Eran las 11 de la mañana del 21 de enero de 1954. El calendario marca jueves. Mar del Plata atraviesa un período de transformación: la sindicalización, la proliferación de hoteles gremiales, el surgimiento de turismo de masas, decían, decían, la democratización de la cultura de las vacaciones, confeccionan un nuevo paradigma, un cambio de época.
La ciudad deja de ser un balneario boutique para abrir su oferta masivamente. Las fotos de entonces retratan el escenario: playas más estrechas y abarrotadas, mujeres con gorro de baño en el mar, el uso homogéneo de las sillas Mar del Plata.
Es un hermoso día de sol, buena temperatura y un mar sereno. El área que conforman las playas del centro, Punta Iglesia y el muelle de pescadores está colmado. A cien metros de la costa, una lancha de dimensiones medianas navega. La escena ambienta un apacible mediodía de verano, con una amenaza de lluvia en los pronósticos, cuando en el horizonte se empieza a dibujar una ondulación en las crestas del mar. Esa curvatura pronunciada en los confines del paisaje se convierte en una ola, que se nutre de otra y de otra. Los turistas son testigos del crecimiento atípico del mar: van de la incredulidad al pánico y del pánico a la desesperanza.
Las aves adivinan con soberbia intuición lo que se avecina y huyen. La ola se expande y el mar sube. Conquista la playa, barre los toldos, las sombrillas, las sillas. Revuelca a los bañistas, los empuja. Los gritos de desesperación aturden. El muelle de los pescadores queda cubierto por la marejada. La embarcación de pesca se tambalea bruscamente. No se vuelca porque el oleaje decide replegarse. En su retroceso, arrasa de nuevo con lo que haya quedado desperdigado. El mar se verá horas después como un canasto de saldos: flotará el mobiliario de los balnearios y los productos personales de los turistas que las tres olas se robaron.
La playa se convierte en el escenario de un caos. El nivel del mar crece un metro en seis minutos. La triada de olas, con cinco segundos de diferencia entre sí, siembra terror. Cuando se difumina, queda el saldo de un acontecimiento grave, no trágico. Hay más de cien personas heridas producto de golpes, contusiones o crisis. Madres y padres buscando a sus hijos. Once personas sufren principio de asfixia por inmersión. El fenómeno -un notable e infrecuente suceso hidrográfico- no se lleva ninguna vida.
El mundo pareció romperse en un instante, para repararse en los minutos siguientes. Lo que no había pasado nunca en la ciudad, al menos en los registros oficiales, transcurrió esa mañana de jueves de 1954.
El tiempo pasó y certificó eso de evento excepcional. No volvió a repetirse nada similar en las costas argentinas. El meteotsunami de la madrugada del jueves 8 de diciembre de 2022 simuló un acercamiento nostálgico a este acontecimiento de 1954. Ese mediodía de verano marplatense permaneció décadas teñido de un halo de misterio. Dos investigaciones científicas del nuevo siglo recuperaron y estudiaron el curioso caso de la ola que se subió a las playas del centro de la ciudad: buscaban respuestas sobre las causas, la presunta excepcionalidad del hecho, el océano Atlántico Sur como generador de tsunamis.
Ese viernes, la tapa del periódico informa sobre una catástrofe ferroviaria en Pakistán, anuncia que personal de bomberos desfilará ante el General Perón en febrero, cuenta que se aplicaron fuerte multas en el comercio de vinos y reserva su área central al suceso insólito. Incluye dos fotos: una de la playa más castigada y otra del encargado del mareógrafo fundamental. Y anexa un recuadro titulado “Pescadores de parabienes” en el que consigna que luego de que la ola retrocediera se pescaron tiburones de más de dos metros de largo.
El informe técnico de la entonces Dirección General de Navegación e Hidrografía del Ministerio de Marina descartó -recaba el estudio- que se haya tratado de un maremoto, término usual en aquellos años, empleado frecuente como sinónimo de tsunami pero etimológicamente restringido sólo a violentas sacudidas del fondo del mar generadas por sismos y erupciones volcánicas explosivas.
El 2020 arrancó con una noticia de tuvo una fuerte repercusión en Argentina y, sobre todo, en las ciudades de su costa atlántica: un informe de geólogos del Conicet, recientemente difundido, asegura que se podría producir un tsunami en Tierra del Fuego y Santa Cruz, con lo cual los científicos de la ciudad de Mar del Plata salieron a aclarar si es posible que también afecte a la famosa ciudad balnearia.
Según los expertos, las posibilidades de que ocurra este desastre natural sobre las cosas marplatenses son bajas pero posibles. Y explicaron: en Mar del Plata, las olas son siempre de mayor tamaño a las que bañan las costas de las ciudades balnearias que la rodean, como Villa Gesell o Necochea. Esto se debe a que la plataforma continental es más angosta, con menos fricción, y cada ola mantiene mayor energía.
Federico Isla, investigador superior del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC- CONICET, UNMDP), explicó que la probabilidad de que exista un tsunami en nuestras costas es baja y no se podría predecir. Y aclaró que, «en el caso de que sucediesen, la magnitud del hecho sería mucho menor a los que conocieron en la costa Pacífica de Sudamérica».
Gentileza
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
bgenchi50@gmail.com
Puerto Madryn . Chubut.
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