Una persona mayor leyendo un periodico en el parque Caramuel, en el barrio de Madrid.OLMO CALVOV
arios estudios señalan que las personas mayores muestran una tendencia a reducir las emociones negativas, algo que ocurre también en chimpancés
Pasan los años, salen canas, la piel se arruga, los pechos se caen, duelen las rodillas y la memoria empieza a fallar. Las consecuencias del envejecimiento asustan y es fácil creer que, una vez que alcanzamos la madurez, nuestro bienestar solo puede ir a peor. Idealizamos la juventud como esa etapa de la vida en la que toda la biología juega a nuestro favor. Visualizamos al joven como un entusiasta lleno de vitalidad y al viejo como un pobre alicaído. Sin embargo, la realidad está llena de jóvenes tristes y viejos felices. Más allá de las dificultades a las que cada grupo se enfrenta en su entorno, la biología no trata tan mal a las personas mayores como podría parecer.
Conforme envejecemos procesamos las emociones de manera diferente. En concreto, a lo largo de nuestra vida adulta vamos experimentando las emociones negativas con menos frecuencia, hasta que se estabilizan en torno a los sesenta años de edad, mientras que las emociones positivas se mantienen constantes. Este fenómeno, conocido como efecto de positividad, ha sido ampliamente demostrado por la ciencia, sobre todo en aspectos como la memoria o la atención.
Un ejemplo nos lo aporta una investigación publicada en 2003 por científicas de la Universidad de California en Santa Cruz. En una pantalla aparecían dos imágenes del rostro de la misma persona, una mostraba una expresión neutra y la otra mostraba alegría, enfado o tristeza. A continuación, desaparecían las dos imágenes y aparecía un pequeño punto gris detrás de una de ellas. Cada participante del estudio debía indicar presionando un botón lo antes posible si el punto había aparecido tras la imagen de la derecha o de la izquierda. Las personas mayores tardaban más en apretar el botón cuando el punto aparecía tras las imágenes de caras enfadadas o tristes que cuando aparecía tras las caras contentas, indicando que tenían una tendencia a focalizar más su atención en los estímulos positivos. Sin embargo, los participantes jóvenes no mostraron esta diferencia.
Igualmente, otro estudio demostró que, a la hora de elegir un producto, los adultos jóvenes y los mayores no se fijan en todas las características por igual. Enseñaron a los participantes una gráfica que exponía información sobre varios modelos de coche, como el consumo de gasolina, y les preguntaron por el coche que ellos elegirían. Los adultos mayores pasaron bastante más tiempo analizando las ventajas de cada coche que las desventajas, en comparación con los jóvenes.
Memoria selectiva
En cuanto a la memoria, también se han hecho estudios concluyentes. En uno de ellos, los participantes tenían que ver 32 imágenes distintas que se mostraban sucesivamente en una pantalla durante dos segundos. Algunas de ellas mostraban escenas positivas, como una familia sonriente abrazándose, otras imágenes eran tristes, como un funeral y otras mostraban objetos sin emoción. A continuación, los participantes debían describir el mayor número de imágenes que pudieran recordar. Las personas mayores recordaron casi el doble de imágenes alegres que tristes, mientras que la memoria de los jóvenes no se vio afectada por el tipo de emoción.
Conseguir explicar el efecto de positividad no es tarea fácil. Dado que la amígdala es una parte del cerebro importante en el procesamiento de las emociones negativas, uno podría hipotetizar que su deterioro es la causa de ese efecto. Sin embargo, no parece ser el caso, puesto que se ha demostrado que el funcionamiento de la amígdala apenas se ve afectado con la edad. Más bien, las evidencias recientes indican que no es tanto una consecuencia del deterioro, sino que se trata de una adaptación.
Por tanto, para poder comprender el efecto de positividad, no nos queda otra que mirar al resto de primates y animales. Una consecuencia directa de este efecto es que las personas mayores priorizan más las relaciones sociales valiosas que les aportan experiencias positivas y tienden a tener menos conflictos interpersonales. Estas características se pueden estudiar fácilmente en otras especies, por lo que podemos comprobar experimentalmente si la tendencia a reducir las emociones negativas con la edad es exclusiva del ser humano o no.
Curiosamente, en otros primates es frecuente que ocurra lo contrario, que conforme un individuo envejece, se produzca un sesgo hacia la negatividad. Esto se ha documentado en capuchinos, en lémures y en numerosas especies de monos de África y Asia. Por ejemplo, los estudios de campo muestran que, en varias especies de macacos, los individuos viejos dedican menos tiempo a los comportamientos sociables, como acicalar a sus compañeros, pero provocan peleas con la misma frecuencia que los jóvenes.
Una rareza muy humana
Cayo Santiago es una isla de Puerto Rico dedicada al estudio de los macacos rhesus, que se introdujeron allí artificialmente en 1938. Las condiciones seminaturales en las que viven estos monos permiten a los investigadores realizar experimentos que serían muy complicados en otros lugares. Un estudio publicado en 2018 quiso comprobar si, al igual que los humanos, los macacos viejos también muestran menos atención que los jóvenes hacia los estímulos negativos. Un investigador se acercaba a un macaco, le enseñaba una foto de otro individuo mostrando una emoción neutra o de amenaza y medía el tiempo que el sujeto miraba la foto. Los resultados fueron contrarios a los obtenidos con humanos, ya que los viejos prestaron más atención que los jóvenes a las caras amenazantes.
Por tanto, el efecto de positividad en los mayores no parece ser una consecuencia intrínseca al envejecimiento de los primates, sino una rareza. Aun así, los humanos no somos los únicos raros, pues en este aspecto los chimpancés son como nosotros. Los individuos de mayor edad tienen personalidades más afables, se involucran menos en las agresiones y muestran el mismo nivel de conductas sociables.
¿Por qué los chimpancés reducen la agresividad conforme envejecen y otros primates no? La explicación podríamos encontrarla en el tipo de organización social. En un amplio número de especies de primates se ha documentado que los individuos viejos reducen su red social, priorizando aquellas relaciones de mayor confianza. Los chimpancés viven en sociedades fisión-fusión, donde los individuos de un mismo grupo se separan en pequeños subgrupos durante cierto período de tiempo, lo que significa que los chimpancés tienen más oportunidades que otros primates para alejarse de posibles enemigos.
Solo en los últimos años se está empezando a estudiar el efecto de positividad en más especies de animales. En 2019 se publicó el primer estudio que abordaba este asunto con perros. Descubrieron que los individuos viejos reaccionaban más tarde que los jóvenes al sonido de un llanto humano, pero no mostraban esta diferencia cuando el sonido era una risa. Por tanto, los perros podrían mostrar también una tendencia parecida a la nuestra al envejecer.
Aun así, es necesario ampliar el número de especies estudiadas para tener una imagen nítida de la cuestión y poder entender por qué los humanos reducimos las emociones negativas con la edad. De momento tendremos que conformarnos con saber que la felicidad puede ser simplemente una cuestión de tiempo.
Fuente:https://elpais.com/ciencia/2023-08-01/envejecer-ayuda-a-ver-el-lado-positivo-de-las-cosas.html
Sé el primero en comentar en «Envejecer ayuda a ver el lado positivo de las cosas»