para convertirlo en una mansión privada para sus amigos de Hollywood. Allí murió el 20 de enero de 1984 a los 79 años. En sus últimos días respiraba y se alimentaba con asistencia mecánica.
No estuvieron presentes ni sus hijos ni otros familiares cercanos, solamente su última esposa. Tampoco sus colegas ni amigos de Hollywood. Solamente una mona llamada Samanta que hizo las veces de Chita, como despedida y símbolo del personaje que le dio todo lo que fue. Y se comenta que se oyeron tres veces el grito característico de Tarzán.
Gentileza;
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.