Neurocirujanos y cirujanos estéticos emplearon esa técnica no invasiva; en qué consiste
¿De qué manera podrían relacionarse la neurocirugía y la cirugía plástica? Aparentemente, en nada. Y sin embargo, en un porcentaje importante de operaciones de cerebro la intervención deja en el paciente una huella craneofacial casi inevitable. Puede parecer algo menor: la neurocirugía, seguramente, lo repuso de una grave enfermedad o salvó su vida. Pero ese defecto estético, una asimetría que se ve fácilmente en la zona de la frente, casi llegando a la sien, se convierte en un nuevo problema que genera miradas incómodas y afecta su calidad de vida.
Ahora, un equipo de cirujanos argentinos de ambas especialidades realizó la primera publicación científica local en la Revista Argentina de Neurocirugía que da cuenta de la utilización de una técnica muy conocida y probada, la lipotransferencia, para reparar estos hundimientos craneofaciales visibles después de una neurocirugía. Son médicos de los hospitales Petrona Villegas, de San Fernando, provincia de Buenos Aires; Churruca Visca, de la ciudad de Buenos Aires, y Padilla y Zenón Santillán, de San Miguel de Tucumán. La publicación evalúa la aplicación de la técnica sobre 45 pacientes, 29 mujeres y 16 varones, que nunca antes se había probado en el país para este fin.
“El abordaje más frecuente en neurocirugía es el anterolateral o pterional: tenemos que ‘cortar’ con muy pequeñas incisiones huesos que están en el área frontal o temporal –explica Matías Baldoncini, que integra el Servicio de Neurocirugía del hospital Petrona Villegas de San Fernando y es profesor de neuroanatomía microquirúrgica en la Facultad de Medicina de la UBA–. Estos abordajes suelen ser unilaterales (de un solo lado). Pero la falta de esa pequeña porción de hueso y la retracción del músculo hacen que el tejido aparezca hundido allí, y poscirugía surge la asimetría, que puede presentarse en hasta el 30% de los casos y ser más o menos severa, según su extensión”.
La huella del pasaje por la neurocirugía puede no ser muy grande, pero sí muy visible. “Cualquier asimetría en el rostro superior a 3 o 4 milímetros se nota con mucha facilidad, es muy evidenciable al ojo de la persona común –dice Augusto Barrera, cirujano plástico, estético y reparador del hospital Churruca Visca–. Cuando hay ‘algo’ que llama la atención en la cara, la gente sin querer fija la mirada en ese punto y para quien tiene el problema resulta algo muy incómodo. Pasa lo mismo que cuando vemos a alguien con estrabismo: no podemos dejar de mirar. En el caso de una neurocirugía, la persona ya pasó por una patología complicada o grave, pero sigue teniendo ese estigma, esa marca que le recuerda la situación. Y no es una herida de guerra, no se lleva con orgullo”.
Sin embargo, el hundimiento que queda en el cráneo sí genera dificultades, pero en el nivel psicológico. “Existe un hilo muy delgado entre lo estético y lo funcional –aclara Barrera–. Hay personas a quienes un problema estético genera una alteración funcional y no porque exista un órgano afectado, sino porque eso altera la forma en la que se desenvuelve en su vida cotidiana. El paciente ya no tiene un tumor en la cabeza y mastica bien, pero le quedó un hundimiento, un ‘pozo’… Y en algunos casos ese aparentemente pequeño defecto puede llegar a afectarle tanto como el problema inicial que lo llevó a una neurocirugía”.
Ambos especialistas coinciden en que la incomodidad estética impacta en ambos sexos, pero que los hombres son menos proclives a expresar su preocupación. “Lo veo todo el tiempo en la consulta –afirma Barrera–. El varón es tímido, tiene más represión para comunicar sus limitaciones. Las mujeres son más abiertas”.
Técnica antigua, uso innovador
Antes de operar a sus pacientes, Baldoncini advierte siempre y por escrito que puede quedar un defecto estético posquirúrgico. “La idea es evitar que el paciente diga ‘Me quedó esto hundido acá y nunca me lo dijeron’ –comenta el especialista–. Muchas veces los neurocirujanos pensamos en el tumor o la patología grave que tenemos que operar y nos olvidamos de la parte exterior… Siempre se trata de que el impacto estético sea lo menor posible. A las mujeres les hacemos un rasurado mínimo, marcamos la incisión en la piel con un fibrón especial y luego realizamos un rasurado de unos 10 milímetros, 5 de cada lado”.
La posibilidad de reparar la zona craneofacial hundida después de la neurocirugía se puede concretar alrededor de seis meses después de la operación. “Hace falta que ceda la inflamación local posquirúrgica y también que el paciente se recupere física y psíquicamente de esa intervención”, dice Barrera, quien aclara que la transferencia de grasa de la zona periumbilical a otras zonas del cuerpo con fines reparadores no es una técnica nueva.
“Es muy utilizada –puntualiza– tanto en cirugía estética como reparadora, como ocurre en este caso, cuando lo que estamos haciendo es reparar un defecto. La lipotransferencia es relativamente sencilla porque no necesita de instrumental muy complejo y no es costosa, la mayoría de los cirujanos plásticos saben hacerla, a diferencia por ejemplo de un implante, que puede requerir de otras técnicas y se cotiza en dólares. Se puede hacer en un hospital público o privado, y no presenta grandes dificultades”.
El cirujano plástico aclara que “no se trata de una lipoaspiración, que es lo que la gente conoce más e implica una cirugía grande, compleja, con complicaciones. En este caso, es una intervención miniinvasiva: mediante cánulas muy finitas extraemos grasa de alrededor de la zona del ombligo. La procesamos para quedarnos con los componentes que necesitamos y la colocamos dentro del defecto cráneofacial con jeringas. Es una cirugía que se hace con sedación y muy pequeñas incisiones. Dura unos 40 minutos; el paciente queda un rato en recuperación y se va caminando a su casa. La única advertencia que hacemos es que en un pequeño porcentaje de personas y en un lapso de uno a tres meses, parte de la grasa se puede reabsorber. En esos casos, el procedimiento se puede repetir sin complicaciones”.
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