El cirujano James Marion Sims es señalado por algunos como «cruel», «sádico», «poco ético» o «racista”, mientras que la historia de la medicina lo ha considerado «el padre de la ginecología moderna», por sus aportes a la obstetricia y por los avances médicos que beneficiaron directamente a las mujeres.
Sims, que nació en Lancaster County, Carolina del Sur, en 1813, describe en su autobiografía que en repetidas ocasiones las mujeres eran colocadas sobre una mesa, apoyadas sobre sus rodillas y codos, sin ropa, sostenidas por otros hombres, mientras él practicaba cirugías experimentales. Todo esto ocurría sin anestesia. Y en el contexto de la esclavitud, presumiblemente sin su consentimiento.
Y hoy, una estatua de Sims en el Central Park de Nueva York, que es permanentemente objeto de creativas y rabiosas protestas, canaliza la discusión sobre su figura en Estados Unidos.
«Lo que hizo Sims no está bien. No se puede abusar de la gente para conseguir un avance médico», le dice a BBC Mundo la historiadora y experta en ética de la medicina Harriet A. Washington. «No se puede sacrificar cruelmente a un pequeño grupo de personas sin poder, para beneficiar a otro grupo de personas. Eso no es defendible éticamente ni tampoco es un acto heroico», agrega la autora del libro “Medical Apartheid”, que expone una tradición de explotación de afroestadounidenses para fines médicos en EE.UU.
Por su parte, el profesor de ginecología y obstetricia de la Universidad Washington de San Luis, Lewis Wall, afirma que Sims hizo «muchas contribuciones a la medicina moderna. La posición usada por Sims -descrita al principio de esta nota- para el examen médico es todavía ampliamente usada. Hizo lo que se conoce como el espéculo de Sims, para observar las cavidades corporales, y fue pionero en la investigación y tratamiento de la infertilidad», dice Wall. «Pero su más famosa e importante contribución fue el desarrollo de una técnica consistente para reparar la fístula de vagina, que era una herida catastrófica causada por una prolongada obstrucción durante el parto», agrega el reconocido cirujano de reconstrucción vaginal.
Justamente Lucy, Betsy y Anarcha -y vaya uno a saber qué cantidad más de otras esclavas- tenían en común que padecían de fístula vaginal y por eso fueron llevadas por sus dueños a que las viera Sims para que las curara. O «reparara», si se lee desde el lente de la función netamente laboral y reproductiva de un esclavo en Estados Unidos durante el siglo XIX. Según explican, la fístula vaginal es una ruptura entre la vagina y la vejiga, causada la mayoría de las veces por trabajos de parto prolongados, para los cuales una cesárea en la época significaba prácticamente una sentencia de muerte para la madre. Así que una gran cantidad de mujeres, blancas y negras, acababan padeciendo una fístula vaginal si se complicaba su alumbramiento.
Y hasta el 1849, cuando Sims logró desarrollar una sutura efectiva para remediarla, era considerada tan miserable como incurable. Y agregaba: «Por mujeres afectadas hoy en día con fístula vaginal corroboramos que son completamente miserables”. Por razones obvias no voy a detallar aquí los síntomas que llevaban a esa miserabilidad mencionada.
«Más allá de practicar experimentos “extraños” sobre estas mujeres, todo lo que hizo Sims tenía el objetivo terapéutico de sanar sus heridas, lo que yo pienso que es una causa legítima para la investigación médica e innovación tecnológica», enfatiza Wall, que es autor de varios estudios médicos sobre Sims.
«Era devastador socialmente. Una mujer afectada con esto no podía salir a la sociedad así. Y las mujeres esclavas afectadas por esto no servían para trabajar. Así que era un gran problema en el sur», agrega Washington, refiriéndose a una región de EE.UU. en donde un tercio de la población eran esclavos que trabajaban en pequeñas y grandes plantaciones. La historiadora médica asegura que durante esa época la fístula vaginal afectaba mucho más a las mujeres negras que a las blancas.
