Los senadores de la nación en apenas unos segundos y sin ponerse colorados, casi triplicaron sus dietas, aumento que el resto de los argentinos ni siquiera es capaz de soñarlo.
Este hecho tiene varios aspectos para analizar, los que recorreré a vuelo de pájaro para centrarme en el que considero esencial.
- En el fundamento del proyecto de resolución, tan extenso como vacío de contenido (porque los políticos tienen la capacidad de sintetizar el mínimo de ideas en el máximo de palabras), se puede leer: “el ejercicio de un cargo legislativo priva a su titular de realizar alguna actividad remunerada dado el tiempo y dedicación que le insumiría”.
Estos parásitos que en su sesión preparativa acordaron que “los miércoles y jueves a las 14:00 hs. como día y hora para las sesiones desde el 1 de marzo” y que, desde entonces, en vez 13 sesiones han tenido apenas 3 (1 para asumir, otra para bajar el DNU y esta última para subirse las dietas), ¿en serio estos caraduras insinúan que les insume mucho tiempo el cargo?
Creo que el cargo de senador de la nación debe ser bien remunerado por la importancia de su embestidura, pero también creo que estos vagos y malandras que hoy ocupan esas bancas deshonran ese cargo. No tienen la altura intelectual, ética ni patriótica que ello demanda.
- El casi pornográfico auto aumento en las dietas de quienes representan a provincias, que tienen más de un 50% de sus habitantes pobres, no solo muestra una falta absoluta de empatía, muestra un desprecio absoluto por los ciudadanos de este país, además de una total ausencia de amor a la patria. Son sicarios inhumanos y mercenarios.
- Las firmas de los que avalaron la resolución son responsables de sus actos y deben hacerse cargo de ello.
Ahora vamos a lo medular del asunto.
Los senadores que dicen estar en contra de este asalto al pueblo argentino no hicieron nada para evitarlo, o al menos para evidenciarlo. No se pidió que se leyera cual era la temática de la resolución, no se pidió la palabra para dejar en claro la postura en contra y no se pidió que la votación fuese nominal para que se viese claramente el voto de cada senador. Esto pudo haber sido por impericia, lo cual es grave; por negociado, lo cual desarrollaré luego o por estar de acuerdo y no tener el coraje de decirlo, lo cual es de una cobardía patética e intolerable.
Cuando digo por negociado lo digo teniendo en cuenta la aprobación unánime del nombramiento de los embajadores y la necesidad de conseguir que se apruebe la ley bases. Si esto fue así, muestra que los senadores no solo son traicioneros y corruptos, sino que, teniendo en cuenta el monto por el que se vendieron, encima son ordinarios y muy baratos.
Por último, el modo. Dicen que las formas son menos importantes que el fondo, pero en este caso no es así.
El senador Juan Carlos Romero presentó el proyecto de resolución sin decir de qué se trataba el mismo, el nervioso lenguaje no verbal de este impresentable es el de un ladrón que sabe que lo que va a hacer está mal. Sentía vergüenza por lo que estaba haciendo, era consciente de sus actos y no quería ser descubierto, pero a la vez no le pesaba sobre su conciencia remordimiento alguno pues carece de todos los valores éticos imaginables.
La presidente del senado no dijo tampoco de qué trataba el proyecto y aprobó su tratamiento y su posterior efectivización sin contar las manos alzadas. Puede haber sido evidente el número y por eso no lo hizo, pudo haber sabido porque ya estaba cocinado y era inevitable o pudo haber sido parte de un “toma y daca”. No hay forma de saberlo.
Un párrafo especial para el tragicómico Martín Lousteau, quien levantó jugando a las escondidas cobardemente la mano, mostrando una falta de decoro y un espíritu traicionero sin igual. Ni Judas se animó a tanto.
Ninguno se salva. Unos son culpables de impericia, otros de negligencia, algunos de complicidad y los más de un crimen contra la ética y la moral con premeditación y alevosía.