Miguel Ángel y Leonardo da Vinci fueron los dos nombres más grandes y representativos del Renacimiento italiano. Hasta hoy, sus obras inspiran y causan admiración, pero estos artistas, que fueron contemporáneos, nunca estuvieron de acuerdo en vida y se enfrentaron en más de una oportunidad.
Uno de los principales motivos de sus desavenencias era el declarado desdén que sentía Miguel Ángel por la pintura, especialmente la pintura al óleo, arte que consideraba propio de mujeres.
Para este artista, el verdadero arte era la escultura, pues apenas a través de la fuerza física se podría obtener la excelencia.
La escultura, para Miguel Ángel, era masculina, no permitía errores ni revisiones. Así, se oponía a la pintura al óleo, técnica preferida de Leonardo, que permitía que la obra se hiciera por capas, permitiendo constantes correcciones.
Para Miguel Ángel, la técnica pictórica que más podría aproximarse a la superioridad de la escultura sería el fresco que, por sus características, requiere rapidez y precisión y no permite errores ni correcciones ni se puede repintar.
Así, no es de extrañar que en una de las pocas obras pictóricas móviles atribuidas al artista, el Tondo Doni, Miguel Ángel haya utilizado una mezcla de temple y óleo sobre madera en tondo (en círculo). Esta obra fue realizada entre los años 1503 y 1504. En ella se representa a la Sagrada Familia de una manera muy poco convencional. Por un lado, la mano izquierda de la Virgen parece dirigirse al sexo de su hijo. Por otro, alrededor de la familia que se encuentra en primer plano, aparecen varias figuras desnudas. Estas figuras, los ignudi, que aquí son adolescentes, volverán a ser representados con aspecto más adulto en otra obra de Miguel Ángel: la Capilla Sixtina.
Y respecto de Miguel Ángel cuando en 1512 finalmente concluyó el fresco del techo de la capilla Sixtina, que se considera una de las obras más famosas de la historia del arte, los cardenales responsables de las obras quedaron por horas mirando y admirando el magnífico fresco.
Después del análisis, se reunieron con el maestro de las artes, Miguel Ángel, y sin pudor alguno también le manifestó su descontento.
Este, obvio no era con toda la obra, sino con un detalle, aparentemente desigual. Miguel Ángel había diseñado el panel de la creación del hombre con los dedos de Dios y de Adán, tocándose. Los fiduciarios exigieron que no existiera el toque, sino que los dedos de ambos quedaran lejos y más: que el dedo de Dios estuviera siempre extendido al máximo, pero que el dedo de Adán estuviera con las últimas falanges contraídas. Un simple detalle pero con un sentido sorprendente: Dios está allí, pero la decisión de buscarlo es del hombre. Si él quiere estirar el dedo, le tocará, pero no queriendo, podrá pasar toda una vida sin buscarlo. La última falange del dedo de Adán contraída representa entonces el libre albedrío.
Gentileza
Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora Cultural – Artista Plástica.
bgenchi50@gmail.com
Puerto Madryn – Chubut
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