«Teorías de Sims de la época indican que la razón era que las mujeres negras tenían más sexo que las blancas y que no eran limpias. Por supuesto que eso no es verdad. La verdadera razón es una cosa que se llama hambruna», subraya. «La nutrición de las esclavas era realmente mala así que sus pelvis eran más pequeñas porque sus huesos no se formaban bien. Además, tenían hijos temprano y con frecuencia», explica la médica ética de la Universidad de Harvard.
Sobre Anarcha se sabe que llegó a sus manos a los 17 años después de un parto de tres días y que, en un lapso de cuatro años, Sims le hizo 30 cirugías experimentales, hasta que en ella misma logró la técnica adecuada para cerrar las fístulas, usando una sutura de plata.
La anestesia con éter fue usada con éxito en octubre de 1846, es decir, casi un año después de que empezó a operar a estas mujeres. Y aunque Sims sí les dio opio a las tres esclavas, sólo lo hizo para su recuperación, no para minimizar su dolor durante las cirugías, según relató él mismo en sus diarios.
En 1853, el médico dejó Alabama y llegó a Nueva York para fundar el primer hospital de mujeres de Estados Unidos. Y allí, aplicó en mujeres blancas con anestesia lo que desarrolló durante más de 4 años experimentando con mujeres negras sin anestesia, lo que para sus críticos demuestra su racismo.
La autobiografía de Sims, disponible al público en los archivos del Congreso de EE.UU., incluye detalles de algunos de sus experimentos médicos. Los nombres de Lucy, Betsy y Anarcha son los únicos tres mencionados de las esclavas negras que operó buscando cerrar la fístula vaginal.
Para Wall el contexto en el que vivió Sims habla a su favor. «No tenemos una apreciación real de cómo era una cirugía antes de que la anestesia se convirtiera en parte de una operación. Todo el mundo reconocía que había dolor en la cirugía y el dolor era a menudo considerado como una cosa positiva por los médicos en el siglo XIX», señala Wall. «No considero que Sims haya infligido deliberadamente dolor a sus pacientes, creo que estaba tomando una decisión terapéutica, de arriesgarse para beneficiarse, como hacen los médicos en todo tipo de circunstancias hoy», dice.
«Puede haber una controversia, pero no necesariamente un descuido ético».
La estatua de J. Marion Sims queda en el emblemático Central Park, justo frente a la Academia de Medicina de Nueva York (NYAM, por sus siglas en inglés), de la que Sims fue parte. Pero la NYAM le explicó a BBC Mundo que la estatua no les pertenece y que ellos mismos han pedido varias veces que retiren el monumento.
Tanto Lewis Wall como Harriet A. Washington responden con contundencia sobre qué debería pasar con el Sims de bronce del Central Park.
«Si tuviera que decidir, dejaría la estatua y erigiría otra en paralelo a su lado de las tres mujeres, Betsy, Anarcha y Lucy, que fueron sus primeras pacientes con estas lesiones», opina Wall. «Pero me gustaría enfatizar que el debate sobre Sims es una lucha por la historia pasada. Más bien es mejor llamar la atención sobre la persistencia de este problema (la fístula vaginal) en muchas partes pobres del mundo, como África, Afganistán, Nepal, donde miles de mujeres están afectadas por malas prácticas. Es ahí donde debería estar el foco de atención y no en una estatua en Central Park», sugiere el también profesor de antropología.
«Tenemos que entender que una estatua no es un documento histórico. No se ha erigido para narrar la historia. Yo estoy a favor de la verdad y esa estatua es una mentira. Debe irse», dice con contundencia Washington. «Ahora, en un mundo perfecto, si vamos a tener un monumento a esto, tengamos un monumento que celebra a las mujeres y las retrata como las víctimas, del dolor que sufrieron cuando este avance médico entró llegó al mundo».
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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