Comandante de la División del Norte, fue caudillo en el estado norteño de Chihuahua, el cual, dado su tamaño, riqueza mineral y también la proximidad a los Estados Unidos de América, le proporcionó cuantiosos recursos. Villa también fue gobernador provisional de Chihuahua en 1913 y 1914.
Existen varias historias y anécdotas sobre José Doroteo Arango Arámbula, también conocido como Pancho Villa; que lo retratan como un salvaje bandolero, mientras que otras remarcan su heroísmo, carisma y en ocasiones, buen corazón.
Una de esas historias se remonta a 1914, año en el que Pancho Villa, el Centauro del Norte, conoció a Emiliano Zapata, El Atila del Sur.
Era diciembre y por unos días, La División del Norte y El Ejército Libertador del Sur tomaron la Ciudad de México. Fueron los días cumbre para La Rebelión que comandó La Revolución Mexicana. Pancho Villa llegó a la Ciudad de México el 3 de diciembre y es muy probable que haya sido esa noche el momento en que aconteció esta historia.
Se dice que el general Villa salió a dar una tranquila caminata nocturna de reconocimiento por el centro de la ciudad junto al entonces coronel Juan N. Medina, quien después se convertiría en general del ejército villista. Mientras caminaban por lo que hoy se conoce como Eje Central Lázaro Cárdenas (Que curiosamente también se llamó como Niño Perdido), Villa se percató de que estaban rodeados de un grupo enorme de niños
Villa se detuvo un momento a observar. La lucha de la Revolución había llegado a la Ciudad de México, el dolor, el espíritu de guerra, la esperanza y el sacrificio se reflejaba en la tierra y en los hombres. El general revolucionario veía a los niños en la calle, llorando de frío y hambre, buscando calor en el abrazo protector de sus perros. Los más grandes cuidaban de los más pequeños y se intentaban abrigar con periódicos sucios.
Pancho Villa sabía que esos niños solo tenían 2 alternativas: Serían víctimas o serían bendecidos por las decisiones que se tomarían en las siguientes horas por el grupo del cual él formaba parte.
Las lágrimas brotaban de sus ojos. Doroteo Arango fue un niño que no tuvo nada, cuyas primeras armas fueron sus manos. El primer camino que conoció en la vida fue la miseria y su única opción de supervivencia fue la violencia; lo que lo llevó a convertirse en Pancho Villa. Y sin embargo se encontraba peleando por una causa mayor a él en ese momento. Fue ahí cuando se dio cuenta de la tercera alternativa.
– Coronel Medina ¿Por qué están estos niños acá tirados y durmiendo a la intemperie?
– Son niños huérfanos mi general, la mayoría ya no tiene padres y los que sí tienen, los mandan a vender periódico, lustrar zapatos o pedir limosna, en la noche duermen donde caigan.
– Cuenten a todos los huérfanos que puedan, me los voy a llevar a Chihuahua. No es posible que estos pequeños estén aquí a la deriva de nadie, porque yo amo a los niños y odio a los tiranos. Esos chiquillos los voy a adoptar, van a ser mis hijos.
Se cuenta que estas fueron las palabras de Pancho Villa a su coronel; aquella noche en que adoptó a 300 niños huérfanos y en situación de calle en la Ciudad de México.
Otra versión de la historia cuenta que Pancho Villa mandó a hacer 500 desayunos para los niños, que resultaron ser alrededor de 300. Cuando toda la comida se había gastado, se dice que el general Villa los reunió y les dijo:
Ya que matamos a los que nos andaban matando, quiero hacerles una propuesta. Los que quieran ser hijos adoptivos míos me los llevo a Chihuahua y además de darles casa, vestido y sustento, les doy escuela ¿Quiénes aceptan?
Todos aceptaron.
Se cuenta que Pancho Villa mandó a todos a aprender diferentes oficios, entre mecánica, hojalatería, electricidad, música y carpintería.
Gentileza
Beatriz Genchi,
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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