Ha ocurrido con mucha frecuencia en la historia del arte que dos artistas reconocidos vivan y trabajen juntos. La asociación femenina y masculina entre creadores presupone una admiración por el trabajo y talento del otro, lo que lleva a la pareja a compartir entre ellos sus estilos artísticos y de vida. Podríamos enumerar una gran cantidad de parejas que han decidido fundir sus mundos: Dalí y Gala, Rodin y Camille Claudel, Frida y Diego o incluso podríamos hablar de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.
Leonora Carrington (1917-2011) pintora surrealista y escritora inglesa nacionalizada mexicana, conoció y se enamoró del artista alemán nacionalizado francés considerado figura fundamental tanto en el movimiento dadá como en el surrealismo, Max Ernst (1891-1976) en una cena en Londres en 1937. Acababa de cumplir veinte años y él tenía cuarenta y seis y estaba casado por segunda vez. Inmediatamente comenzaron una relación (condenada, por supuesto por la familia burguesa y conservadora a la que Leonora pertenecía) y se mudaron juntos a París. Fue aquí, en el momento más idílico de su relación, donde Max le presentó a todos los surrealistas. Ellos la llamaron: “La Novia del Viento”, y André Bretón, padre del surrealismo, quedó fascinado e intrigado con el arte de Leonora.
En 1938 se mudaron a la aldea de Saint-Martin cerca de Aviñón, Francia. En este tiempo todo era perfecto. Max y ella experimentaron con la escultura (quién hubiera dicho que esta sería la semilla para las últimas creaciones de la vida de Leonora). Pintaban, Max más que ella, pero él la impulsaba y le enseñaba nuevas técnicas como el frottage (frotar un lápiz sobre una hoja apoyada sobre un relieve). Ella escribía sin cesar: producía cuentos, novelas cortas y Max los ilustraba con collage. Disfrutaban de la vida y los amigos.
Pero bien dicen que nada dura para siempre, ni siquiera los grandes amores. El tiempo de paz y desenfreno, de gozo y de creación, se vería arrebatado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que, por razones superiores a ellos, pondría fin a su relación.
En 1939 comienza una persecución hacia Max Ernst, quien era alemán con ideas anti-fascistas. Fue capturado, encarcelado y denominado enemigo extranjero. Mientras tanto, Carrington huyó de Francia hacia España con el objetivo de buscar ayuda para liberar a Max, pero sus intentos fueron en vano.
Sus padres y su familia, al enterarse de esta situación, no la contuvieron, no la escucharon, ni la abrazaron… no la cobijaron, sino que la internaron a la fuerza en un manicomio en Santander. Es verdad que Leonora estaba muy mal, es muy probable que experimentara una crisis psicótica y que necesitara ayuda de manera urgente. Pero para los eventos que acababa de vivir, no era para menos; no sabía si Max seguía con vida o no; “La Novia del Viento”, además de ayuda, necesitaba amor.
Este terrible suceso de encierro que marcaría la vida de Leonora, no significó un cese a su creatividad sino todo lo contrario, pues la estancia de pesadilla en el sanatorio permaneció en la memoria de la artista como ese “otro lado” del que, según Bretón, Carrington hablaría constantemente en sus pinturas. Además, Leonora cuenta sus experiencias que durante seis meses vivió en el psiquiátrico en su libro más famoso y catártico: Memorias de abajo.
“No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible; creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión”.
Escapó de la pesadilla durante un viaje a Lisboa, cuando su padre pretendía, sin consentimiento de ella, embarcarla hacia una nueva clínica de enfermos mentales ahora en Sudáfrica. En una distracción de su cuidadora, subió a un taxi y pidió que la llevaran a la embajada de México en Lisboa, donde pidió ver al poeta Renato Leduc, quien trabajaba ahí y a quien había conocido tiempo atrás. Leonora encontró refugio en él y le pidió ayuda para salir de Europa.
Renato buscó por todos los medios ayudarla, pero nada funcionaba. Las migraciones masivas de intelectuales y todos los que buscaban un continente de paz saturaban los barcos y los permisos se hacían casi imposibles. Renato tomó una decisión: se casaría con ella. Como su esposa podrían migrar sin problema a Estados Unidos o México. Y así fue, llegaron a 1941 a Nueva York donde vivirían por un año.
Leonora tenía poco conocimiento sobre lo que había pasado con Max, pero al menos sabía que estaba vivo y que había logrado salir de prisión. Max para salir de Europa y lograr su escapatoria de los campos de refugiados, también se había cobijado en una amiga: Peggy Guggenheim, la coleccionista neoyorquina famosa por ser mecenas de los más extravagantes artistas.
Por mucho tiempo, se pensó que Leonora y Max no volvieron a verse, de hecho, se decía que los amigos de ella no le tocaban el tema para no lastimar su corazón. Pero hoy sabemos que no fue así, por supuesto que se encontraron en Nueva York donde vivían los dos con sus nuevas parejas. Pero los celos de la nueva esposa de Max, llevaron a Leonora a distanciarse para siempre de él, pues sabía que no quería volver a ser su amante.
Hoy, hay un grupo de estudiosos de Max Ernst que encontraron huellas de Leonora en su pintura; pequeñas claves que fue dejando el pintor sobre su amor por ella. Max nunca superó a Leonora y aunque Leonora decidió abandonar su amor por él, tampoco lo olvidó. Los días de creación y de gozo en Francia los acompañarían siempre.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
Sé el primero en comentar en «Memorias de un amor surrealista – Por:.Beatriz Genchi»